Disquisiciones dominicales

Disquisiciones dominicales

Hoy domingo no estoy por tratar temas –médicos-, deseando complacer (con mi renuencia íntima) a varios lectores quienes gentilmente me han pedido que cite algunos temas ya –conversados- sobre los aspectos de la buena comida con sentido sibarítico, también los estímulos al espíritu por el buen arte y terminar explicando el beso, esos aspectos románticos que todos tenemos. Así que con su benevolencia recordemos cosas ya escritas.

Sabemos que los excitantes estímulos neuronales que evocan las buenas comidas quedan en los recuerdos. En otra entrega anterior perpetué unas langostas a la crema paladeadas en el hotel Negresco de la Costa Sur en Niza, la cual fue una deliciosa experiencia. Igual recuerdo la celebración de mis 50 años, en el restaurante Drolma de Barcelona, donde fui atencionado en la ocasión por el reputado chef Fermi Puig y quien preparó unas verdaderas obras de arte, unas exquisiteces culinarias.

En Londres, he probado los bocadillos más exquisitos, los del hotel Ritz, degustando su famoso té, y en las elegantes recepciones del Palacio de Buckingham, los aristocráticos “canapés reales”. Hace un tiempo en la Roma señorial volví a vivir las experiencias de sibarita exigente con las P alimenticias: presentación, paladar y perfección. Nos hospedamos en el hotel Marriot de la Vía Véneto y desayunamos con frutas, quesos y salmón rosado en su elevado comedor, por un lado la Basílica de San Pedro, por otro los jardines de la Villa Borghese; no niego que se siente uno en el mismo cielo. Luego de pasear por Roma, entre ruinas, modas y la Sixtina visitamos el glamoroso restaurante de Harry’s en la Vía Véneto, nos deleitamos con unos camarones a la marzala, junto a un vino Amarone –colore rosso intenso- con un poco de queso Grana Padanno. En definitiva, la cocina nos halaga con sabores, nos da felicidad coporal.

Extasiarme bajo el techo de la Capilla Sixtina, degustar de una cena de gala en el Hotel Negresco de la Costa Sur (Niza), vibrar con las interpretaciones de la Sinfónica de Londres en el Barbican Center, tratar de descifrar los secretos de la Gioconda en el Louvre, ver a Picasso en Barcelona, esperar el atardecer en una góndola en Venecia y reconocer que los nuestros de diciembre son más bellos, escuchar en New York jazz en Bleu Note, dejarme arrebatar por el verbo apasionado de Neruda, el que mi nieta nos dé besos, disfrutar el –blanquecino-amanecer desde el balcón en Jarabacoa, pasearme y saludar a la reina Isabel en los jardines interiores del Palacio de Buckingham, o, simplemente sentarme frente al inmenso azul en Palmar de Ocoa, cerrar los ojos y sentir las gratificantes caricias de las brisas marinas de nuestro mar Caribe, son experiencias sensoriales que hemos tenido en lo personal la gran dicha de vivir, pero que a todos, independientemente de la raza, la cultura o cualquier otro atributo social, a todos por igual nos pasa con esas…, nuestras vivencias “inolvidables”. Lo experimentado lo recreamos en ocasiones en nuestras memorias creando una interfase entre nuestro “yo” interior y el mundo circundante, generando el sentido de su existencia y corporalidad; pero al mismo tiempo haciendo evidente la racionalidad, creatividad e imaginación, atributos propios del pensante cerebro humano. Esto es lo que luego usaremos aun sin darnos cuenta como arsenal motivante en cualquier producción del intelecto.

Sobre el besar, de los 12 pares craneanos que tenemos en la cabeza, cinco de ellos participan directamente al besar, pues desde los labios y la lengua enviamos entonces mensajes a las áreas sensorial y motora de nuestros cerebros donde valoramos corticalmente las complejas informaciones de sensibilidad, temperatura, sabor, humedad, presión –labios acolchaditos- el olor y la actividad motora de los músculos implicados en tan placentera acción. En la corteza cerebral tenemos una gran representación fisiológica de los labios en razón de su exuberante innervación sensorial. El trabajo científico más reciente sobre los besos, es de la Universidad de Oxford, coordinado por Rafael Wlodarski, publicado en “Human Nature” y “Archives of Sexual Behavior”-. Ahora sabemos por qué esa gratificante y exquisita combinación de ensoñación, estremecimientos, parpadeos, mieles, perfumadas especies, aromas, tibiezas, tierno roce y rubor que produce el beso puede originar verdadera adicción. Nadie puede besar sin parpadear y hay besos que sencillamente nos llevan a la gloria ¡qué maravilla!

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