Distorsiones de un acontecimiento trascendental

Distorsiones de un acontecimiento trascendental

Cuando el cristianismo se iba apoderando del Imperio romano, allá por el siglo IV de nuestra era, para los padres de la Iglesia era muy importante  elegir un acontecimiento relacionado con las fiestas paganas que pudiera convertirse en el punto de partida de la nueva fe.

 Entonces, la fiesta más importante de los romanos era la celebración que hacían en ocasión  del solsticio de invierno, al iniciarse el conteo contrario de un sol imponiéndose a la noche, para paulatinamente volver a día más largos y noches más cortas, contrario a lo que ocurre  durante los meses de octubre, noviembre y diciembre en pleno otoño.

 Además, esa fiesta del triunfo solar, permitía a los habitantes del imperio  celebrar grandes festividades en que a los esclavos se les otorgaban privilegios de una liberación provisional y se fomentaba el intercambio de regalos. Por lo tanto, la Iglesia de esos primeros siglos adoptó el 25 de diciembre para conmemorar el Nacimiento del Hijo de Dios,  desplazando las creencias paganas que hasta entonces imperaban en todo el mundo conocido de Europa, la costa norte de África y parte de Asia.

 Desde aquellos tiempos milenarios, quedó insertada en la  humanidad la feliz navidad, que con sus intercambios de regalos, decoraciones  especiales, reuniones familiares y disfrute de alimentos  y bebidas, impartía un espíritu de amor y confraternidad que disminuía malquerencias y la gente llegaba a creer y sentir que el mundo era un lugar de paz y unión.

 Con el paso de los siglos,  diversas costumbres y tradiciones se fueron incorporando a las festividades navideñas, de manera que cada conglomerado racial  impuso su sello muy particular para  recordar, el 25 de diciembre,  el nacimiento del Hijo de Dios.

Luego del triunfo del capitalismo,  con la debacle comunista de 1989, con un empresariado  fiel creyente de la libre empresa, de que todo estaba permitido para enriquecerse, se inició en la década del 90 del siglo pasado   el  desplazamiento de la Feliz Navidad e ir introduciendo clandestinamente las felices fiestas, disminuyendo en las decoraciones navideñas el clásico pesebre con sus figuras  humanas y de animales, sus casitas  y cielo estrellado.

La nueva línea de la propaganda de las fiestas de la ocasión  ha irrumpido con fuerzas en el país desde hace unos cinco años. Ya es poco lo que se ve de la Navidad tradicional del nacimiento. Ahora se ha convertido  en un acontecimiento comercial de envergadura  en donde el comercio e industrias se recuperan de los meses anteriores de baja demanda.

En este mes se estimula un delirante consumismo, al ritmo de felices fiestas. El clásico bono navideño de la ocasión es un incentivo para más gastos y endeudarse más, después que se borran los efectos de ese dinero extra que casi siempre se malgasta. 

La trascendencia para la humanidad del nacimiento del Hijo de Dios se diluye al conjuro de los brujos del consumismo y la carrera loca de regalos, comidas y bebidas, que vuelve a retrotraernos a dos mil años atrás cuando los romanos, en su poderío en el mundo de entonces, aprovechaban la época para celebrar el triunfo del Sol. A eso hemos vuelto los cristianos de ahora al darle las espaldas al evento divino  que se quiere preservar para el 25 de diciembre. 

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