Divagaciones sobre los oleajes y los miedos

Divagaciones sobre los oleajes y los miedos

Jeremy Bentham, jurisconsulto y filósofo inglés (1748-1832) creador de la doctrina filosófica que considera la utilidad como principio de la moral, nos dejó el precepto de que moralidad es aquello que brinda placer al mayor número de personas. Eso hay que pensarlo bien, porque el humano jamás podrá desear otra cosa que no sea la que favorece la conservación de su propia existencia, lo cual presenta, ocasionalmente, manifestaciones curiosas, agudas y hasta desconcertantes.

Los planteamientos de Bentham han ejercido gran influencia en el desarrollo de las ideas modernas, apegadas a un concepto denominado “utilitarismo”. Y en torno a él, unido ahora a la idea de progreso, quiero referirme al renombrado autor del “Archipiélago Gulag”, el ruso Aleksandr Solzhenitsyn (ganador del Nobel de Literatura en 1970), quien en un artículo adaptado y publicado por la International Academy of Philosophy, en traducción para McGraw-Hill Interamericana, nos dice:

“Los criterios morales aplicables al comportamiento de los individuos, las familias y los círculos pequeños definitivamente no pueden transferirse de igual a igual al comportamiento de los Estados y los políticos: no existe equivalencia exacta, puesto que la proporción, el momento y las tareas de las estructuras gubernamentales introducen una cierta deformación. No obstante, los Estados son dirigidos por políticos, y los políticos son personas ordinarias, cuyas acciones tienen un impacto sobre otras personas ordinarias. Más aún, las fluctuaciones del comportamiento político con frecuencia se alejan de los imperativos del Estado. Por tanto, cualquier exigencia política que pretendamos imponer a un individuo, como comprender la diferencia entre la honestidad, la bajeza y el engaño, entre la magnanimidad, la bondad, la avaricia y la maldad, se debe aplicar en buena medida a la política de los países, los gobiernos, los parlamentos y los partidos.”

“De hecho, si el Estado, el partido y la política social no se van a basar en la moralidad, entonces la humanidad no tiene futuro digno de mencionarse”.

Estos pensamientos me llevan a recordar a Alvin y Heidi Toffler, quienes nos familiarizaron con términos de oleajes. Las sociedades agrícolas, o de la Primera Ola, las industriales o de la Segunda Ola, las sociedades de la Tercera Ola, descentralizadas y basadas en el conocimiento, en la tecnología vanguardista… que gana terreno a pasos agigantados y crea nuevas élites, nuevas expectativas, nuevas confusiones y, eventualmente nuevos problemas.

En 1993, durante una conversación de los Toffler con Nathan Gardels, editor de “New Perspective Quarterly”, surgió la idea de otra ola: la Revolución de los Ricos. Las civilizaciones están en choque, las diferencias y distancias entre clases, que siempre existieron, hoy se manifiestan de nuevo modo. Los Toffler dicen que muchos estarán pensando sacarle más provecho a la tecnología y prescindir de un “ejército de analfabetos desnutridos cuando sus fábricas y oficinas de hecho podrían necesitar menos trabajadores más calificados en el futuro, conforme avanza la Tercera Ola”.

Lo que los Toffler temen –o han temido– que resulte ser la Revolución de los Ricos, a causa de la enorme brecha entre los tecnólogos y los campesinos y obreros impreparados e incapaces de asimilar los conocimientos que requiere la ultramodernidad, me parece un tanto extremado.

Como extremado me parecieron aquellos miedos a una guerra con armamento atómico.

Se pelea para ganar.

No para que todos perdamos.

 

 

 

 

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