Doctor Tejada Florentino

Doctor Tejada Florentino

Preso y desnudo, horas antes de ser asesinado, Tejado Florentino ejerció su condición de médico para salvar a otro prisionero de la 40

POR ÁNGELA  PEÑA
Además de sus asesinos y de los esbirros trujillistas que le interrogaron y torturaron, es probable que las dos últimas personas que escucharan, conversaran y vieran con vida al doctor Manuel Antonio Tejada Florentino fueran Roberto Bergés Febles y Carlos Sully Bonnelly Valverde, entonces jóvenes catorcistas encarcelados en la cárcel La 40.

Bergés Febles, abogado, reconocido por su eficiente gerencia en acreditadas compañías de Santo Domingo, y Bonnelly Valverde, destacado ingeniero que durante el trujillato fue perseguido y encarcelado junto a su hermano Freddy, conocieron en Tejada Florentino a un revolucionario firme, indomable, que conjugaba en su personalidad imponente al hombre culto, actualizado, conocedor de las epopeyas por la libertad de esos años y al médico amable, consolador y certero que ofreció sus servicios y su alivio aun en medio de la adversidad que representó su encerramiento y posterior martirio.

 Bonnelly Valverde fue de los primeros apresados del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, agrupación a la que ingresó en 1959. Por su amistad con Bergés Febles, iniciada desde Santiago de los Caballeros de donde ambos son nativos, entró también Alfredo una tarde, en la residencia de la Elvira de Mendoza donde vivía Carlos, quien le presentó a Leandro Guzmán, uno de los fundadores de la organización. A partir de entonces, Bergés también formaría parte del 1J4.

 Entre los presos iniciales que acompañaron a Carlos Sully estaban Leandro, Carlos Aurelio (Cayeyo) Grisanty, Pipe Faxas, Charlie Bogaert y Manolito González, que él recuerde. En una ocasión lo sacaron de la celda desnudo, esposado, para carearlo con María Teresa Mirabal. La dama fue la primera persona que le habló de Tejada Florentino.

Después, sus gritos desesperados serían voz de alarma que atraería al médico a su celda y que salvó la vida de su amigo, capturado posteriormente. La gratitud de Alfredo es patética. “Por él estoy vivo”, confiesa, por eso quise que estuviera en la entrevista. Convencerlo fue una gran conquista. El ingeniero es renuente al protagonismo. El otro instrumento del Todopoderoso para librar a don Alfredo de la muerte fue el doctor Tejada Florentino aunque también intervino, paradójicamente, un afamado asesino.

 Alfredo nació en Santiago, el 30 de diciembre de 1927, hijo de Domingo Octavio Bergés Bordas, perseguido, golpeado y apresado varias veces porque reunía en su casa  antitrujillistas como Persio Franco y Juan Isidro Jimenes Grullón. De ahí nacieron en el vástago sus sentimientos contra el régimen.  Bergés Febles estuvo casado con Silvia Troncoso Barrera, madre de sus hijas Silvia Patricia e Ivonne Marie.

 Fue interceptado por agentes del Servicio de Inteligencia Militar en la calle 19 de Marzo, cuando se dirigía a su trabajo en la compañía “Siglo XX”. Después de un breve interrogatorio en la dotación del SIM, lo mandaron a La 40, el 19 de enero de 1960, el mismo día que fue conducido a ese antro de torturas Tejada Florentino, detenido en el hospital “Dr. Salvador B. Gautier” donde dirigía la unidad de Cardiología.

Con Tejada en La 40

 A Alfredo Bergés Febles lo tenían sentado en la silla eléctrica. Ya le habían descargado bastante corriente, golpes y bastonazos por sus partes íntimas cuando los sicarios llegaron con el doctor Manuel Tejada Florentino, desnudo, según cuenta este testigo excepcional.

 “Como todavía no me habían parado de la silla, se quedaron en la puerta de “La casita en Canadá”, como llamábamos a la cámara de torturas. A él lo iban a sentar, pero tuvieron que esperar a bajarme. Lo trajeron Johnny Abbes, Candito Torres, Minervino (Américo Dante), Luis José León Estévez, todo el staff de los torturadores. Estaban en una mesita, en el extremo opuesto estaba la silla eléctrica y en otro lado había una puerta que daba con las antenas enormes que usaban para los carritos cepillo. En la esquina había un hombre sangrando profusamente del cuello, tirado en el piso”, narra Alfredo Bergés.

 A Tejada Florentino, agrega, “todavía no lo habían torturado, pero lo estaban interrogando en la puerta, desnudo. Comenzó a hablar y yo a admirar lo que ese hombre decía. Habló de la revolución francesa, la revolución mexicana, la cubana. Dijo que debería estar muy agradecido de la Era de Trujillo, porque era un limpiabotas y zapatero que vino a la capital y llegó a ser un buen cardiólogo. Creo que sabía que lo iban a matar porque, cuando estaba harto de decir cosas, añadió: ‘Y esto que está pasando aquí, subió la voz, es el principio del fin de la Era de Trujillo’. Yo pensé: se embromó, lo van a matar seguido”.

 Refiere don Alfredo que los verdugos estaban absortos, hipnotizados, con la boca abierta, que Tejada se impuso con ese discurso. “Johnny Abbes se dio cuenta de que estaban embelesados, sacudió la cabeza y reaccionó: ‘Está bueno ya, no vamos a oír más mierda, llévense ese hombre de ahí para matarlo’. No sé dónde lo llevaron, porque a mí me dieron más choques eléctricos hasta que perdí el conocimiento”, manifiesta.

El mártir y el moribundo

 A Bergés Febles lo tiraron en la celda donde estaba su amigo Carlos Sully, “como un fardo, inconsciente, era una batería eléctrica, llegó chipiando, era una cosa que pocos imaginan”, expresa. Era su amigo de infancia, un cuadro político que ingresó por él a la causa, tal vez por eso, y porque pensaba que fallecería ahí mismo, gritó: “¡Se está muriendo un hombre aquí!”. Un calié contestó: “¡Para eso que ustedes están aquí, coño, para morirse todos”, recuerda Bonnelly Valverde, pero después, agrega, se acercó otro torturador al que ambos sólo identifican por el “teniente Mota”. “Fue un asesino pero se notaba que era diferente, con cierto rasgo de bondad, presumo que yo estaba muy agitado porque él me dijo: ‘estate tranquilo, yo vengo ahora”.

 Esperó impaciente con el compañero sin sentido, “molido a palos. Traté de atenderlo lo mejor que pude pero entonces volvió Mota con Tejada Florentino, desnudo, con un maletín (que tal vez consiguió Mota). Mota entró, cerró la puerta  y dijo: ‘Espérense, que no quiero que me descubran”.

 “Tejada Florentino entró, cerró, le puso una inyección a Alfredo, lo atendió, le movió los brazos, no sé qué más le hizo y yo le pregunté: ¿Él vivirá? ‘Sí’, me respondió, porque es un hombre joven”, narra Bonnelly. En otras palabras, acota Bergés, “él ha recibido mucha cajeta, pero su juventud lo va a salvar”.

 Luego de ponerle la inyección (Alfredo después investigó que era de “Coramina”), el paciente reaccionó “y Tejada me puso la mano en la cabeza y me dijo: ‘Se va a mejorar’ y se lo llevaron. Tengo entendido que ese día fue que lo mataron”, comenta Carlos Sully.

 -Es posible que ustedes fueran los últimos dos antitrujillistas que lo vieran con vida-, se les observa.

 “Yo fui de los últimos que lo vio, después de ahí, más nunca”, respondió Alfredo.

 Don Carlos Sully concluye: “Pienso que esa noche fue que lo mataron”.

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