Dominicanidad positiva

Dominicanidad positiva

PEDRO GIL ITURBIDES
El padre Lucas Leffler, m.s.c., anunció en su mensaje de salutación, que habría de invitar a varios de los feligreses para hacer unos comentarios en la homilía. Dijo que el Arzobispado de Santo Domingo promueve una campaña para exaltar la dominicanidad. De hecho, el boletín entregado para la celebración del vigésimo domingo del tiempo ordinario, proclamaba las excelencias de nuestra gente. Pero nos afecta, dijo el sacerdote, una suerte de infravaloración emocional. Nos distingue una frágil autoestima.

“De ahí que también se tienda al pesimismo y al desánimo ante el propio futuro del país, que se expresan en frases tales como “este país no hay quien lo arregle”, “este es un país malo”, “aquí sólo hay que tener dinero y relaciones y todo se arregla”, se escribe en el boletín entregado a los participantes en aquella liturgia eucarística.

El padre instó a los feligreses que se animaran a ello, a comentar unas preguntas que son parte del texto entregado. Cinco asistentes a la misa hicieron suyas las interrogantes del boletín, y en tono exultante proclamaron el valor de la dominicanidad. Poco antes de acudir a la Iglesia consagrada al Divino Niño Jesús, Rossy, nuestros hijos y yo habíamos enhestado la bandera, mientras cantábamos el himno nacional. Al momento de escribir estas notas, pasada la celebración del inicio de la guerra restauradora, aún no hemos arriado la insignia patria.

El lunes 15 pasamos por la calle Antonio Guzmán que corta entre este y oeste el sector de Las Praderas en que se halla erigido este templo. Desde la Oloff Palme hasta la 27 de Febrero conté seis viviendas o departamentos en donde se exhibía la bandera. En el vecindario de la Iglesia, únicamente un departamento lucía esta expresión de nuestra dominicanidad.

Desconozco qué impulsó al Arzobispado a resaltar en agosto nuestra dominicanidad. Supongo que esa proclamación es indispensable por estos tiempos en que, debiendo solidarizarnos con nuestros hambrientos vecinos de Haití, salimos en estampida de nuestro territorio. Estamos sobrecogidos por políticas públicas confusas e incoherentes respecto del drama haitiano. Estamos abiertos al dolor vecino, pues quienes lo sufren son seres humanos. Nos arredra, sin embargo, no saber, porque las políticas públicas no lo han definido, si esta solidaridad humana implica la cesión de valores nacionales. Y sobre todo, nos agobia una permisiva visión del asentamiento de los vecinos entre nosotros, sin que esa migración sea orientada y regulada.

No poca culpa se corresponde con el desempeño público respecto de otros problemas. Las debilidades de la emoción nacionalista medran en las repercusiones económicas de equívocas políticas de gasto de los gobiernos. La inequidad estimulada o, en todo caso soportada por la autoridad, mella la pujanza del nacionalismo. La corrupción administrativa y otras formas de dolo en el quehacer público, asfixian lo dominicano. El común irrespeto a la ley doblega la más vibrante emoción patria.

En pocas palabras, si sobrevive la dominicanidad es porque trasciende todos los fallos del procomún y de los individuos, para hacerse consustancial con la escuálida conciencia cívica que aún vive.

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