Dominicanos y haitianos

Dominicanos y haitianos

PEDRO GIL ITURBIDES
Siempre existirán problemas entre nacionales que comparten áreas territoriales circunvecinas. Lo vemos entre venezolanos y colombianos, que no solamente discuten territorios, sino estos trasiegos de que nos quejamos con los haitianos. Y lo vimos una vez entre hondureños y salvadoreños, lo que, entre risas, desató una guerra feroz. De manera que no debemos  descuidarnos por lo que acontece entre nosotros, pues con estas desavenencias interpersonales comenzó el corte. Por supuesto, los tiempos son diferentes. Pero las quejas son las mismas.

Ya no vive el que tal vez fue el último de los testigos inmediatos de la decisión de 1937, asumida en el club social de Dajabón. Yo les he contado, sin embargo, lo que nos relató Bolívar Belliard Sarubi, quien el día en que comenzaron aquellos sucesos se hallaba entre la concurrencia del club.

Además, fue el telegrafista de turno que transmitió la orden de Rafael L. Trujillo a todos los comandantes fronterizos del Ejército Nacional.

Robo de ganado y en viviendas, con escalamiento. Asesinatos a mansalva. Destrucción de cosechas para robarse frutos que aún no se encontraban en sazón. Y una infinidad de otros agravios que enervaron al dictador que, acorralado emocionalmente por los moradores de la comunidad, decidió demostrar quién mandaba. Y lo demostró de la peor manera. Porque pudo

recurrir, como se hace ahora, a las deportaciones de ilegales. Pero también estaba harto de dar quejas por la vía diplomática al gobierno haitiano, sin que se le hiciese caso de las mismas.

Los tiempos son diferentes, he dicho. Pero la muerte de Maritza Núñez es el mismo tipo de acto que se infiriese a cualquier otro connacional de aquellos días, bajo circunstancias similares. Y a ello deben atender los gobiernos en ambos lados de la isla. Porque no podemos permitir que se desate la xenofobia. Este sentimiento, tan humano, puede levantar una verdadera hecatombe.

El editorialista de este diario ha hecho dos afirmaciones medulares a propósito del problema. Una, que la mano de obra haitiana tiene un valor de mercado tan reducido que la hace extraordinariamente atractiva. La otra, que las autoridades a ambos lados han fallado en ordenar y regular el tránsito

de nuestras migraciones. No lo ha dicho de esta forma en editorial del pasado jueves, pero a esto se contraen preguntas formuladas en esa opinión del diario. Las secundo.

Y les pongo ejemplos. Basta con pararse en una vivienda fronteriza con el Masacre, en Bánica, para darse cuenta cómo fluye y refluye la mano de obra haitiana sobre nuestro país. Hemos tenido reuniones en patios de viviendas de esa comunidad, y hemos visto, al atardecer, cómo cruzan hacia Haití, nacionales de ese país que laboraron durante el día en fincas de dominicanos.

Una noche, en el hotelito cercano a la fortaleza del Ejército en Pedernales, pedí un vaso de leche a mi anfitriona. No tenía, de manera que corrí a casa de Dominicana, amiga apreciada que vende la leche de la finca de mi amigo Onésimo Acosta. ¡Ya estaban acostados! Porque en pueblos como

éste, las gallinas al subir al palo, invitan a los moradores a meterse a las camas.

Volví al hotel y ante la negativa respuesta que le diese a la hotelera respecto de mis gestiones, me pidió un dinero para mandar a comprarla. Le expliqué que había recorrido toda la población. Pero ella me dijo que la haitianita que le servía en la cocina, iría a su pueblo ¡al otro lado de la frontera! Y en efecto, lo hizo en tiempo récord, trayéndome una lata de leche condensada ¡fabricada en la República Dominicana!

Debemos, pues, cuidar que nuestras relaciones con los haitianos sean fluidas, armónicas, francas y fructíferas para ambas partes. Y para ello hemos de dejar a un lado los lucrativos negocios de los empresarios de la trata de gentes, para emprender un camino diferente. El camino de la regulación migratoria. Para evitar que, en un tiempo diferente al de 1937, sigan en proceso las quejas que han llevado a dominicanos de la Línea Noroeste a tomar represalias contra haitianos que viven en sus comunidades.

Porque aunque siempre existirán problemas entre quienes compartimos territorios vecinos, no puede permitirse que éstos trasciendan a la ley y a la paz social.

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