Divagaciones, Jeanette, Sinatra, Arístides y lo ligero

Divagaciones, Jeanette, Sinatra, Arístides y lo ligero

Le tengo terror a las traducciones, posiblemente golpeado por aquello de los italianos: “Traduttore, traditore” (traductor, traidor).

   Cuando leí poemas y pensamientos de Goethe, primeramente en español, sufrí      una gran decepción. ¿Y esa bobería? Cuando me empeñé en leerlos en alemán, encontré al poeta, al maestro de la palabra. Encontré el sentido intraducible.

   He reiterado que cuando un dominicano se refiere  a un “muéeto é jambre”, no está hablando de un “muerto de hambre”, sino de algo más profundo y amplio.

    Jeannete Miller tiene un ameno libro  titulado “A mí no me gustan los boleros”.  No dispongo de espacio para comentarlo, pero si se lee bien, no con la anonadante velocidad de novedosas técnicas, sino hundiéndose en los valores de la autenticidad humana-dominicana de Jeannette, se encuentran logros formidables.

 Algo parecido, pero  a la inversa, me causó el ponerle atención a la letra de una canción que grabó Frank Sinatra. La música es magnífica para una canción, pero las palabras que trae me dejaron desconcertado. Cometo el obligatorio pecado de traducirlas: “Yo sé que estoy haciendo fila hasta que consideres pasar una noche conmigo/ y sé que al llevarte a bailar y tomar un par de tragos hay una posibilidad de que te vayas  con otro…/pero cuando todo parece ir bien, lo daño todo al decir algo tan estúpido como I love you”. (I know I’m stand in line until you think you have the time to spend an evening with me…)

     Un extraordinario violinista, alguien que logró la absoluta perfección con su instrumento, Jascha Heifetz, (1901-1987) confesó que escuchaba a Sinatra para aprender –aprehender- el maravilloso sentido de fraseo musical del cantante.

   Sinatra, a su vez, decía que escuchaba atentamente a Heifetz por la misma razón.  Esto demuestra que el arte, simplemente, es bueno, mediocre o malo. Yo recuerdo algunos boleros escuchados a la distancia, según los traía antojadizamente el viento  (con esa tristeza ¿cursi? de los boleros) hasta los silencios en que vivíamos en los confusos años en que Santo Domingo no  se llamaba así.  Los recuerdo con tanta claridad como esas arias de Tosca o La Bohème de Puccini o el Nocturno Raguse que papá hacía sonar en su Victrola  de hermosos arabescos tallados en roble lejano, en la cual un violoncello (tal vez Casals) derramaba lágrimas que nos alcanzaban mientras un incomprensible  disco negro y brillante giraba con mayor velocidad que la que hubiésemos deseado.

  Retorno a la intención de recomendar atención profunda al arte. No importa su nivel. Importa su honradez.

 Un bolero bien puede ser superior a una sinfonía.

   Gracias a Arístides Incháustegui,  Blanca Malagón y el patrocinio del Banco de Reservas de la República, contamos con dos voluminosos y reverenciables tomos de la Vida Musical en Santo Domingo. Gracias a estos cuidadosos trabajos investigativos, tanto Miriam Ariza – extraordinaria pianista – como yo, nos enteramos de lo que hemos hecho y olvidado en las suaves tinieblas de lo ya realizado. 

  He estado dando saltos entre mis recuerdos, pero algo importante surge con claridad.

No se trata de escuchar mucho, sino de escuchar cuidadosamente.

   Con el alma al servicio de la percepción.

    Igualmente no se trata de leer mucho.

   Se trata de leer bien.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas