Don Alejandro E. Grullón E.

Don Alejandro E. Grullón E.

Un día de septiembre de 1996 me encontraba trabajando en la firma Pellerano & Herrera cuando Ricardo Pellerano, socio gerente de la firma, se acercó a la puerta de mi despacho y me dijo que había arribado el señor Alejandro E. Grullón E., quien me procuraba.

Cuando me reúno con don Alejandro, me dice que él había aceptado ser presidente de la Fundación Institucionalidad y Justicia (FINJUS) y que, dado que Milton Ray Guevara abandonaba la dirección ejecutiva que había ejercido durante 6 años desde la formación de la FINJUS en 1990, quería que yo fuera su sustituto.

A pesar de los estrechos lazos de amistad de la familia Jorge Blanco, en particular mi padre, Pedro (Perucho), y mi tío Salvador, con la familia Grullón Espaillat, nunca había tratado personalmente a don Alejandro, aunque sí recordaba haber acompañado, siendo un niño de menos de 10 años, a mi padre en sus visitas como médico a doña Amantina, su madre. Fue don Alejandro además uno de los amigos más íntimos y fieles de Salvador, aún durante la persecución política desatada en su contra por Joaquín Balaguer.

Acepté la invitación de don Alejandro a ser director ejecutivo de la FINJUS, pues era verdaderamente un honor y una magnífica oportunidad de impulsar cambios y más teniendo al frente de la FINJUS a un titán empresarial, creador, junto con Milton Ray Guevara, de lo que hoy es, sin duda, uno de los tanques de pensamiento en materia de justicia más importantes no solo del país sino de América Latina.

En mi trato con él aquellos años, pude aquilatar en don Alejandro su gran visión del desarrollo nacional, pero, además, el talante de un hombre que, aparte de ser un exitoso empresario y un apasionado líder que impulsó decenas de instituciones claves para la consolidación democrática y económica del país, tenía un aguzado conocimiento de la naturaleza humana y de las veleidades de la política nacional.

Recuerdo en una ocasión que me dijo: “no quiero que la FINJUS opine nada de economía ni de asuntos empresariales, no somos un gremio empresarial, concentrémonos en los temas de justicia y de institucionalidad”. Asumió como suyas causas que no le representaban ninguna ventaja desde la óptica económica.

Por ejemplo, la defensa pública, que en aquella época era un proyecto piloto con apoyo internacional pero que, cuando este cesó temporalmente, recibió todo el apoyo económico suyo y del Grupo Popular.

Tuve largas conversaciones con don Alejandro. Muchas veces me buscaba por la FINJUS y visitábamos algunos de sus amigos. Otras veces lo acompañaba en su vehículo hasta el peaje de Las Américas decidiendo temas de la FINJUS en sus viajes de fin de semana a La Romana y escuchando tantas interesantes e ilustradoras anécdotas de su vida empresarial y pública, pues don Alejandro fue actor clave y testigo de los entretelones de importantes acontecimientos tras el ajusticiamiento de Trujillo.

Fue también un ferviente liberal que nunca ocultó su admiración y su amistad con grandes líderes en ciertos momentos perseguidos, como es el caso de José Francisco Peña Gómez.

Don Alejandro se ha marchado a mejor vida. Tras sí ha dejado un enorme legado. Un banco y un grupo financiero que, como el Popular, son paradigma de solvencia económica, profesional y moral. Una FINJUS que ha sido motora de los grandes cambios constitucionales, legales e institucionales del país, principalmente en el sector Justicia.

Una familia que continúa la excelente tradición de administración financiera que inició precursoramente don Alejandro y que ha merecido la confianza renovada de miles de accionistas y depositantes del Banco y del Grupo en todo el país. Un ejemplo: de honestidad; de profesionalidad; de entrega a las mejores causas; de mecenazgo generoso y comprometido, y de participación abierta en la vida pública sin buscar nada a cambio (como lo evidencia todo el apoyo de don Alejandro y de la familia Grullón a iniciativas tales como Las Cuevas de las Maravillas, la Fundación Sur Futuro, la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, el Museo de La Altagracia, el Plan Sierra y la Basílica Catedral Nuestra Señora de La Altagracia, entre otras).

Ha muerto un gran hombre, trabajador, bueno y sencillo, querido por los dominicanos de arriba, del medio y de abajo. Un atrevido innovador, un amigo leal, un dominicano cabal y un pragmático visionario que supo sentar muchas de las bases sociales e institucionales que han servido de contrapeso al Estado y de impulso al avance dominicano. Q.E.P.D.

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