Una mañana laborable, camino a San Pedro de Macorís, tomé una carretera alterna para cortar el camino. De repente me encuentro con dos hombres uniformados de policías. En un tramo solitario donde no existía vivienda ni cosa parecida, uno de ellos salió de la nada y, escopeta en mano, me hizo gestos para que me detuviera.
Sin la menor duda de que por la actitud en el porte de la escopeta me mandaba el mensaje de que si no me detenía podría disparar, me vi en una gran disyuntiva.
Lo cierto es que no me hallaba en condiciones de poner a prueba si aquella “autoridad” estaba en disposición de disparar, si no obedecía; al borde del camino quedó el otro con su pistola en el cinto, con el mismo talante de “si no te paras, te prendemos”.
El solo uso de uniforme policial no me daba a mí la certeza de que aquellas dos almas vivientes, fueran lo que aparentaban. Me embargó una fuerte duda de lo conveniente de seguir o detenerme. Finalmente, me detuve con las debidas precauciones.
El hombre de la escopeta quedó delante de mi vehículo y el segundo pasó a la parte lateral izquierda, quien sin quitar las manos de su arma sobre la cintura, comenzó un caprichoso interrogatorio. Y digo caprichoso porque los “agentes” no emplearon el protocolo para ese tipo de intervenciones con ciudadanos en las carreteras. No se lo han enseñado y como no se les instruye a actuar como se estila, cada cual apela a un lenguaje que para el ciudadano no deja de ser ofensivo.
-¿Porta usted arma de fuego?, fue la primera pregunta de aquel hombre que por llevar uniforme de gris entendía que su interlocutor asumiría que se trataba de un representante de la autoridad. Le dije que no portaba arma de fuego, pero que sí llevaba una pistola en el vehículo. Como no entendió mi respuesta, al parecer se molestó y me conminó a que le entregara el arma, a lo cual me rehusé.
-Usted me disculpa pero no puedo entregarle el arma, le dije, pues no sé si en verdad es policía porque no se ha identificado. Además lo que procede es que me pida el permiso de tenencia.
-Y este uniforme-, me inquirió el sujeto.
¿Cuántos policías hemos visto involucrados en asaltos y atracos, o delincuentes que usan uniforme gris para hacer fechorías?
La Policía tiene en su seno una gran cantidad de oficiales y alistados correctos, preparados y con deseo de cumplir con el rol de la institución, pero también es realidad que la ropa policial no es garantía de orden y respeto. Sin ánimo de denostar, la Policía dominicana está entre las menos confiables de América Latina y la institución de mayor desconfianza del país, un 27 por ciento según una encuesta publicada por Latinobarómetro.