Doctorados en poesía

Doctorados en poesía

Todas las exigencias académicas se estrellan contra la poesía. Las “literaturas comparadas”, las preceptivas literarias, pedanterías y enredos de lingüistas y gramáticos, no consiguen entender la “óptica de los poetas”. Cientos de “expertos palabreros” se empeñan en disminuir el arte de la poesía, tratándolo como si fuese la cabriola afortunada de un trapecista de circo. ¿Desde qué ángulo mira el mundo un poeta? ¿Qué ocurre en su interior después que empieza a “digerir” el mundo? ¿Cómo logra el poeta exprimir eso que “mira” y “digiere” hasta convertirlo en arte? Los textos finales del poeta son objetos de estudio de historiadores de la literatura, gramáticos y lingüistas.
Todos “saben” más que el poeta, pues hablan varias lenguas, conocen literaturas antiguas y modernas, están enterados de las nuevas teorías del lenguaje. Pero ninguno de ellos puede componer un poema que merezca la atención de los especialistas o la aceptación agradecida del público. He conocido hombres muy cultos y sensibles, con formación intelectual rigurosa, que veían con asombro la capacidad creativa de Franklin Mieses Burgos, quien careció de educación universitaria. Peor aún, Mieses Burgos aprendió tardíamente a leer y a escribir. Su caso fue, como él mismo decía, el de “una ignorancia iluminada”. ¿Cómo explicar estos “misterios” del arte, de la psicología y del entendimiento?
Tal vez haber aprendido “a destiempo” la lengua española, le haya obligado a prestar mayor atención a cada vocablo. Quizás, conocer las letras siendo un adolescente -por tanto con más desarrollo intelectual-, hizo que sometiera las palabras a un examen cuasi-filosófico, en lugar de aprenderlas “impensadamente”, como hacen los niños pequeños. Este enigma lo “deposito” aquí para uso de expertos en psicología del aprendizaje. Estos problemas, que ahora llaman “cognitivos”, son difíciles de desentrañar, sobre todo, si tocan el lenguaje.
La percepción artística en general -pintores, poetas, escritores, dramaturgos, arquitectos- plantea problemas complejos de orden psicológico, filosófico, caracterológico. Se trata de la eterna dupla filosófica: hombre y mundo, objeto y sujeto, yo y cosas. Pero el resultado de este “choque” no es el conocimiento, como diría Kant, sino la obra artística. ¿Cuántas dioptrías tienen los espejuelos con que los artistas ven el mundo? ¿Es posible que tengamos, alguna vez, un doctorado en poesía?

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