Documentos sobre el Clero y el Poder

Documentos sobre el Clero y el Poder

A través de la biblioteca y el archivo personales de monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito, conservados y cuidados con excepcional celo en una sala especial de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, no sólo puede apreciarse la influencia que durante años ha ejercido la Iglesia Católica en la vida política, social, cultural, educativa, económica de la República Dominicana sino también interesantes revelaciones del prelado con los gobernantes, desde el dictador Trujillo hasta Joaquín Balaguer, o sus actuaciones en momentos críticos, como fue la revolución de abril de 1965.

Se comprueba, además, la polifacética personalidad de un obispo sociable, familiar, sencillo, concienzudo, meticuloso, que se ocupaba de jubileos, confesiones, concesión de indulgencias plenarias, dispensas matrimoniales o semanas vocacionales, pero también de asesorar a sacerdotes y fieles en época de elecciones, de invitar a la adhesión ante el agravio o a la repulsa frente a actos vergonzosos como fue el insulto personal al nuncio apostólico Emanuelle Clarizio, en febrero de 1966.

Sin embargo, por sobre todo, se distingue al apasionado historiador y entusiasta coleccionista que aquilató las ediciones más raras, obras únicas, originales, primeras, de tirada limitada, e impresiones de libros y manuscritos que difícilmente se encuentren enriqueciendo patrimonios públicos. Algunas novelas, ensayos o producciones poéticas de otros siglos son prácticamente desconocidas, inexistentes.

A sus interminables álbumes fotográficos se agregan historias que quedaron inéditas, listas para la imprenta, suyas, como el volumen Masonería e Iglesia: Fenómeno Dominicano, o de otros autores, como Papeles del Padre Buggenoms, Vicario Apostólico de la Arquidiócesis de Santo Domingo de 1866 a 1870, dos tomos mimeografiados, descubiertos, ordenados y transcritos por el padre Guillermo Soto Montero, en 1987. Buggenoms fue el primer Vicario Apostólico de Santo Domingo.

Polanco Brito encuadernó cada ejemplar, guardó notitas, tarjetas, telegramas, cartas, fotos, recortes de prensa, ejemplares de revistas o antiguos periódicos con singular esmero. Conservó felicitaciones y pésames, relaciones de gastos parroquiales y arzobispales, presupuestos, estados de cuenta, con el fervor del historiador que quiere preservar un detalle o recordar un dato.

En los añejos armarios de caoba de su propiedad, donados a la Universidad junto con la leal mecedora, las mesas, escritorios, sillas, estantes, su escudo de obispo, sus títulos universitarios o sus placas de reconocimiento, hay una interminable cantidad de manuscritos originales de varias épocas que impresionan. Es un acervo pendiente de clasificación aunque primorosamente atado en voluminosos legajos que dan cuenta de las candidaturas de monseñor Meriño, su correspondencia con Salomón, de Haití, testamentos de sacerdotes, nombramientos, certificados de nacionalidad, asuntos consulares, material de relaciones exteriores e infinidad de cuestiones personales que aun no se muestran.

Porque la Universidad no es únicamente depositaria, sino guardiana. “Nuestra misión es engrandecer, nunca detractar la figura de un personaje del que nos han confiado su obra personal y pública”, expresa la licenciada Dulce María Núñez de Taveras, directora de la Biblioteca de la PUCMM.

No es fácil tener acceso a esta sala. Se especifica que la consulta al Archivo Personal de monseñor Hugo Eduardo está sometida a normas especiales. “El investigador que necesite consultar dicha documentación deberá solicitar autorización escribiendo a la Dirección de la Biblioteca, indicando datos personales, su vinculación a alguna institución de investigación o de enseñanza, exponer el tema y naturaleza de su proyecto así como el uso que piensa dar al material consultado”.

Si los documentos colocados en carpetas y sobres amarillos hablan de la vehemencia del historiador y coleccionista, las miles fotografías son el reflejo de la intensa vida política, religiosa, social del inquieto pastor de almas, mediador en conflictos nacionales, propulsor del desarrollo, consagrado educador. Aparece con el dictador Trujillo pronunciando homilías, en momentos culminantes de un Tedeum o simplemente felicitado o saludado por el llamado “Jefe”. En el interminable desfile de álbumes, igual figura sobre un mulo, con sotana y sombrero subiendo una loma para llevar el Evangelio, o con los miembros del Triunvirato inaugurando el Instituto Superior de Agricultura, un centro a cuyos inicios estuvo tan vinculado como a la fundación de la Universidad que hoy acoge el legado que le dejó ordenado en su testamento.

En peregrinaciones, viajes, misas, reuniones, con hábito o trajeado, casual o solemne, seminarista o arzobispo, con amigos, compañeros, parientes, feligreses, está retratada en imágenes, también, la existencia de Polanco Brito que hoy puede verse a través de todas sus facetas en esa sala en la que parece estar presente con todo lo que fue importante en su vida, hasta con su perro.

“Manos sacrílegas profanaron el Sagrario de la Parroquia San Pío X. Ahora acaba de realizarse, en nombre de un falso sentido cristiano, una fariseica protesta con el representante del Santo Padre Paulo VI en la República Dominicana, Su Excelencia Monseñor Emanuelle Clarizio… Parecía una manifestación como las que se realizaron contra la Iglesia en tiempos ya felizmente pasados… Es una muestra de confusión y locura, por donde parece quieren algunos dirigir los destinos del país”.

Así iniciaba monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito la circular pidiendo testimonio de adhesión al Sumo Pontífice, injuriado en la persona del Nuncio por medio de un letrero en la tapia de la Nunciatura llamándolo embajador comunista. Decía que le avergonzaba el hecho, cuando al contrario, “deberíamos todos agradecer al Nuncio Apostólico el esfuerzo que ha hecho en pro de la pacificación dominicana”.

“No sólo lamento el insulto personal, significaba, sino que profundamente siento la injuria inferida al Sumo Pontífice Paulo VI”. Comunicaba que fueron treinta y dos los manifestantes y expresaba: “Yo desearía que los dominicanos nos diéramos cuenta de que una locura colectiva nos está atacando a todos, y si no ponemos remedio ahora que todavía hay tiempo para vivir cristianamente, para respirar en la democracia y crear fuentes de una vida mejor, tal vez más tarde tendremos que contentarnos con alabar y desfilar ante otro loquero”.

Otro documento revelador en la colección de Polanco es la Carta Pastoral con motivo de las elecciones de 1966 en la que se examinaba el acontecer dominicano, “por un lado lleno de nobles esperanzas, mirando la voluntad de construir que se nota en muchas partes, y por otro cargado de graves preocupaciones en las presentes circunstancias”.

Manifiesta: “Creemos que es una verdadera responsabilidad nuestra dirigir a toda la nación unas palabras que lleven una orientación para todos los dominicanos, si queremos salvar el país. Por todas partes parece que resultan verdaderas las palabras del profeta Isaías (1,5 7) escritas como si fueran para Santo Domingo: “Toda la cabeza está enferma, el corazón, todo malo. Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no hay en él nada sano, heridas, hinchazones, llagas podridas, ni curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. Vuestra tierra está devastada, vuestras ciudades quemadas, a vuestros ojos los extranjeros devoran vuestra tierra”.

Anunciaba que estaban a veintiún días de las elecciones nacionales “en las que la ciudadanía se dará el gobierno que desee. Pedimos a los líderes políticos y a todos los que están terciando activamente en la campaña electoral que olviden los odios y las recriminaciones para buscar lo que positivamente nos pueda llevar a unas elecciones democráticas”. Esas las ganó Joaquín Balaguer.

[b]Rarezas[/b]

Monseñor adquirió casi todos los libros de su colección en sus primeras, segundas y terceras ediciones. Entre las rarezas están una novela sociológica, Estela, por Miguel Billini, con prólogo de Manuel F. Cestero, de 1904, y otra titulada Silvana, por Juan A. Osorio Gómez, de 1929, que es “una página de la intervención”.

Están La provincia Espaillat y sus límites, por Zoilo Hermógenes García, de 1906. La nueva provincia de Salcedo, por Juan Bautista Rojas, de 1957. La Lira, de José Joaquín Pérez, edición hecha en cumplimiento de un acuerdo de la Sociedad La República, 1928. Hablando con mi madre, por Rafael Emilio Sanabia, 1943. Lirios del Trópico, por Ramón Emilio Jiménez, con prólogo de Salvador Cucurrullo. Poemas del humo, la marinería y el arrabal, por Juan Bautista Lamarche, 1954.

Además, La Cruz Transparente, por Osvaldo Bazil, con un mensaje inédito de Alfonso Reyes, 1939. Estudio de las fantasías indígenas de Don José Joaquín Pérez, por Braulio Álvarez, de 1877, y Cantos de Apolo, 1923, por Apolinar Perdomo, con prólogo de J. Tomás Mejía.

Se revela un prolífico Fray Cipriano de Utrera con su Historia Militar de Santo Domingo, tres tomos, 1950. Los Capuchinos en la Isla de Santo Domingo, 1922. Nuestra Señora de La Altagracia a través de la historia, 1965. La moneda provincial de la Isla Española, 1951. Diario de un viaje.

Incluye El correo en Santo Domingo, Historia documentada, por Oscar Ravelo E., 1944. Crónicas científicas y otros ensayos, por Tomás Pastoriza Valverde, 1947. Decadencia y liberación de la economía dominicana, por Pedro González Blanco, México, 1946. Lecciones de Derecho Constitucional, por Eugenio M. de Hostos, París, 1906.

Novedad son unos manuscritos de la colección Sermones, que perteneció al presbítero Eliseo Bornia Ariza, cinco tomos, que recogió el también presbítero José Martínez Cárceles. El Libro de nombramientos del Arzobispado de Santo Domingo, a maquinilla, desde 1862, y el original del Sínodo Diocesano celebrado por Su Señoría Ilustrísima el Señor D. Tomás de Portes e Infante, Dignísimo Arzobispo de Santo Domingo y Primado de las Indias, de 1851.

A mimeógrafo hay varios tomos de documentos de la Conferencia del Episcopado Dominicano. Censos, manuales, Cartas al Venerable Clero Secular y Fieles, de Ricardo Pittini, 1954, y cuidadosamente encuadernados estimable cantidad de artículos, nueve tomos, del Padre Billini, que dividió en educativos, religiosos y los publicados en Anales y La Crónica, así como una Locución leída en la Catedral el 1 de enero de 1875 por Fr. Roque Cocchia, obispo, Delegado y Vicario Apostólico.

Hay documentos del Vicariato Apostólico de Santo Domingo, 1874, títulos y nombramientos de canónigos, 1862 1919, Cartas del Arzobispo Portes, documentos de parroquias, actas del Arzobispo Don Fernando de Carbajal (sic) y Rivera, Arzobispo de Santo Domingo, Primado de las Indias.

[b]Únicos[/b]

En esta biblioteca de incalculable valor histórico y económico figuran los más antiguos libros dominicanos y muchos recientes que se prolongan hasta el mismo año del fallecimiento de este estudioso purpurado, el trece de abril de 1996. Aunque su inclinación parecen haber sido la religión y la economía, el acervo de Polanco posee contenidos tan raros como Tío Juan y otros cuentos, de Manuel Antonio Amiama, El niño y lo que a él le debemos, de María Josefa Gómez, viejas Obras Poéticas de Domingo Moreno Jiménez o el Manual de Economía Doméstica, de Amanda Ornes de Perelló. Coleccionó guías eclesiásticas e inmensidad de periódicos originales o fielmente copiados, como Hacia el porvenir y Cuba Literaria.

Los volúmenes nacionales más conocidos los tiene en sus primeras versiones y reproducciones posteriores. Fueron suyos, además, Madre culpable, la novela original de Amelia Francasi, de 1893 y una extraña “Description Geographique des Debou quemens Qui sont au nord des L’Isle de Saint Domingue MCCLXVIII”, que parecen haberle regalado Ángela y Max Klein, “born in Germany”.

El historiador y el estudioso pasarían horas hurgando en los añosos tramos de este rico patrimonio, entre los que hay estimables tomos dedicados a otros dueños y seguramente obsequiados al acucioso, laureado y reconocido religioso para quien el presbítero José Octavio Rodríguez Reyes, Vice Canciller, pedía una contribución de diez centavos, en 1954, expresando: “Este joven y meritorio sacerdote dominicano será elevado por el Santo Padre a la plenitud del sacerdocio. Me parece que un hermoso báculo, símbolo de la autoridad pastoral, sería el obsequio más oportuno para tal acontecimiento”.

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