Vamos a decir cosos de un hombre que, sin lugar a dudas de ningunas naturalezas, se adelantó a sus compatriotas en la ruta luminosa del progreso político y social, anhelando conquistar la libertad para su patria bien amada. Este hombre fue el doctor José Núñez de Cáceres y Albor, el fundador de ese boceto de República Dominicana, que efímeramente se llamó Estado Libre De Haití Español.
Este compatriota nuestro nació en la ciudad de Santo Domingo de Guzmán en el año de 1772 y murió en Ciudad Victoria, Estado de Tamaulipas, México, en el año de l846. La desventura, la angustia y el dolor lo saludaron desde que abrió los ojos por vez primera. Al nacer quedó huérfano de madre y una tía sin medios económicos a su alcance, se hizo cargo del recién nacido y supo prodigarle cariño y atenciones, de tal manera que el huérfano llegó a quererla de modos y formas entrañables. Los desvelos de esta tía-mamá dieron los frutos más optimus para que su hijo adoptivo llegara a convertirse en ati1dado literato, abogado de renombre, profundo pensador y el único estadista que en sus tiempos tuvo esta tierra.
Este genial hijo de la vieja ciudad del Ozama, que no conoció a su verdadera madre, tenía por padre a un hombre rústico, tosco y trabajador, que no creía en los libros y que no quería saber de las escuelas, ni tampoco de las letras. Ese hombre solamente confiaba en el sudor de su frente y en la fecundidad de la tierra que labraba. El padre no quería que el hijo pusiera sus pensamientos en otras cosas que no fuera trabajar y sudar sobre los surcos que se abrieran en la generosa tierra. También quería que su hijo aprendiera a encariñarse con los animales que afanosamente él criaba. El padre no quería al hijo en la ciudad soñando con la educación, la instrucción, los libros y las letras. El padre lo quería junto a él, en el campo bregando con la tierra paridora de frutos y nutridora de los animales de sus crianzas.
En un enfrentamiento familiar se impuso el criterio de la tía. El cariño de la tía ganó la primera batalla. La tía admiraba grandemente la inteligencia y la precocidad del sobrino, que para ella era su hijo idolatrado. No había dinero para pagar la escuela; pero el infante asistía a ella a título de gratuidad. No disponía de los libros necesarios. Tampoco tenía la adecuada ropa para asistir a las aulas. Entonces, el futuro Doctor vendía por las calles de la ciudad palomas y otras aves, que un cazador mataba. Con las ventas de las aves recibía algún beneficio que servía para ayudar a la bondadosa tía.
Ya bien avanzado en los estudios, el padre se opuso tajantemente a que ingresara en la Universidad. Vinieron las protestas y las lágrimas de la amorosa tía, pero el padre decidió definitivamente llevárselo al campo a sudar las gotas gordas junto a él. El joven José Núñez de Cáceres se llevó al campo los pocos libros que poseía. El padre lo vio como a un verdadero haragán, como a un auténtico holgazán.
Se dio cuenta que a su hijo no le interesaba ni trabajar en la tierra ni cuidar a los animales.
Con angustias hondas y penas vivas, el padre vio que su hijo rehuía los quehaceres y se dedicaba subrepticiamente, a la lectura debajo de los árboles y acariciado por la fresca brisa. El Padre decidió prescindir de la compañía del hijo.
El joven Núñez de Cáceres volvió a la ciudad. Con alegría había abandonado el campo y todo fue regocijo cuando llegó a la casa de su adorada tía.
La madre adoptiva logró que ingresara a la Universidad de Santo Tomás de Aquino. Estudió Derecho Civil, resultando un alumno brillante y a los 23 años se graduó con las notas más altas, dando enseguida notaciones palmarias del gran talento que poseía como abogado muy prometedor. Un abogado que no quería saber de las chicanas, o bien sea, de las mañas, artificios y tretas, que tanto gustan a los rábulas y a los legu1eyos, de ayer y de siempre. Núñez de Cáceres era un togado todo conciencia, pulcritud y decoro. A veces cuando no ganaba la causa a su cargo no cobraba. Y cuando la ganaba tomaba en cuenta la condición económica de su defendido, para cobrar. Él cobraba de acuerdo a las posibilidades monetarias de su defendido cuando ganaba la causa solamente. Fue nombrado por oposición profesor de la Universidad y llegaría a ser rector de la alta casa de estudios. Cuando la parte española de la isla de Santo Domingo fue cedida a Francia, en el año de 1795, por medio del Tratado de Basilea, el doctor Núñez de Cáceres, al ser trasladada la Real Audiencia a Cuba, se fue a esa isla con el cargo de Relator Ponente del alto tribunal.