Dominicana regenta escuela gratis
de música en Chicago

Dominicana regenta escuela gratis <BR>de música en Chicago

POR HERBERT G. McCANN
Reportajes AP
CHICAGO.-
El pasillo estrecho de la Escuela de Música del Pueblo (People’s Music School) estaba lleno de instrumentos musicales, pero no impedía el paso de los niños que iban bulliciosos de un lado a otro para acudir a sus clases.

La escuela, en un barrio pobre de Chicago, era el viejo sueño de Rita Simó, que dejó su humilde hogar en República Dominicana para concurrir a la prestigiosa Escuela Juilliard.

Así se convirtió en concertista de piano (luego en religiosa) y finalmente abrió el centro en 1976, al considerar que la instrucción de música clásica de calidad debía ser accesible a todos, independientemente de los medios económicos.

La escuela, en un barrio pobre de Chicago, proporciona instrucción musical gratuita a cualquiera. Mientras una clase de violín de media hora suele costar 40 dólares en otros sitios, los alumnos de la escuela sólo pagan 15 dólares de matrícula.

Las raíces musicales de Simó se remontan a su niñez en San Francisco de Macorís, donde todos los domingos escuchaba a una banda musical en un parque. A los 4 años extraía tonadas en el piano de una tía y al año siguiente ya estudiaba en el Conservatorio Nacional.

A los 18 años se mudó a Nueva York para proseguir sus estudios musicales con una beca en Juilliard en la época en que el pianista Van Cliburn era famoso.

Dijo que durante una actuación en el Harlem se dio cuenta de que los pobres en Estados Unidos no tenían acceso a la instrucción de música clásica, y se cristalizó su deseo de abrir una escuela gratuita.

A los 24 años se incorporó a la orden religiosa dominica Sinsinawa por considerar que la Iglesia la ayudaría a establecer una escuela de música en los barrios pobres.

«Me dijeron que ésa no era una razón para hacerme monja, pero me aceptaron, aunque después de varios años de ver diferido mi sueño, dejé la orden con 65 dólares en la cartera y volví a ser Rita Simó».

En un barrio humilde de Chicago (con un tercio de inmigrantes recientes), tomó prestado dinero de amistades, alquiló un local vacante donde había funcionado un salón de belleza, y convenció al sacerdote de una iglesia católica que le diera un piano. Puso un cartel que ofrecía «Lecciones gratuitas de piano a cambio de pintura’’, y atrajo a 40 personas.

Simó siempre fue una entusiasta promotora de su escuela, pese al escepticismo inicial de familiares y amigos. Llamó a depósitos en busca de pianos abandonados, buscó profesores dispuestos a enseñar gratuitamente, y solicitó a fundaciones que financiaran el desarrollo de su escuela.

Recuerda esos primeros años como una época de lucha y privaciones, cuando fregaba los baños y trabajaba en un centro de ancianos para su sustento. Pese a toda su actividad tuvo tiempo para casarse.

«Aunque no fue fácil’’, acotó. «Ahora, mirándolo desde este momento, es divertido. Pero en ese entonces fue muy duro’’.

En 1995, la escuela se mudó a un nuevo edificio de dos pisos con un valor de 1.5 millones de dólares. Ahora tiene diez salas de práctica, una biblioteca, una sala de actuación y una zona para recitales en la azotea.

Los estudiantes aprenden teoría musical y práctica instrumental por 32 profesores de poca paga y tiempo parcial en piano, cuerdas, vientos, bronces, percusión y voz.

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