Concita la atención, sospecha y algo más, la pronta actitud del presidente Barack Obama en prestarse a condenar al régimen de los ayatolás de Irán por continuar su proyecto de enriquecer uranio para su planta nuclear de Qom, mientras rehusa condenar al Estado de Israel por el acto de piratería internacional que detuvo la flotilla humanitaria que convoyaba hacia la Franja de Gaza el 31 de mayo último.

Concita, reitero, sospecha y algo más, la actitud del presidente Obama en exigir detener el proyecto nuclear iraní,  mientras no repara en que el Estado de Israel dispone de unas 200 bombas atómicas, para usarlas nadie sabe contra quién, tolerando que los israelíes se nieguen también a que las Naciones Unidas lo incluyan entre los países libre de armas nucleares, con el consentimiento del imperio.

Nadie ha podido explicar con certeza y claridad cuáles son los derechos, y quién se los concede, que se atribuye el Estado de Israel para disponer de armas nucleares, el armamentismo más poderoso de Oriente próximo, tenderle un dogal de hierro a la Franja de Gaza y a Cisjordania y reducirle cada vez sus áreas demarcatorias establecidas en la resolución 179 del 29-11-1947 que crea un Estado árabe y otro hebreo, sino es con el apoyo sin poder negarlo, del imperio que conduce de manera unilateral sus relaciones con 195 de 198 estados, con su excepción, y de sus pupilos israelíes y una cosa que se dice país llamado Nauru.

Así, el discurso original de toma de posesión del presidente Obama de que: “Hoy nos reunimos porque hemos elegido la esperanza sobre el temor, la unidad de propósitos sobre el conflicto y la discordia”. Más que un insostenible pañete, luce lo más semejante a una charada, sainete y fiasco, que bien podría también resultar un engaño, una tomadura de pelo a sus paisanos y a la aldea planetaria. Así no se honra el prematuro palmarés del Nobel de la Paz.