Domingo de Ramos en Jerusalén
una  experiencia única

<SPAN>Domingo de Ramos en Jerusalén<BR>una  experiencia única</SPAN>

Durante la Semana Santa, Jerusalén recobra la esencia del cristianismo incipiente y el visitante tiene la sensación de que en cada paso, cada sonido y cada respiro se palpa especialmente el espíritu de fraternidad y austeridad

La tradicional procesión del Domingo de Ramos, que da inicio a la Semana de Pascua en Tierra Santa, es una de las experiencias más emotivas para los cristianos locales y peregrinos venidos de todo el mundo, que pueden recorrer y recordar con cada paso la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.

“Lo característico de esta procesión, es que por un lado es itinerante, es decir, vas siguiendo cada paso que hizo Jesús, y por otro, vas haciendo memoria y recordando los momentos que él vivió y esto es algo que te toca muy adentro”.

Estas no son las palabras de un peregrino que recuerda su experiencia vivida en años recientes, sino que es la descripción que hace de la popular procesión el vice-custodio de Tierra Santa, el padre franciscano Artemio Vítores, que año tras año recorre el camino de “subida” a Jerusalén que hizo Jesús antes de ser juzgado y crucificado.

Comienza en betfagé

La procesión comienza en la Iglesia franciscana de Betfagé, ubicada en el Monte de los Olivos, construida sobre la piedra que -según una tradición que data del siglo VII- Jesús empleó para subirse a un asno con el que entró en la ciudad amurallada de Jerusalén.

Escribe San Lucas:

 “Al acercarse a Betfagé y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos diciéndoles: “Vayan al caserío que está frente a ustedes. Al entrar, encontrarán atado un burrito que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo aquí. Si alguien les pregunta por qué lo desatan, díganle: el Señor lo necesita”. Fueron y encontraron todo como el Señor les había dicho”.

También en Betfagé, según las tradiciones, Jesús se encontró con María y Marta, la hermana de Lázaro de Betania.

La marcha recorre cinco kilómetros que separan esta iglesia situada en los extramuros del templo de Santa Ana, dentro ya de la ciudad amurallada, donde se dio la bendición final.

Vítores explica que “una de las cosas que impresionan mucho a los peregrinos es la subida a Jerusalén desde Betfagé… Porque esta es una experiencia que no se tiene en la Semana Santa en otra parte, sobre todo porque aquí vas con el corazón de la mano” y se rememora y recita cada episodio con verdadera devoción.

La Procesión de Palmas o de Ramos por el Monte de los Olivos serpentea por entre las aldeas palestinas del este de Jerusalén, donde el grueso de la población árabe profesar el Islám.

Entrando por la Puerta de los Leones

El colorido de la marcha, en la que se espera la participación de miles de feligreses de las distintas iglesias de Tierra Santa -pues este año la Pascua coincide para los ritos orientales y occidentales-, viene dado por un conjunto variopinto de seguidores, entre creyentes locales palestinos, extranjeros y turistas. Todos ellos aprovechan la ocasión para vivir una experiencia irrepetible.

Y es que durante la Semana Santa, Jerusalén recobra la esencia del cristianismo incipiente y el visitante tiene la sensación de que en cada paso, cada sonido y cada respiro se palpa especialmente el espíritu de fraternidad y austeridad.

En efecto, durante el Domingo de Ramos no es extraño ver a un grupo de católicos de rito oriental y vestidos como popes, que marchan en silencio junto a otro grupo multi-étnico de latinoamericanos que van cantando “Hosánas” y “Vamos a la casa del Señor”, seguidos por devotos palestinos que oran en árabe, acompañados de franciscanos italianos que entonan apropiadamente: “El Señor es la paz que vence la guerra”.

Grupos de boy-scouts palestinos, ataviados con banderolas, y mantones escoceses en el uniforme, y la multitudinaria presencia de grupos de filipinos, pues en Israel trabajan unos 30.000 miembros de esta comunidad, también suelen dar su toque personal a la marcha.

Tras bajar del Monte de los Olivos y recorrer los lugares santos donde Jesús pasó sus últimas horas -como el Huerto de Getsemaní y la Iglesia de la Agonía-, la procesión entra en la ciudad antigua de Jerusalén por la Puerta de los Leones, también llamada de San Esteban.

Aunque Jesús de Nazaret entró en Jerusalén por la denominada “Puerta Dorada”, siguiendo así una de las profecías que anunciaban los profetas judíos sobre la llegada del Mesías, desde finales del siglo pasado la marcha se adentra en el casco histórico de la ciudad por otro acceso, pues esa puerta permanece cerrada prácticamente desde el dominio turco en Tierra Santa.

“¡Y por esa puerta entró Jesús el Domingo de Ramos!” (Ezequiel 44).

Sin embargo, a lo largo de la historia los fieles sí han podido entrar durante la procesión pascual a través de la “Puerta Dorada”, por ejemplo, en el siglo IV, en la época bizantina, bajo las cruzadas o en momentos de la custodia franciscana de los Santos Lugares, cuando era el mismo patriarca latino quien recorría las calles a lomos de un borrico, a la manera de Jesús.

Hacia la iglesia de Santa Ana

Algunos estudiosos de la teología cristiana creen que la procesión del Domingo de Ramos fue en realidad una marcha de protesta contra los romanos.

Una vez cruzado el acceso a la ciudadela, los fieles pueden recorrer en procesión alzando ramos de olivos y de palma, las estrechas calles de adoquines de piedra de camino hacia la Iglesia de Santa Ana, madre de la Virgen María.

Esta iglesia está ubicada en el lugar donde la tradición sitúa el nacimiento de la Virgen, sobre la Vía Dolorosa que recorrió Jesús cargando con la cruz hasta el monte Gólgota, donde se construyó la Basílica del Santo Sepulcro.

“Los evangelios dicen que al paso de Cristo algunos cortaban ramos de árboles y alfombraban la calzada”, destaca el vicario de Tierra Santa, quien insiste en que la tradición de los ramos procede de los usos y costumbres de la época.

“Es una constante en la zona, lo dice el Evangelio, la exaltación mediante la palma o ramos de olivo, extraídos del cercano monte, ya formaba parte de la fiesta de Sucot”, explica Vítores.

Así, durante esta festividad, también conocida como de los Tabernáculos, los judíos solían cubrir endebles cabañas con palmas y otros ramos, para rememorar las frágiles estructuras que construían en el desierto tras salir de la esclavitud en el Egipto de los faraones.

“Estas tradiciones han tenido mucha influencia en el Domingo de Ramos y la exaltación de la Santa Cruz, donde la rama es un símbolo indispensable de fervor”, concluye.

Sin embargo, algunos estudiosos de la teología cristiana creen que la procesión del Domingo de Ramos fue en realidad una marcha de protesta contra los romanos -que dominaban Tierra Santa- por la crucifixión en una semana de 2.000 vecinos de la ciudad de Jerusalén. EFE/ Reportajes

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