Doctor Salomón Jorge

Doctor Salomón Jorge

UBI RIVAS
El ayuntamiento de Santiago de los Caballeros, por sugerencia del síndico José Enrique Sued Sem, con el consentimiento pleno de la Sala Capitular, designó con el nombre del doctor Salomón Jorge una calle de los Cerros de Gurabo con su nombre. Es un honor que hace tiempo debió conferírsele al doctor Jorge, un eminente médico especializado en cardiología, que ha salvado la vida de miles de sus pacientes, o les ha extendido la vida por mucho tiempo, y que ha ejercido la medicina con vocación de servicio sin contaminarla de peculado sórdido, graduado en París en 1937.

El palmarés es oportuno para que el doctor Jorge se percate de la dimensión que su persona penetra en la conciencia de su patria chica, el Primer Santiago de América, y para que produzca esta vez, siquiera, un desmentido a la queja del ilustre civilista Federico Henríquez y Carvajal cuando con profunda amargura sentenció: «Pobre América, que sólo sabes de tus grandes hombres cuando son tus grandes muertos».

El doctor Jorge ha sufrido la pérdida de dos de sus tres hijos, Jaques y Jean Louis, así como también su esposa, y un tercer hijo, Bernard, también reputado médico pediatra, reside en Los Angeles, California desde hace una treintena de años.

Es decir, que el doctor Jorge vive la etapa final de su vida sin compañía, aunque nunca está solo, porque es asediado constantemente por el cariño que le dispensan centenares de santiaguenses, médicos, pacientes, amigos que le quieren de verdad, artistas y sobre todo, músicos, porque el doctor Jorge se anima a cada rato y teclea al piano, para escurrir las penas y la soledad.

Inspirado en la orientación de reconocer la valía profesional y la calidad humana del doctor Jorge, el síndico Sued Sem debiera proceder lo propio para con los doctores José de Jesús Jiménez Almonte, el científico, médico y botánico, ajedrecista y políglota eximio, el más completo científico producido en todos los tiempos en el país, designando el ramo carretero Santiago-Guzzmal, con su egregio nombre.

En el trayecto que recorría a diario en montura de animal el entonces muchachote fornido y de sonrisa ancha y sanota, desde el bohío de sus padres hasta la Escuela Normal para recibirse de bachiller, lloviera, tronara, venteara o centellara, entonando solfas o leyendo al vaivén de la montura, los textos escolares. ¡Qué grandeza para un niño campesino!

También designar el Ayuntamiento de Santiago de los Caballeros una calle con el nombre del doctor Ocativo Almonte Fermín, una especie de extraterrestre por su condición humana excelsa y caballero a carta cabal sin tachas.

Así al doctor Federico Lithgow Ceara, al doctor Pedro Guzmán, Doctor Sergio Aníbal Bisonó, doctor Enrique (Quico) Morel, Silvano Rodríguez Largier, José Omar Llenas Díaz, Arturo Grullón, Manuel Grullón, Tomás Pérez Rancier, Virgilio Almánzar y otros más con iguales méritos que los citados, que ejercieron la medicina, la más noble y primera de todas las profesiones porque restaura la salud de los seres humanos, ajustados a los principios hipocráticos que muchos galenos no honran en aras del mercurialismo censurable.

Recordando al síndico de Santiago de los Caballeros y a los miembros de la Sala Capitular la sentencia martiana: «Honrar, honra».

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