Doce libra menos

Doce libra menos

TIBERIO CASTELLANO
Pues sí, haciendo El Camino de Santiago perdí doce libras. Me di cuenta de ese fenómeno al regresar aquí a Miami, el 7 de julio, porque en los días que pasé en New York nunca me pesé. Pienso que, en realidad, debo haber perdido en El Camino algunas libras más y haberlas ganado en los días que pasé en New York con mi hermana Dulce y mi cuñado Fidias. El Camino consumió todo el mes de junio. Fue una experiencia inolvidable.

 Veo y oigo los anuncios de las agencias de viajes: «Visitaremos Roma, Florencia, Venecia, y alguna otra ciudad, en siete días». A veces varios países en diez o doce días. Y eso no está mal. sobre todo para descansar. Porque, en esos viajes, a uno lo llevan y lo traen y le indican y le enseñan y uno no tiene que hacer mayor esfuerzo. Uno descansa.

Pero no es igual al Camino de Santiago. Usted camina y cruza ciudades y aldeas (todas llenas de historias, leyendas y tradiciones) y al pasar, puede hablar con el que cuida el entorno del viejo castillo o el que sale o entra de la muy centenaria iglesia; o a la viejita que traía a su patio varias ovejitas; o al robusto viejo que cultivaba una huerta; o a aquel señor que pastoreaba unas vacas Holstein y que nos dijo: esa, señalando una con la enorme ubre, ordeñada dos veces al día, da cincuenta litros de leche. Y además, usted dialoga con el mozo del bar y del restaurante. Y, a veces, también con algunos de los parroquianos. Basta que usted «le busque la lengua «, como decían los viejos en Pimentel. Es decir, estimule su locuacidad. Con gracia, con astucia, con salero.

Y además, atravesando valles y montañas usted puede apreciar los campos de trigo, avena, alfalfa y otros cereales; los viñedos, los olivares, los cultivos de legumbres y frutas (había en junio una gran cosecha de cerezas, que comimos en varios sitios); los bosques de hayas, pinos, abetos, olmos, y, ya en Galicia y para asombro mío, eucaliptos. La hospitalera del albergue del pueblito donde primero advertí estos árboles, extraños al paisaje de Galicia, me dijo algo así como que había sido un error traerlos allí (supongo que desde Australia), y que no eran muy útiles. Luego me enteré que habían sido llevados al norte de España como cincuenta años antes. Pero, en ningún otro sitio los he visto yo tan altos ni tan hermosos como allí.

Porque en párrafo anterior no lo dije, lo digo ahora. Hablábamos también y más que con cualquier otra persona, con los hospitaleros. Son éstos, los voluntarios miembros de las Asociaciones del Camino que atienden a los peregrinos en los albergues. Gente muy amable y en general bien informada. Y, claro, también hablábamos y mucho, con otros peregrinos. Españoles, brasileños, uruguayos, argentinos. Y con italianos y algunos otros europeos que hablan un poquito de español. Julia es una esbelta rubia de ojos azules, nacida en Budapest, Hungría, y que reside en París. Habla muy bien el español.

Pues sí, he vuelto a las ciento setenta y cinco libras. Fue el peso que tuve durante mi juventud y algunos años después. Recuerdo que, entonces, coleccionaba fotos de Billy Conn, aquel campeón de los semi-pesados que dio dos célebres peleas al gran Joe Louis, a pesar de la gran diferencia de peso entre ambos. Le llamaban El Apolo de Pittsburgh.

Pero más importante que las doce libras menos de peso, es que mi cintura ha retrocedido, de treinta y ocho a treinta y seis. Y esto, a mis casi ochenta y un años, tiene una connotación muy especial para mi ego. Aunque ahora soy siempre más Sancho que Quijote, desde los días de mi infancia, en que ojeaba (nunca lo leí completo) el famoso texto de Cervantes con ilustraciones de Gustavo Doré, quise tener la figura del flaco de las locuras y no la del gordito de la objetividad.

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