Domingo Liz creador singular y mago del Ozama

Domingo Liz creador singular y mago del Ozama

Domingo Liz  se destaca entre los maestros del arte dominicano como uno de los más conocidos y respetados del público, desde su reputación de profesor ilustrado hasta la dimensión de su creación plástica,  fascinante hasta el punto de que se hace difícil abandonar la contemplación de la mayor parte de sus tallas, telas o papeles… Esa curiosa sensación que embarga al espectador no necesita análisis ni explicación lógica, lo comprobamos mirando la exposición retrospectiva que se ofrece en ambas plantas de la Galería Nacional de Bellas Artes, gracias al Museo de Arte Moderno y la Bienal de Artes Visuales, y que probablemente tenga que prolongarse. 

Tal vez nunca se ha escogido a un artista homenajeado con tanto acierto. Domingo Liz representa y simboliza la Bienal como debe(ría) ser ese acontecimiento: una fuente de revelaciones –pues él mismo la ganó con la precocidad de un emergente genial–, una manifestación de pluralidad artística –pues él fue dibujante, pintor, escultor, escritor, melómano–, un  diagnóstico de la actualidad nacional en la expresión visual –pues él recorrió el presente y anunció el futuro en términos de calidad impresionante–.  Las decenas de obras expuestas demuestran la continuidad de una producción que ha mantenido su nivel excepcional de seducción estética, y simultáneamente hace sonreír, pensar, evocar, sino invocar.

La exposición. Domingo Liz expuso individualmente muy poco, cinco veces, teniendo un criterio muy firme  al respecto, y nunca se había celebrado una retrospectiva que permitiese descubrir y seguir un itinerario tan especial. La selección juiciosa, realizada por Amable López Mélendez, hace resaltar esa trayectoria y ha logrado reunir obras impactantes de cada etapa: los coleccionistas institucionales y particulares cedieron verdaderos tesoros de la madurez precoz y la permanente creatividad, fehacientes de una fuerza que no ha cedido en  más de medio siglo.

La museografía, siguiendo una colocación cronológica, pone en evidencia la continuidad de la obra de Domingo Liz, sin retrocesos ni avanzadas,  tratando los temas que atraviesan décadas con igual encanto y eficiencia: aquí está la barriada, poblada por protagonistas, todos parecidos, todos diferentes, todos anclados en el Ozama.  Sencillos y amenos… con excepción de los clérigos, que aparentemente no eran santos de la devoción del artista, mientras los pescadores, los boteros, los ciclistas, los caminantes, los mirones,  la gente femenina conforman una población algo burlesca y simpaticona.

Sin embargo, es la interpretación de los niños la que tal vez gesta a las criaturas más fascinantes, hasta el punto de que penamos… para dejar a esos personajes fascinantes.

Felizmente, los cuadros siguientes vuelven a brindarnos cuerpos rechonchos, rostros de ojos y boca comunicativos, atuendos estriados o monocromáticos de chicas y chicos traviesos y juguetones, la pelota pareciéndose a su dueño… Una mezcla de sabiduría e inocencia asemeja sus muecas, y sin embargo son originales todos.

Obviamente, Domingo Liz estudia, siente, expresa sus vivencias, desde sus hijos y aquellos de los vecinos. El cuadro escogido para identificar la bienal, una obra maestra de ternura y humor, es emblemático al respecto. ¡Hasta participamos en el juego!: muy pocos artistas en el mundo lograron –observando, registrando, transfigurando–, ser tan lúdicos y sugerentes a la vez.

Del hábitat a la obra.  Ahora bien, el universo de Domingo Liz se concentró en algunos kilómetros cuadrados; allí nació, creció, tuvo familia, produjo una obra riquísima, vivió y murió. Él mismo señala autobiográficamente cómo cambió ese entorno, de árboles verdes a bosques de techos que el “creador” –palabra que Domingo prefería a “artista”- reinventó real-maravillosamente en sus pinturas. ¡Cuánto nos impresionan los amasijos de apretadas casitas de La Ciénaga o las transparencias arquitectónicas cobijando a los moradores del Ozama.

El paisajismo urbano del cinturón otrora verde de Santo Domingo ha generado imágenes donde se unen sorprendentemente clamor social y emoción estética.

Aunque varias esculturas, intensamente orgánicas, unas enroscadas, otras verticales y foliáceas, señalan a un tallista cimero, los dibujos y las pinturas son el cuerpo de la exposición. Ciertamente, por la fabulosa organización de las líneas, la frecuente transparencia y ligereza dominante de la capa pictórica, la economía de medios resultantes y triunfales, aun en las pinturas casi siempre (pre)domina el dibujo.

¿No escribió Domingo Liz  que “son infinitas las variaciones que a través de un proceso largo de tiempo ha sufrido ese medio tan especial de creación visual.”? Hay sencillez, refinamiento, sutileza, ¡y muchos, hoy en día, en Santo Domingo, necesitamos esa simbiosis de maestría y sensibilidad! Estudiantes de arte y artistas jóvenes deben ver un despliegue de talento, suntuoso en su modestia… y de ello sacar verdaderos valores contemporáneos y una alternativa a los “anti-lenguajes” en boga.

Para concluir, dejamos la palabra a Mercedes Morales, la esposa de Domingo Liz: “Domingo, buen esposo, buen padre, buen amigo, comprensivo y justo, creemos que, con su arte sincero, expresivo, estará como un duende incorregible, provocándonos reflexión y un último placer existencial.” Esta voz corona la hermosísima exposición que ningún amante del arte se puede perder.

ZOOM
 Trayectoria artística

Tres períodos determinan la distribución expositiva de Amable López Meléndez que él especifica: “El primer momento incluye pinturas, dibujos y esculturas consideradas obras seminales, iniciáticas o profetizadoras  (…), ejecutadas entre las décadas de 1950-1970. Un segundo tiempo contiene una selección de su producción pictórica, escultórica y dibujística, ejecutada en las décadas del 1970-1980 (…). El tercer tiempo abarca su producción entre 1980-2012 (…). El curador y crítico considera que entonces Liz alcanzó sus “máximos niveles de síntesis y libertad expresiva.”

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