Divorcio entre la libertad y el orden

Divorcio entre la libertad y el orden

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
El divorcio entre la libertad y el orden ha producido la catástrofe de las libertades humanas. Tal dejó dicho el escritor, orador y político español Juan Donoso Cortés, Marques de Valdegamas, a mediados del siglo 19.

Es que la libertad es muy conflictiva, por algo decía Rousseau en El Contrato Social, que la libertad es un alimento suculento pero de difícil digestión. Deseable como es, imprescindible para el buen, alto y noble ejercicio de las facultades humanas, la libertad guarda dentro de sí una tenaza de hierro al rojo vivo; porque no se puede ejercer positivamente la libertad sin una férrea opresión interior, sin una sujeción forzosamente dolorosa de las apetencias desbocadas del ser humano, frenadas con gran fuerza de riendas tensas por uno que otro destello de moral y ética.

Al humano, hombre o mujer, niño, adulto o anciano, todo le parece poco. Aunque alguna vez lo he citado, creo adecuado apelar a una iluminadora fábula que aparece en El Criticón de Baltasar Gracián: «Luego que el Supremo Artífice tuvo acabada la gran fábrica del mundo, dicen que trató de repatriarla, alojando en sus estancias a los vivientes. Los convocó a todos, desde el elefante hasta el mosquito y les fue mostrando los repartimientos y examinando cada uno para saber cual repartimiento escogía cada uno para su morada y vivienda. Respondió el elefante que él se contentaba con una selva; el caballo, con un prado; el águila con una de las regiones del aire, la ballena, con un golfo (…) llegó por último el primero, digo el hombre, y examinando a su gusto, dijo que él no se contentaba con menos que con todo el Universo y aún le parecía poco».

El problema que tenemos es que todo nos parece poco. Queremos libertad, pero para avasallar al prójimo.

El orden en libertad es difícil. Requiere una capacidad de sujeción interior de las personas, sujeción a normas de moral, de ética, de consideración hacia los demás, en fin, de elevación espiritual que no es posible lograr sino a través de un complejo proceso educativo en el cual lo externo motive y mueva a lo interno. Se trata de un proceso de fortalecimiento de las convicciones en cuento a las conveniencias de una interacción humana realmente civilizada.

Toda acción provoca una reacción y toda acción o reacción es consecuencia de algún tipo de inducción. Tanto el orden como el desorden son contagiosos, contaminantes y expansivos. Lo estamos viendo y sufriendo aquí, donde todo parece estar patas arriba. Especialmente en los últimos tres años, un virus de insania empezó a flotar sobre nuestro país, sustentado por una supuesta libertad que no era sino libertinaje de la más alta peligrosidad. Ya nada, por desorbitado que fuese, podía sorprendernos y menos aún escandalizarnos o generar una protesta masiva, contundente e indignada. Parecía un país hipnotizado o atragantado de tranquilizantes. Eso sí, la libertad se mantenía fuerte en su condición libertina. Se podía decir de todo y no obtener respuesta alguna. El primero en decir de todo sin miramientos era el Presidente Mejía y «su estilo» permeó transformando el habla nacional y transtornando o nulificando el pensar.

Parecíamos vivir en el escenario de un teatro de lo absurdo.

Finalmente llegó el despertar del 16 de mayo 2004. La libertad tomó otro rumbo, se enserió, se responsabilizó, se apropió de las dignidades que esta tiene consigo, deshaciéndose de las erraticidades libertinas.

Hoy tenemos grandes esperanzas y enorme preocupaciones porque el Presidente Fernández y su equipo puedan enderezar progresivamente a la Nación.

Por una positivación de la libertad y el orden.

Es un esfuerzo monumental después de todo lo pasado, de estar a la deriva entre errores, impunidades y ocultaciones dolosas.

Pero tenemos que cambiar con paso firme y ponderado. Tenemos que recobrar el juicio, llevados por una política prudente y cautelosa.

Es difícil, pero es posible.

Con cautelosa firmeza.

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