Domingo Silié Gatón – En torno a un debate

Domingo Silié Gatón – En torno a un debate

Muy raras veces nos aventuramos a inmiscuirnos públicamente en asuntos políticos. Es un criterio cuyas razones nos reservamos, esperando que los amables lectores no excusen. Pero cuando una causa patriótica nos impulsa a hacerlo, no lo pensamos dos veces.

Con mucha insistencia se habla de la realización de un debate político entre los aspirantes a la Presidencia y Vicepresidencia de la República, con miras a que a través del mismo salgan a relucir cosas que muchos desconocemos, y que necesariamente debemos conocer en calidad de sufragantes y en base de sustentación para depositar el voto en las urnas electorales, con la seguridad de que no lo vamos a botar.

La palabra debate, en una de sus acepciones significa «discusión literaria», según lo expone el diccionario. Bajo ningún concepto significa discusión encarnizada, ni falta de respeto, ni mucho menos una sarta de diatribas.

No es un pleito ni una lucha de gladiodores; más que eso es un diálogo, un coloquio o una plática entre dos o más personas. Es algo donde se busca la comprensión mutua a base del sano criterio, no de las diatribas. Del decoro, no de la falta de respeto. No de la maledicencia, sino de la comprensión y la buena fe.

El debate político no significa olvidarse de la ética, sino precisamente ponerla en práctica con toda altura moral, y de esta manera poder edificar no sólo a quienes ignoran el sentido del debate, sino también de aquellos que maliciosamente se frotan las manos en espera de un resultado alejado de las normas del respeto a la dignidad de las partes.

Quienes aceptan el debate, siempre tienen tiempo para meditar sobre las ex posiciones que han de hacer; por eso, si obran de manera desmedida y grosera, se hacen reos del desprecio y del peso de la justicia moral, que los pudiera colocar en el plano de la premeditación y la alevosía, circunstancias agravantes, consideradas en los cánones del Derecho.

En el debate político-eleccionario sólo ha de haber un ganador: el pueblo. Y un perdedor en la persona de quien osare ridiculizar a su contraparte. En un debate donde los protagonistas sean quienes pretendan guiar los destinos de la patria, se impone la cordura. Si, la cordura, esa palabra hermanada a la sensatez y a la prudencia.

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