Domingo Liz maestro del arte que se marchó pero permanece como creador inolvidable

Domingo Liz maestro del arte que se marchó pero permanece como creador inolvidable<BR>

Domingo Liz (Santo Domingo, 1931), mereció en el 2008 el Premio de Pintura de la Fundación Corripio, y en el 2012 el Premio Nacional de Artes Plásticas que otorga anualmente el Estado dominicano. Fue elegido a unanimidad por un jurado que tomó en consideración su trayectoria, su ardua labor artística y versificada y por la creación de imágenes paradigmáticas en las que resalta la identidad cultural. “Es el único artista plástico reconocido como maestro en dibujo, escultura y pintura”. Además, maestro de largo ejercicio docente en la Escuela Nacional de Artes Plásticas y en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, resultando un orientador decisivo de jóvenes vocaciones y un teórico del pensamiento estético relacionado con la creación histórica de las artes dominicanas.

El maestro Liz se vinculó a la primera generación de egresados de la Escuela Nacional de Bellas Artes, cuyos docentes -dominicanos y europeos- fueron encabezados por el escultor español Manolo Pascual. Además se vinculó al pintor moderno Jaime Colson, cuando este maestro dominicano retornó al país a inicio de la década 1950, ejerciendo una marcada influencia estética en el dogma clasicista, cubista y del neohumanismo, sustentado en la racialidad antillana, por consiguiente criolla, dominicana y mulata. Pese a la influencia estética colsoniana, revelada en contadas obras de tal nexo, Liz manifiesta una personal autonomía constatada en su obra pictórica más difundida: “Caballos”, oleo/tela del 1951; autonomía en las cromatizaciones y el tema que incluye un muchacho junto a tres jamelgos se completa con un horizonte paisajístico de árboles y montañas.

A partir de la década 1950, prontamente Liz se desplaza como un dibujante también autónomo, creando un estilo escritural concentrado en términos de caligrafía filigrámica que de diversas maneras asumen la racialidad mulata en redondos niños, cabezas de mujeres y famélicos pescadores desnudos. Mas, al pintor y al dibujante infundido por la interioridad se suma el escultor Liz, encontrándose en nuestra historia del arte moderno a un creador potenciado con la excelencia en los tres campos o manifestaciones plásticas.

Domingo Liz “nos hace pensar hacia adentro” –escribió Suro- preocupado por trabajar y desarrollar una idea que tenga como fin específico la creación de un espacio propio “(…) Para muchos críticos”. (…) es un caso singular no solamente en la escultura dominicana, sino latinoamericana (…) Liz tiene un concepto muy claro de la forma y del espacio (…) También cuando habla de arte, esa misma claridad les manifiesta. En este tenor lo que expresa Liz: Todo verdadero artista tiene que echar raíces profundas en su medio. Cuando el artista es sincero, aun en las más altas expresiones del arte abstracto se producen por una conjunción de la personalidad interna (su manera peculiar de percibir y concebir) y lo que queda es una percepción aguda y analítica de la naturaleza y la vida que le rodea.

Desde sí mismo como habitante socializado en la ciudad capital del país, marítima y con emblemático río, Domingo Liz se sustrae a unas fuentes específicas de condición racial y entorno, interpretando con peculiar poética un discurso personal y, por extensión nacional de desahogo creativo, introspectivo y extropectivo en la espacialidad, formas y campos expresivos. Se da una estrecha relación inadvertida, pero que debemos ponderar entre sus dibujos, sus esculturas y sus pinturas, producidas las unas y las otras en diferentes fases. Pese a su abandono de la obra tridimensional como preferencia las interrelaciones se dan entre 1955-1975, con excepción de alguna escultura, en este caso la monumental obra que honra a los luchadores antitrujillistas caídos en aras de la libertad dominicana.

Cuando sustentamos las relaciones entre los tres campos expresivos que elevan la maestría de un artista que lleva consigo una vida interior austera, concentrada, profunda y vertical fuera de su placer por el logro de su trabajo, no es difícil descubrir vínculos entre las redondeces de sus sujetos bidimensionales y sus tridimensionales “orígenes”, o entre sus personajes alargados de los dibujos y sus tallas longitudinales. Incluso sus obras geométricas del 1958: “Cabeza” (bronce) y “Composición” (caoba) tienen relación con “Rostros” (mixta/papel s/f.), ejecutado en sepia sobre fondo rojo.

Habrá que examinar el repertorio creativo de Domingo Liz para atar relaciones y sincronías en una producción ensanchadamente circular como las ondas de un Ozama, estremecidas sus aguas por algún lanzamiento. Frente a esta vía fluvial y situada su morada en la altura de una ladera frontal y distante, nuestro artista pluridisciplinario echaba la mirada constantemente, la cual se iba al otro lado donde estaba ubicada “La Ciénaga”, la barriada marginal, multihabitacional y poblada sin censo alguno, pero transfiriendo una alucinación que no dejó de ser azul en la dicción de un pintor en papel y telas donde el ludismo risueño y transparenciado había aclarado gamas que entendíamos como libre acopio de nuestra Bandera dominicana. En este caso citamos su producción expuesta como integrante del Grupo Proyecta, fundado en 1968, proclamando el principio del arte por el arte como único compromiso de la creación.

La producción de Liz se extendió por más de 60 años de labor inagotable, e autoimpuesto por encima de otros quehaceres familiares, fraternales, militantes y de servicio docente. Artistas entrañable e iluminado, tal vez es imposible compendiar todo lo hecho como dibujante, escultor, pintor y teórico de escritura crítica. Cuando le fue comunicado el otorgamiento del Premio Nacional de Artes Plásticas 2012, su alegría fue de sol y sueño sin despedida. Físicamente se marchó el 14 de febrero 2013. Espiritualmente se quedó como artista inconfundible, creador interiorizador, maestro ejemplar en la plenitud de la edad donde su amor fructificó con extensión filiar obras admirables y antológicas.

La celebración de la Bienal Nacional de Artes Visuales correspondiente al presente 2013 está dedicada a su memoria, conllevando una exposición que antologa sus obras pertenecientes a la colección estatal del Museo de Arte Moderno y de varios coleccionistas. Es una exposición de la memoria creativa del gran maestro que fue Domingo Liz y que seguirá siéndolo, aunque nos reservamos la duda de que alcanzará la justa dimensión histórica que debiera retratarle. El apresuramiento para organizar una muestra-homenaje es la razón de la duda metódica y ojalá nos equivocáramos.

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