Sabía escuchar. Sabía dialogar. Sabía poner atención. Sabía reaccionar con elegancia, con delicadeza, con precisión. Atento y reservado.
Inspiraba respeto y admiración por su sencilla forma de ser.
En los encuentros mensuales del Movimiento Interiorista, era el patriarca del grupo, por su edad.
Todos sentíamos algo especial por él.
Parecía un hombre sabio, más que de mucho saber.
Fijaba sus ojos, cuando escuchaba a alguien expresarse.
Sus orejas eran grandes, como señal de que sabía escuchar.
Se marchó a la otra orilla el lunes 8 de febrero de 2021, a los 90 años de edad.
Ese día, en la liturgia, rezamos el salmo 103: “El Señor goce con sus obras”. Hoy que Doi cruzó la orilla y atravesó la puerta abierta de la eternidad, ha sido recibido con gozo. El Señor gozó de las obras de Doi durante 9 décadas y ahora Doy gozará de las obras del Señor por toda la eternidad.
Nueve décadas de existencia dedicadas a la creación estética, tanto a través de la arquitectura como de la narrativa. Pienso que debe ser fácil pasar de la arquitectura a la literatura, porque el denominador común es la estética.
Era un hombre de estar ligero. Su edad no era óbice para buscarle acomodos. Sus años no le pesaban.
Recuerdo cuando sufrió una caída involuntaria en una reunión, que todos impulsivamente fuimos a protegerlo. A partir de esa caída, ya no le vimos más en los encuentros mensuales.
Nos sentíamos orgullosos de tener en el grupo un novelista tan acabado.
Pienso que era un hombre vertical en su eticidad, como lo era su estatura física.
Cuando ingresé al Ateneo, ya Doy hacía tiempo que estaba militando. Don Bruno Rosario Candelier me informó que lo estaba desde 1995.
Doi nos enseñó que nunca es tarde para empezar, si los motivos para hacerlo están bien enraizados. Inició a los 64 años su cultivo de la narrativa, llegando donde pocos llegan. En 2018 le fue otorgado el mayor galardón nacional de las letras dominicanas: El Premio Nacional de Literatura.
No sé por qué las almas sensibles, de buen corazón, el órgano le falla en algún momento. Quizás porque ese músculo ha experimentado grandes fatigas. Doy fue operado de corazón abierto. Hasta las dolencias expresan lo que fue: un corazón abierto a los demás.
Recuerdo que en uno de los encuentros, se acercó a mí, me obsequió uno de sus libros. E iniciamos un diálogo motivado por él.
- Luis, ¿tú has oído hablar de un arquitecto llamado Trene Pérez?
- Claro que sí, Doi, pues Trene Pérez era mocano.
- Luis, es uno de los arquitectos más grandes y creativos que ha dado el país. Yo soy un admirador de su obra arquitectónica y de su trayectoria como ser humano, comprometido con las mejores causas del país. Una hija de él escribió una obra sobre su vida, pero no he podido conseguirla.
- No se apure, Doi, que en la próxima reunión se la traigo para usted.
Al encuentro siguiente, le entregué la obra de Marcel Pérez de Brown, titulada Trene Pérez, un mocano vertical. Vi cómo le brillaron los ojos y se desprendió de sus labios una sonrisa de gran satisfacción. Me dijo: - Luis tú no sabes lo que me has traído.
- La pena, Doi, es que los mocanos no hemos sabido valorar a este hombre.
- No te apures, que tarde o temprano, su obra brillará.
Creo que lo que dijo Doi sobre Trene, se revierte hoy sobre sí mismo.
El país sabrá siempre agradecer a un hombre como Manuel Salvador Gautier (Doi) por su trayectoria luminosa en la arquitectura y en la narrativa. Pero, sobre todo, por ser un ciudadano ejemplar y un ser humano excepcional.
Doi, te fuiste en este tiempo de pandemia, donde se nos restringe tanto el acercarnos y hasta despedir con cariño a los amigos.
Doi, sin decirnos nada, cuánto aprendimos de ti.Hasta siempre, gigante dominicano.