Pese a compartir una isla de unos 77 mil kilómetros cuadrados en la región del mar Caribe, no existen en la Tierra dos naciones mas antagónicas que la dominicana y la haitiana. Estas arrastran querellas de cientos de años y temores muy enquistados en el tuétano de los seres que han habitado y viven en la isla.
Ambos países han desarrollado sus patrones culturales muy a su gusto del origen de las razas. Provocan un antagonismo visceral de ignorarse mutuamente con la excepción que los dominicanos aprovechamos la barata mano de obra haitiana para los quehaceres de la producción o que las haitianas inunden los desbastecidos hospitales dominicanos para parir.
Y en ese ambiente de ignorarse mutuamente para sostener relaciones mas estrechas de dos pueblos disimiles pero viviendo en una pequeña isla caribeña, lo cual obliga a sostener relaciones aceptadas muy a disgusto de ambas razas. De esa manera todo se refleja en el desarrollo cultural de ambos pueblos.
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Y por siglos se han desenvuelto las relaciones de sus instituciones más importantes y de mayor arraigo en ambas poblaciones en donde los lazos comunes de devoción a la Virgen de la Altagracia se colocan de lado a la hora de enfrentarnos con severidad hasta casi llegar a la confrontación mortal de los dos pueblos como ocurriera de 1844 a 1856 y ahora asediados por un crecimiento poblacional que solo las migraciones de ambos pueblos uno hacia los Estados Unidos y el otro hacia el este de la isla amortiguan la peligrosidad de ese éxodo caribeño.
La iglesia haitiana exhibe su cardenal Chibly Langlois quien es el primero de su comunidad occidental desde 2014 mientras la iglesia dominicana tiene su cardenal emérito en retiro sin que el Vaticano designe su sustituto tal como ocurre con la actitud norteamericana de no nombrar embajador en República Dominicana. En ambos casos resulta extraño que ambas jefaturas están acéfales lo cual podría ser un descuido diplomático o un desaire en contra del país restándole la importancia que nosotros los dominicanos creemos tener en el concierto de las naciones que a veces nos creemos el ultimo refresco del desierto.
Mientras existe esa pugna de poderes de las dos naciones los pueblos en especial el haitiano se rinde a los pies de la devoción altagraciana. Y tanto en su país así como en Higuey mantienen una devoción que resulta admirable de como las áreas en torno a la basílica de Higüey y de otras parroquias altagracianas se inundan en cada enero de cientos de fieles haitianos que viene a demostrar su devoción a nuestra patrona acarreando consigo sus malos hábitos de higiene aun cuando son controlados por los cuerpos del orden que la basílica ha dispuesto para amortiguar el daño ambiental.
Los cleros dominicano y haitiano no sostienen un cálido maridaje que contribuya a un mejor entendimiento de los dos pueblos. Esa diferencia de costumbres se manifiesta en la frialdad de ambos cleros en cuanto a un entendimiento mas avanzado por el asunto de los idiomas tal como ocurre en el seno de los militares dominicanos que mantienen cursos de enseñanza del creole. Son cursos avanzados para descifrar el dialecto del país vecino y así poder establecer una comunicación que no sea la que normalmente se obtienen por el intercambio cotidiano de las poblaciones fronterizas.