“¡Píndaro, dale rápido que vamos a llegar tarde!” –es la orden que da Herminio a su alter ego, mientras retornan por la avenida Las Américas a encontrarse con don Benigno Camilo, quien está celebrando su 104 cumpleaños de vida. Cruzan la ciudad capital entre tapones , hasta llegar a su residencia. Su cita era a las 4 y estaban justo a las 3:58 entrando por el portón eléctrico del mismo. El guardián estaba a la espera y no vaciló en darles paso y mostrarles un espacio para estacionarse. “Píndaro, ¿Estás listo?” –pregunta Herminio-… “¡Hace rato!… ¡Vamos a lo que vinimos! – recibe como respuesta – A lo mejor encontramos la fuente de la eterna juventud en él!” –expresa muy feliz Píndaro.
Una ventana abierta les permite asomarse y, al escuchar una amena conversación entre los que parecen ser dos jovencitos que se cuentan a cada momento los detalles de sus vidas, Herminio pregunta: ”Don Beni… Doña Lidia… ¿Están ahí?”… Desde la misma sala del apartamento, una voz que todavía resuena con una fuerza de una persona de 80 años, responde: “¡Herminio, pasa!… ¡Te van a abrir la puerta ahora mismo! –responde don Benigno. Un beso cariñoso de Herminio a doña Lidia Redondo de Camilo y un abrazo de Píndaro a don Benigno, crean el ambiente apropiado para que estos dos visitantes puedan descubrir el secreto de don Beni.
“¡Estoy impresionado con esta imagen que veo! –exclama Herminio-, Ya ni con lentes para leer lo veo. Recuerdo cuando hace cuatro años conversamos mientras celebramos su centenario”. Como si un resorte lo hubiera movido, Píndaro mete la cuchareta y cuestiona: “¿Cuál es su fórmula para llegar a 104 sin arrugas en la cara y con una sonrisa permanente?”. “Te voy a decir… ¡paz y tranquilidad!” –nos responde con mucha entereza y seguridad. Herminio, que sabe que don Beni nunca fumó ni bebió; sí recuerda en su charla de hace cuatro años haber visto un vasito de whisky cerca de él, por coincidencia casi a la misma hora, y le cuestiona: “¿Y todavía usted bebe su traguito por las tardes?”. Con una sonrisa picaresca, don Beni le fija su mirada, primero a Herminio y luego a Píndaro, y exclama, como si fuera una sentencia de vida: “Desde hace más o menos 75 años, todas las tardes, a las 4 y media, Lilín –doña Lidia su esposa- me prepara dos dedos de whisky a la roca y me los voy tomando poquito a poquito, disfrutando cada gota de él, mientras escucho a Mozart, o Beethoven” –exclama, feliz-.
No bien ha terminado de dar este valioso testimonio, cuando su fiel esposa que le ha estado sosteniendo y acariciando con su mano su brazo izquierdo exclama: ¡Es que sin música él no puede vivir!”. “¿Y cómo es un día normal para usted, don Beni?” –interviene Píndaro-… “Me despierto tempranito, pero no me levanto” –responde de inmediato-… “Desde que abro los ojos, mi otra gran compañera de vida es la música… Lilín prende la televisión en uno de los canales de música y sigo reposando escuchando una melodía que me agrade, pues no puedo vivir sin música… música universal, aunque mi gran preferencia es Mozart para levantarme” –expresa-… “¿Y todavía lee los periódicos?” –cuestiona Herminio-… “Sí, pero ahora leo menos, aunque ya no necesito espejuelos” –dice mientras ríe-.
Parece que Ingrid y Michel Camilo, dos de sus hijos, han recibido una fuerte influencia de esta sangre que aún pasa por las venas de don Beni, pues pareciese que la música sigue adueñándolo todavía a sus 104 años. “¿Y qué hace cuando sus nietos vienen a visitarle y conversar con usted?” –cuestiona Píndaro-. “Me río muchísimo –responde mientras deja brotar una carcajada- Cada vez que vienen es una señal de aprecio que aprovecho al máximo… Siempre me agradan sus chistes”… mientras disfruta en grande sus recuerdos. “Don Benigno… ¿Y a qué hora acostumbra acostarse usted todos los días?” -pregunta Herminio-… “Uyyyy –reacciona con confianza-… Oyendo música, me dan las 12 de la medianoche… Música clásica… Mozart… y, algunas operetas…”.
“Entonces, imagino que al levantarse se comerá su buen plato de mangú”–interrumpe Píndaro- “Noooo –responde de inmediato- Primero, mis frutas… Un coctelito de frutas… Como muy pocos víveres, pero al mediodía me la empato…. ¡Como de todo!” –sonríe ampliamente mientras dice esto-. “¿Y, siempre le cae bien la comida?” –interrumpe Herminio-. “Hasta ahora, ¡siempre!… Ninguna comida me ha dado dolores de estómago ni nada por el estilo, gracias a Dios…” –sentencia-.
“¿Y qué le aconseja usted a las parejas hoy día?” –cuestiona Herminio-. “¡Serenidad!” –expresa con convicción- “La serenidad te frena a ti mismo sin darte cuenta… Vivir tranquilo… No meterse en nada en que no necesites estar. Tú ves, me gustaría vivir los años que me quedan sin molestar a nadie, ni que nadie se moleste por mi” –mira a Herminio y a Píndaro mientras así se expresa-.
“Y, ¿qué le diría usted a los jóvenes de hoy, don Beni? –cuestiona Píndaro, mientras le echa el brazo cariñoso sobre su hombro-. “Lo primero es, metodizar su vida. No meterse en rebuses, si los hay, porque eso no vale la pena. Situarte en un lugar desde donde no tú no hagas daño, ni te lo hagan a ti”.