Dominicana en los tiempos del cólera

Dominicana en los tiempos del cólera

El eximio pediatra e historiador de la medicina Rafael Miranda, hace más de cinco décadas comentaba: “Por una de esas misteriosas causas que escapan al mejor razonamiento, las diversas epidemias de cólera que desde el año 1826 venían diezmando a los habitantes de América, nunca osaron castigar a la población de esta isla de Santo Domingo, aunque dejaron su huella mortífera en las tierras cercanas de Cuba…”. El cólera siempre fue tímido para incursionar en la isla, desde la epidemia de 1868 transcurrieron 148 años para que se presentara brutal con su guadaña patológica en el 2010. Esta terrible enfermedad que en el pasado felizmente nos “depreció”, hoy de nuevo nos amenaza, parece que gracias al reinado de la insalubridad le ha tomado “cariño” a la isla.
Desde 1863 se desarrollaba la cuarta pandemia (propagación mundial) de cólera, la humanidad solo conocía las recomendaciones de Pettenkofer en torno a evitar la suciedad como medio difusor de la enfermedad y también se advertía su condición de contagiosa, pero no había sido identificado el vibrión colérico o bacteria que la produce, sería en 1884 cuando Robert Koch logró identificar el bacilo colérico. Entretanto en 1867 se presentó un brote en Saint Thomas, entonces uno de los puertos más importantes para el intercambio mercantil con Dominicana. El Presidente de la República era el general José María Cabral y Luna que enfrentaba una gran insurrección de los baecistas o rojos, ordenó una cuarentena a los barcos procedentes de Saint Thomas. José Gabriel García (que se desempeñaba como ministro de justicia y educación) nos dice que en enero de 1868 la ciudad de Santo Domingo quedó azotada: “Por la epidemia de cólera que por descuido importó una goleta de Santomas”. Se otorgó “patente limpia” (permiso) a una goleta procedente de Saint Thomas e introdujo la enfermedad. Se produjo una gran mortandad en la Capital, que tenía un cerco militar y sirvió de cordón sanitario para evitar que la epidemia se extendiera al interior.
El héroe y mártir Manuel Rodríguez Objío de los jefes militares leales a Cabral, apuntó que para fines de mes se vieron precisados a abandonar la ciudad, indicando que salió el 31 de enero junto a un grupo de compañeros, llegando a Venezuela, refería en sus Relaciones, que: “He pasado mi cuarentena en el islote de Guaiguaza frente a Pto. Cabello”. Entre los muertos durante la cuarentena en el islote se cuenta al padre Dionisio de Moya. Rodríguez Objío resalta en su libro sobre Luperón y la Restauración: “El cólera y la fuerza de los sucesos nos obligaron a abandonar aquella ciudad Capital, sin darnos tiempo a aguardar un resultado…”. Entre las víctimas del brote colérico se registra al ilustre loco Juan Isidro Pérez. Fueron tan elevadas las defunciones que se improvisó un nuevo cementerio al lado del camposanto de la avenida independencia, donde luego funcionó la escuela Paraguay (incendiada en los años 60), fue llamado el cementerio de los coléricos. La sensación alarmante de la grave patología persistiría por mucho tiempo, en 1901 ante un grave brote diarreico se denominó como cólera infantil, y luego con un término que se hizo más popular: colerín. En realidad el cólera se ausentó desde 1868 para regresar con grandes ansias de hecatombe en 2010, se inició un brote en Haití en la zona de Mirabalais, se contaminó el Río Artibonito y se llegaron a registrar 4,000 casos diarios, en diciembre de 2011 se reportaban más de medio millón de afectados. Con una frontera sumamente frágil, lo natural era que rápidamente se propagara la epidemia a la parte dominicana, en virtud del permanente ingreso de ciudadanos haitianos. En el país se registraron 21,592 casos, con 371 defunciones, morbimortalidad distribuida en toda la geografía nacional.
Hoy estamos a la espera de un nuevo brote, debemos acotar que se cuenta con mayor experiencia sobre el cólera desde el ámbito clínico y epidemiológico, no obstante los fenómenos del incontrolado traslado de ciudadanos es el gran escollo, la porosidad fronteriza. La ministra de Salud que es especialista en enfermedades infecciosas, ha recorrido personalmente los puntos más vulnerables de la frontera procurando fortalecer la vigilancia epidemiológica, pero se necesitan muchos recursos y las autoridades centrales se resisten a invertir en salud porque sus resultados no se ven como el Metro, el teleférico, Punta Catalina, etc. Además no han sido capaces de reclamar una indemnización a la ONU señalada como responsable de la epidemia a través de sus soldados en Haití, esta institución reconoció su compromiso en el inicio de la epidemia, se debe acentuar que no sólo deben ser indemnizados los haitianos, sino los dominicanos víctimas también de la epidemia, así podríamos utilizar esos recursos en el fortalecimiento efectivo de la prevención en la frontera. Enfermedades como el cólera deben ser afrontadas con recursos que puedan definir una constante y exhaustiva vigilancia epidemiológica, de lo contrario solo nos quedaría remedar a Florentino Daza (el perseverante personaje estelar de Gabriel García Márquez en el Amor en los tiempos del cólera) y enarbolar en la isla per saécula saeculórum la bandera amarilla del cólera.

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