Don Gianni, ese gran desconocido

Don Gianni, ese gran desconocido

Su andar por la vida fue todo lo discreto que decidió, como si quisiera haber pasado desapercibido del resto de los mortales. Amaba y era en extremo celoso de su privacidad. Siempre ajeno a todo protagonismo público, rehuía la lente de fotógrafos y camarógrafos. En alguna ocasión que al descuido cayó bajo el ojo indiscreto de la cámara de un reportero gráfico, se identificó con un nombre supuesto.

Al amparo de esa coraza de discreción, acreció la fortuna heredada y la convirtió a lo largo de medio siglo, a base de talento y absorbente e intensa dedicación, en un auténtico emporio de prosperidad que, en su momento, supo entregar a su vez en manos de la generación más joven, continuadora de la saga familiar.

Dotado de una notable visión era un emprendedor incansable y un innato creador de riqueza. Descubría ocultas posibilidades, allí donde otros pasaban la vista de largo. Y traducía ese singular olfato en nuevas oportunidades de negocios, contribuyendo al crecimiento de la economía y creando nuevas fuentes de empleo.

Jamás se alteraba ni perdía la compostura por difíciles que fueran las circunstancias. Cuando emitía una opinión, lo hacía con voz queda, casi como un susurro, con pleno dominio del tema, utilizando solo los conceptos precisos, sin adornos ni frases rebuscadas. En el trato a los demás no distinguía de clases sociales: a todos mostraba la misma afabilidad y sencillez comenzando por sus propios empleados.

Sus conocimientos financieros abarcaban todos los mercados del mundo, sin excepción. Celoso cumplidor de sus compromisos, su prestigio no conocía de límites en ese complejo universo de intereses, donde su sola palabra adquiría categoría de la más sólida garantía.

Era austero en lo personal. Pero sabía extender la mano con largueza, casi siempre extrema, a favor de sus amigos, de quienes no lo eran tanto y de otros que no lo eran en absoluto pero que de alguna forma lograban llegar a él. Eran ayudas tan silenciosas y discretas como su propia naturaleza. Pocas veces pasaban a ser de dominio público. Y jamás por su conducto. Así ocurrió con Peña Gómez, quien poco antes de morir quiso reconocer públicamente la forma en que había asumido gran parte de los costosos tratamientos a que fue sometido y el gran apoyo moral que recibió a través de su amistad, durante el largo y doloroso proceso de su enfermedad.

Lo fue también al momento de acudir con su ayuda financiera a mantener con vida empresas en trance de bancarrota. Fueron muchas más de una, las que gracias a ello pudieron sobrevivir y hoy continúan operando con éxito y son fuentes estables de vida para muchos trabajadores. A sus significativas y constantes contribuciones al desarrollo económico y social del país, sumó el apoyo que brindó a numerosas instituciones empresariales, culturales y benéficas, ayudando así al fortalecimiento de la sociedad civil y la institucionalidad democrática.

Con ánimo sereno y haciendo gala de notable astucia enfrentó las exigencias de un insaciable Trujillo y por no rendirse a ellas, se autoimpuso el siempre amargo camino del exilio. No dio las espaldas tampoco a los anhelos de libertad del pueblo dominicano, asumiendo tareas de alto riesgo. Y a la caída de la tiranía no pasó factura por la importancia de su aporte que mantuvo en celoso anonimato, aún de sus propios hijos. Debió transcurrir todo un cuarto de siglo hasta que el destacado historiador dominicano Bernardo Vega, hurgando entre documentos desclasificados del gobierno estadounidense, descubriese su identidad como el enlace secreto de la conspiración que marcó el comienzo del fin del oprobio.

Así fue en vida Juan Bautista Vicini Cabral, el patriarca que acaba de emprender el viaje definitivo. Don Gianni, como todos le conocían y le llamaban. Para la inmensa mayoría, un gran desconocido.

 

Publicaciones Relacionadas

Más leídas