Divagaciones sobre el patriotismo

Divagaciones sobre el patriotismo

POR LEÓN DAVID
El verdadero dominicano es el que actúa patrióticamente. No es otra la razón de que haya habido tan pocos dominicanos. Porque cuando dominicanidad es sinónimo de atraso, sufrimiento y humillación (y tal ha sido nuestra circunstancia hasta el día de hoy) lo extraño no es que hayamos contado con escasos patriotas. Lo que nos colma de perplejidad es que todavía puedan quedar algunos.

A modo de preámbulo a estas -sospecho que inútiles- consideraciones, no juzgo extemporánea veleidad distraer algunos versos de la memorable  oda compuesta en 1960, en la que, con aliento lírico que no desmaya ni por un instante, Jorge Luis Borges amoneda el que, en palabras que le tomo prestadas, calificaré de «más desolado y urgente poema de la patria»: «El claro azar o las secretas leyes/Que rigen este sueño, mi destino/Quieren, oh necesaria y dulce patria/Que no sin gloria y sin oprobio abarcas/Ciento cincuenta laboriosos años,/Que yo, la gota, hable contigo, el río,/Que yo, el instante, hable contigo, el tiempo./Y que el íntimo diálogo recurra,/Como es de uso, a los ritos y a la sombra/Que aman los dioses y al pudor del verso//Patria, yo te he sentido en los ruinosos/Ocasos de los vastos arrabales/Y en esa flor de cardo que el pampero/Trae al zaguán y en la paciente lluvia/Y en las lentas costumbres de los astros/Y en la mano que templa una guitarra/Y en la gravitación de la llanura/Que desde lejos nuestra sangre siente/Como el britano el mar y en los piadosos/Símbolos y jarrones de una bóveda/Y en el rendido amor de los jazmines/(…)Eres más que tu largo territorio/Y que los días de tu largo tiempo,/Eres más que la suma inconcebible/De tus generaciones. No sabemos/Cómo eres para Dios en el viviente/Seno de los eternos arquetipos,/Pero por ese rostro vislumbrado/Vivimos y morimos y anhelamos,/Oh inseparable y misteriosa patria.»…

Los versos transcritos dilucidan, con la elocuencia de la poesía noble e impoluta a cuyas verdades, que la belleza ilumina, no se acerca el más clarividente ensayo crítico, lo que la patria es, lo que siempre será…

Más que el sitio en el que se nace, la patria es el lugar al que nos sentimos atados por el irrompible lazo del amor y el recuerdo. Se trata de un «topos» no sólo geográfico sino cultural, étnico, moral, sentimental e histórico.

Empero, si lo que así denominamos es la realidad de un pueblo ignorante, hambreado, sin ilusiones y de un sector dirigente rapaz, el concepto de patria tornase convencional y abstracto, propio más para disquisición filosófica o artículo periodístico o discurso demagógico que para templar el acero del espíritu e inducir a la sociedad a optar por metas libertadoras y solidarias.

Quien no cree en la justicia no puede ser patriota.

Quien no se entusiasma con la idea de que el país tiene derecho a ser más culto y más dichoso no puede ser patriota.

Quien no muestra espíritu de servicio ni está dispuesto a emplear su tiempo y energía en actividades fecundas de las que no obtenga beneficio material, aunque sí la satisfacción de haber hecho lo correcto, no puede ser patriota.

Es la de «patria» una noción superior que para encarnarse y actualizarse requiere de hombres superiores. Hombres dispuestos, en los contados momentos en que el heroísmo se vuelve necesario, a morir por los demás. Hombres dispuestos mañana, tarde y noche, a entregar lo mejor de sí mismos. Hombres, sobre todo, dispuestos a soñar…

El verdadero dominicano es el que actúa patrióticamente. No es otra la razón de que haya habido tan pocos dominicanos. Porque cuando dominicanidad es sinónimo de atraso, sufrimiento y humillación (y tal ha sido nuestra circunstancia hasta el día de hoy) lo extraño no es que hayamos contado con escasos patriotas. Lo que nos colma de perplejidad es que todavía puedan quedar algunos.

Me asalta la perturbadora sospecha de que si hiciéramos una encuesta preguntando a la gente qué prefiere, si ser dominicano o que le concedan visa norteamericana, la mayoría escogerá esto último. Y si los Estados Unidos de América abriesen sus fronteras a nuestros nacionales, es verosímil y probable que aquí no quedarían ni las iguanas…

¿Qué se desprende de semejante situación?…. ¿Qué el dominicano no sirve, como tantas veces he escuchado decir?, ¿Qué el pueblo es vende patria, como también rueda en boca de la fama? No. Porque, para empezar, no se puede vender lo que nunca se ha tenido y para servir es preciso estar en capacidad de hacerlo. Cuando ser de esta parte de la isla equivale a pasar hambre, a carecer de empleo, a rebajarse ante los poderosos, a sufrir toda clase de vicisitudes y tribulaciones y, entre ellas, la peor, desterrar la esperanza, no veo por qué estigmatizar a esas oleadas de hombres y mujeres para quienes ser dominicano estriba en la nadería burocrática de poseer una cédula de identidad.

Insisto en las ideas que expresaba al inicio de estas cavilaciones melancólicas: la patria es el lugar, las personas, el ambiente a los que nos sentimos atados por el lazo indestructible de la añoranza y el amor… Y nadie, salvo que sea un desvergonzado hipócrita, afirmará que añora y ama la miseria.

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