Don Augusto Roa Bastos Asunción entre lluvias metilenas y brillos de centellas, irreversible recuerdo

Don Augusto Roa Bastos Asunción entre lluvias metilenas y brillos de centellas, irreversible recuerdo

Entonces, la lluvia como universo, descendía desde un cielo de naranjas brillantes, centellas y rayos metilenos, cantaban una guaranía azul, como el paraíso. CFE

Era 1992, fungí como asesor cultural del Proyecto Lagovista (Paraguay), se trataba de la construcción de un anfiteatro, inspirado en el modelo visto por su emprendedor Rubén Darío Bellmont en La Romana, República Dominicana.

Hacía un año que la XVII Bienal Nacional de Artes Visuales había rendido sus frutos nacionales, dejando los espíritus arriba. En aquel lugar, el Museo de Arte Moderno, me entrevistó el doctor Rubén Darío Bellmont(+), para hacerme la proposición de gerente promocional del proyecto en ciernes, entonces.

El anfiteatro llevaría el nombre de José Asunción Flores, exiliado y genial músico de aquel país, autor de la música nacional, llamada la guarania.

Desde Asunción, camino a Lagovista, por primera vez, la imagen bucólica de las vacas ordenando el tránsito, en pleno trillo de carretera, en la ciudad veraniega de San Bernardino, espacio de construcción cerca del lago que dio nombre a la canción: “Recuerdos de Yparacaí”, era impactante.

Vale decir también, que los olores de dictaduras se parecen también, el Paraguay no había tenido transición real, porque el partido de la misma dictadura familiar la había organizado y eso se respiraba también.

Pero la historia del anfiteatro José Asunción Flores es otra, y muy larga, sin olvidar el brillante aporte de los arquitectos paraguayos Ramón Ruggero y Petrona Zarza, duendes de alto espíritu y gran calidad humana, en las crisis del proyecto, antes de su tortuosa cristalización final.

Un luminoso mediodía abrasador del mes de septiembre, los rayos solares del trópico de Capricornio se hacían sentir, Paraguay como el Caribe, es frontera tórrida y aquel calor de leyenda era un homenaje de trópicos, entre Trópico de Cáncer y Capricornio, conjunciones alucinadas, para un mediodía guaraní.

Señalada estaba la coincidencia en tiempo y estadía para producir un extraño encuentro en el Hotel Guaraní, hoy restaurado en el mismo lugar, calle Oliva esquina Independencia, pleno corazón de la urbe asuncena. Nos atendía la misma persona, Santiago, a quien don Augusto Roa Bastos, luego me lo narraría con humor y complicidad, le dijo: “Chera(*), oite pues, los oscuros aquí tenemos que sentarnos juntos, decile a ese señor que voy a su mesa”.

Santiago, muy afable, trajo el recado y yo acepté reconociendo y no reconociendo de quien se trataba hasta verle de frente, con su inconfundible nariz de caricatura, que él mismo en broma dibujaba, a veces, con sorna y resignado.

Desde los empañados cristales del restaurante Guaraní, Asunción hervía de calor y sus árboles, lapachos y sauces llorones, se mostraban débiles y sedientos, mientras nuestra larga conversación de presentación comenzaba. Descubrimos, entonces, que teníamos una amiga en común, la escritora-traductora francófona Gloria Jiménez, hija de un probo juez anti Stroessner y brillante colaboradora de la hoy suspendida Unión Latina, organización con la que don Augusto y yo habíamos colaborado, convencidos un poco del valor utópico de esa aventura cultural por la latinidad.

La coincidencia de ese día devino en suerte humana, conocer a don Augusto Roa Basto fue clave para mí, orientador, para entender desde mi vocación caribeña-cosmopolita, aquel bello país tan exótico y extraño, tan mágico e indómito, donde lo eterno y lo terrenal, en la Reducciones Jesuíticas de 1585 pretendían juntarse llamando la atención alucinada del Barón de Montesquieu y el conocido atrapador de Utopías, François Marie Arouet, conocido por la historia como Voltaire, quien ordenaba a su Cándido mirar hacia el Paraguay.

De la voz y manos de don Augusto, de sus cuentos y sus novelas, sus extraordinarias conversaciones, descubrí otro Paraguay, sus secretos sempiternos, la bondad de un pueblo que por medio de la lengua guaraní atesora aún una fascinante rebeldía que divide su tiempo de pensamiento en dos partes:

A) La indómita memoria concentrada en su lengua originaria, su sentido de pertenencia, su bravura como pueblo guerrero y al mismo tiempo pacífico y tierno.

B) El castellano manejado hacia fuera, pero siempre pensando en guaraní, huella indeleble, orgullo y raíz.

Roa Bastos supo interpretar como nadie esa dialéctica de la lengua, destacando que el carácter fundacional del Paraguay era bilingüe y resultado de un aparente acto de coexistencia, que la Reducciones Jesuíticas habían logrado, porque en las mismas la lengua oficial oral agraria era el guaraní y la lengua de oficio gerencial era el castellano.

Hablaba de modo ficcional siempre, había una frontera divertida en el juego de palabras que inventaba al instante, por ejemplo: en algún momento, en esas largas conversaciones en el hotel Guaraní, todos los mediodías, si no estaba en Toulouse, en broma y en serio me hablaba del carácter mesiánico de conocernos, porque había soñado que un amigo nuevo, de apellido Elías, era un profeta marítimo y que había venido al Paraguay para ayudarlo en su proyecto de conseguir el mar para Paraguay, fabulaba que con mis conexiones en el Caribe podríamos juntos hacer “un proyecto aventajado”, para darle el mar al Paraguay, insistía con ironía e hilaridad, su imaginación con el tema era prodigiosa y constante: “Ahí viene el amigo que me va a regalar el mar”, decía.

Nunca hubo despedida formal, viajé de repente hacia otro destino, recordando siempre su excepcional aporte a mis conocimientos entonces.

Don Augusto Roa Basto (1917-2005), en el ciclo del Boom Latinoamericano de los dictadores (Recurso del Método, Alejo Carpentier; El Otoño del Patriarca, Gabriel García Márquez), hizo un aporte clave en la crítica al autoritarismo de nuestra historia latinoamericana, con su novela Yo el Supremo, editada en 1974 y que cumple ahora 40 años de editada.

Basada en las aventuras del poder del dictador paraguayo doctor Gaspar Rodríguez de Francia, describió métodos sutiles del autoritarismo, por eso en su ensayo lo temporal y lo eterno nos dice: “Esta primera revolución política se pagó al precio de una feroz dictadura, (habla de la independencia del Paraguay y de la dictadura de Rodríguez de Francia), unipersonal que institucionalizó y arraigó en el Paraguay, la herencia patológica del poder absolutista, en cuyo caldo de cultivo, se formó aquel desdichado país” (**)

Me gustaría con hondo cariño hoy recordar a este premio Cervantes -1989-, a quien en silencio, todos los días, desde la calma matutina del mar, le hago una humilde plegaria. (CFE)

Esperando que en cada toque de campana, mire nuestro mar.

(*) En la lengua guaraní, el vocablo «che» es un posesivo personal, chera hermano. Los argentinos que aún sienten orgullo de su pasado sabrán porqué dicen che a las personas, huelga decir que de ahí viene el sobrenombre de Ernesto Guevara…

(**) Prólogo de Augusto Roa Bastos, del libro: Tentación de la Utopía, la república de los jesuitas en el Paraguay. Editora Tusquets/Círculo de Lectores. 1991. Norma Luna Alderete, fue testigo de esa epifiania paraguaya.

 

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