Don’t Trade Manny

Don’t Trade Manny

Tal vez sea una emoción infantil. Aun cuando la tilden de esa manera, no puedo ocultar que gocé la visión del momento. Esa misma noche en que fanáticos de los Medias Rojas del Boston levantaban sus letreros desde sus asientos, Manny Ramírez conectó su vigésimo cuadrangular de la temporada. Al hacerlo -se escribió en este diario-, se convertía en el único jugador activo en alcanzar esa marca por catorceavo campeonato.

Más les advierto: mi emoción se vincula a los letreros de los fanáticos. Ninguna relación guarda con el batazo de ese jugador dominicano.

En forma concomitante con el cuadrangular, su equipo de varios años, finalmente, lo cambiaba. Los letreros del público fueron insignificante expresión para los administradores de los Medias Rojas. Esta es gente que se encuentra más relacionada con las cajas registradoras que con los sentimientos. Además, este pelotero dominicano, criado en Nueva York, es en extremo temperamental. Indisciplinado como pocos. Displicente hasta causar la contenida iracundia de sus jefes administrativos y de juego. Y de cuando en cuando, intolerante.

Aún por encima de estas expresiones de un carácter cerril, la fanaticada del conjunto logró admirarlo. ¿Qué condujo a los seguidores de ese equipo de pelota de Grandes Ligas a seguir con apasionado miramiento a este pelotero? Su rendimiento. De ahí que, con ese aire de desconsiderada soltura que lo caracteriza, afirmase al instalarse con los Dodgers, que él seguirá haciendo lo único que sabe hacer: jugar pelota. Fueron sus números, por consiguiente, y no la etnia de este pelotero, lo que determinó la presencia de los letreros en el estadio. “Don’t Trade Manny”, se leía en los letreros, levantados una y otra vez. O, como diríamos en criollo, no fuñan con Manny.

Pero fuñeron. Y Manny fue cambiado, en una negociación que, evidentemente, estaba concertada. En efecto, fue anunciada pocas horas después que Manny bateara el vigésimo cuadrangular de este campeonato. Los letreros, sin embargo, encierran una lección que debía ser leída por las actuales generaciones. No negaré, por supuesto, que Manny es medio estadounidense. Se crió en uno de los condados de Nueva York. Y hace cuatro años adoptó la nacionalidad del país que lo ha acogido.

Aún así, Manny es un latino en aquél país, en una época en que afloran resentimientos contra los inmigrantes en el “crisol de las nacionalidades”. Pero Manny exhibe un talento muy especial para el juego. Tras la máscara de indiferencia e indisciplina hay un hombre que sabe lo que tiene entre manos. Y ha triunfado en aquello que escogió como oficio.

Lo precede la fama de ser el vigésimo tercer pelotero en disparar más de quinientos diez cuadrangulares. Y ostenta, además, la marca ya señalada de veinte batazos de este tipo en, al menos, catorce temporadas. Esos números, en adición a los otros, que completan su perfil de pelotero, lo hacen un latino asimilable por cualquier sociedad.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas