NUEVA YORK. El ideal que desde niño tuvo Juan Pablo Duarte, y que se hizo realidad el 27 de febrero de 1844, cumple 160 años de vida. La República Dominicana celebra su independencia en medio de temores y esperanzas, a medida que la vida nacional se politiza cada vez más.
La peor crisis económica, sacude hoy al país, y en la nación, está diseminados el pesimismo, pero también la esperanza. Porque la crisis económica ha estremecido los cimientos de la vida pública criolla; a tal extremo, que muchas industrias y establecimientos comerciales han tenido que cerrar sus puertas.
La esperanza se cifra, en el habitual sentir del dominicano: que vendrán días mejores. Y ese sentir esperanzador, siempre se ha hecho presente tanto en las clases humildes, como en las medianas y las poderosas.
El ex presidente Joaquín Balaguer, quien se describió a sí mismo como un hombre «destinista», manifestaba su fe en el resurgir de la República cada vez que el caos o la desesperación la sacudían. «La República Dominicana, con todos sus avatares, siempre resurge de las cenizas», sentenció más de una vez ese hombre taciturno.
Y Balaguer, esa figura que gobernó el país y que también casi gobernó, sin ser gobierno, en sus últimos años, ejerciendo el poder político desde su residencia, bajó al sepulcro con la satisfacción de haber dado una lección magistral a los que bregan en la política: puso de su lado a las dos fuerzas mayores de oposición que tuvo: el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y el Revolucionario Dominicano (PRD).
El primero, luego de lanzar los más vitriólicos ataques contra el fundador y líder del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), después de alcanzar el poder, con su ayuda fundamental, dijo que a Balaguer no podía tocársele «ni con el pétalo de una rosa», remedando la expresión del poeta mexicano.
El segundo, hizo otro tanto. Más solemne: propició que el Congreso Nacional proclamara a Balaguer «Padre de la Democracia Dominicana.»
En el cumpleaños de la República Dominicana cabe recordar el fervor duartiano que siempre manifestó Balaguer, el principal biógrafo del Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte. La pasión del caudillo por el Padre de la Patria era tal, que dijo, en el proemio de «El Cristo de la Libertad», que esa no era una obra de historia ni análisis, sino de pasión en reconocimiento al trabajo libertario del patricio.
En el cumpleaños de la patria, los dominicanos establecidos en el exterior, especialmente en Estados Unidos, cuentan sus triunfos; pero también sus cuitas.
Se ha sentido muchas veces la discriminación hacia los dominicanos. Es un sentir que han vivido otros hermanos iberoamericanos avecindados en la tierra de Walt Whitman.
Quizás, ese principio «de apocamiento» que han querido endilgarle a la comunidad, ha motivado que sus integrantes se movilicen en los órdenes económico, político, cultural… y están estabilizándose como comunidad de empuje y de prestigio.
Este año, los dominicanos que residen fuera de su país, y que se han inscrito en las dependencias de la Junta Central Electoral, van a ejercer, por primera vez, el voto, desde el exterior. Los millares apuntados, no son los deseables. Pero hay apuntados. Y hay gente dispuesta a votar, para hacerse sentir en su país; haciéndose sentir como ente de empuje y de valor y de ejemplo para la superación.
Eso, es un triunfo. Uno de otros tantos; de los que ya se han logrado y de los que, por esfuerzo y tesón, seguirán obteniéndose.
La crisis económica en Dominicana, está vigente; se siente, poderosa. Pero hay fe. Una fe traída desde la fundación de la República. Una fe hecha a la medida, por Juan Pablo, el Duarte ese que sacrificó juventud, familia, hacienda y vida para que el lado este de la isla La Hispaniola tuviera, como tiene, bandera y escudo propios; identidad en la acepción completa de la palabra.
Con esa fe, con tanta fe que puso Duarte en su proyecto, al imponer como lema «Dios, Patria y Libertad», hoy, en el cumpleaños patrio, hay razones de sobra para decirle, con amor, a la República Dominicana… ¡Feliz cumpleaños, Patria amada!