La divinidad del político en la mente del dominicano

La divinidad del político en la mente del dominicano

Samuel Luna

Hace poco conocí a una persona que llegó a mi casa como un hombre sencillo y simple, me confundí debido a sus acciones kinésicas que proyectaban gestos corporales y expresiones grávidas de cantinfladas.

Lo percibí sin ningún conocimiento político; claro, fue un error, porque no era así, él me sorprendió con un análisis platónico, usando un silogismo que terminaba con una conclusión lógica y asimilable. El rostro de esa persona tenía una sonrisa pícara, pasiva e ingenua.

Cada vez que ese individuo articulaba una posición política arrastraba sus argumentos sin abandonar  su ambigua y confusa personalidad.

La persona que ocupó el espacio conceptual de mi casa reflejó un comportamiento social que marca y toca a la mayoría del pueblo dominicano; en otras palabras, él representa el prototipo que modela a la mayoría de nosotros, creando paradigmas que nos empujan a seguir pensando que los partidos políticos son el eje central de la República Dominicana.

Esos paradigmas, nos empujan a creer que ellos son el corazón del Estado, el principio y el final. El pensar de la población es tan erróneo, tan complejo y tan absurdo, que llegamos a pensar que ellos, el sistema partidario,  son los que generan riquezas, esperanza y entretenimiento, como si el futuro y el desarrollo del país se tratara de un torneo de béisbol cargado de emociones, de trompetas, de tambores y de ruidos que activan nuestro estado de ánimo.

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Lo que estamos tratando de expresar es que la mayoría de la población dominicana es experta en política, nos creemos maestros analizando el destino de los partidos y la “divinidad de los políticos”. Imaginémonos lo que pudiese suceder si la población dominicana usara esa capacidad y energía para ejercer la potestad ciudadana, para crear un contrapeso que genere equidad y justicia, y que podamos ver las estructuras políticas y a los candidatos de esas organizaciones partidarias simplemente como agentes de cambios, como instrumentos para generar el desarrollo que tanto hemos anhelado.

Lo que más me preocupó de esa persona es que él representa la muestra del comportamiento político del pueblo dominicano.

Esa persona nunca  expresó los problemas esenciales, no se refirió al pueblo dominicano, a los problemas que confrontan las familias, la inseguridad ciudadana, la canasta familiar, la producción agrícola, la salud, la educación, el desempleo, el cuidado de la cobertura boscosa, el imperio de la ley; en fin, todos los desafíos de los sectores que inciden y forman el Estado dominicano.

Ese diálogo me llevó a una conclusión:
– Que debemos  crear conciencia en el pueblo dominicano.
– Que debemos ver a los partidos y a los políticos como un canal y no como el eje central del pueblo.
– Debemos entender que no estamos obteniendo resultados positivos haciendo lo mismo.
– Debemos aceptar que estamos operando bajo un sistema políticamente putrefacto, donde el dinero  compra las posiciones políticas y muy pocos quieren pagar el precio para generar un antes y un después.
– Debemos estar consientes de un mal que debe ser cambiado,  que todo se convierte en un círculo vicioso; el empresariado decide, el político sigue las directrices de un sector empresarial y el pueblo obedece y al mismo tiempo es víctima de las malas acciones.  Pero el círculo vicioso no termina aquí:
– El pueblo que fue golpeado vuelve y se comporta como un títere, regresa a votar por aquellos que compran su dignidad, los empresarios vuelven a controlar y los políticos sustentados por ellos vuelven a su carnal divinidad.

Pero no todo está perdido, debemos ser optimistas y levantar el espíritu de la esperanza; en medio de este caos sociopolítico siempre existe una salida, la historia nos ha mostrado que las crisis generan nuevos líderes, y que esos líderes generan soluciones.  Hay esperanza porque hay empresarios que están dispuestos a pagar el precio, hay políticos con carácter y honestos y existe un pueblo esperando por otro trabucazo similar al de Matías Ramón Mella. Debemos proclamar a todo pulmón que no todo está perdido, que aun hay esperanza.