Entre las muchas amenazas de la inmigración se encuentra nuestra falta de formación ciudadana, que nos hace incapaces de asumir conductas y las actitudes correctas frente a variadas situaciones que se suscitan respecto a los inmigrantes, individuales o en grupos, organizados o no; especialmente cuando no comparten nuestro idioma y cultura, o aún carecen de identificación; al tiempo que nuestras autoridades carecen de mecanismos de control respecto a su presencia, excepto, de manera casuística y aleatoria, utilizando rústicos mecanismos de repatriación.
Tenemos una especial indefensión psicológica, cultural y acaso espiritual frente a determinados tipos de extranjeros: la de no contar con una política seria y formal de parte del Estado, y no poseer una tradición cristiana pautada, o relativamente decente, para manejarnos individual o colectivamente frente a determinados extranjeros, especialmente los haitianos. Para peor, lo que muchos dominicanos tienen en sus mentes es un amasijo de memorias históricas imprecisas, deformadas y cargadas de prejuicios. Lo que, a falta de orientaciones correctas de parte del Estado, pueden tener consecuencias no deseables; aunque a falta de conocimientos y razonamientos mejores, los prejuicios pueden ser saludables mecanismos de defensa.
Una circunstancia muy especial tiene raíz en que mucho más de la mitad de los dominicanos compartimos valores y actitudes basados en el temor de Dios, lo que, dicho sea sin ambages, comportan el sustrato de bien común, de vergüenza y respeto de lo ajeno que sostienen lo que queda de orden y civilidad en este país, a pesar de los depredadores.
Sin embargo, tanto los que creen de verdad, como los que tienen conductas más o menos similares a los cristianos por herencia cultural o por simple imitación y contigüidad espacial y cultural, estamos frente al estricto deber de definir conceptos y actitudes respecto de, por lo menos, una serie de cuestiones básicas relativas a todos los extranjeros.
Una de esas cosas urgentes y fundamentales, es nuestra actitud respecto a la inmigración, en general. Particularmente, respecto a los indocumentados. Especialmente porque hay cristianos que entienden que Dios “guió a su pueblo en el exilio y en el éxodo, en Egipto y en Babilonia, y hoy día por todo el planeta, por lo que Dios, Yahvé o Jehová, es el Dios de los extranjeros y los inmigrantes”. Y que la universalidad de la iglesia de Cristo “(…) es el hogar seguro para todos los extranjeros y creyentes que la constituyen, que hablan el mismo idioma y tiene el mismo propósito”. Y “(…) que la comunión de los santos comienza cuando aceptamos la diversidad de los santos.” (Ver: José Luis Casal, Misionero, Iglesia Presbiteriana (U.S.A.). Reflexiones valiosísimas que merecen ser cuidadosamente explicadas.
Pero, ante todo, lo menos que debe hacer un cristiano es asegurarse de tener su casa en orden, para poder brindar alojamiento y refugio a otros que necesitan habitar con nosotros. Mas, nosotros no estamos siquiera preparados para interactuar y tratar dignamente a los haitianos cristianos. Excepto, posiblemente, a mulatos o negros ricos de Haití, a menudo mejor educados y refinados que nosotros.