Don Jacinto Benavente

Don Jacinto Benavente

R. A. FONT BERNARD
Siendo como somos, muy chapados a la antigua, y sin capacidad, tiempo ni deseo de enmendarnos, no nos entra lo moderno en el teatro, la pintura, la música o la poesía. Por eso quizás, nuestra permanente admiración por el teatro de don Jacinto Benavente, y en particular por la más celebrada de sus obras, la titulada «los intereses creados». Demasiado sabemos, que en la actualidad Benavente no es un autor de moda.

Pero sería caer en la tonta frivolidad de los «modistas» literarios, negar que Benavente es, pese a Alejandro Casona, a Buero Vallejo, a García Lorca y demás- el primer autor dramático español del siglo XX.

¿Qué existe un teatro moderno, teatro de tesis como se dice ahora? Claro que sí, aunque se nos ocurre creer, que la tesis consiste frecuentemente, en exponer con oscuridad lo que antes se decía con llaneza. Pero que total es lo mismo, a veces meras repeticiones ornamentadas con títulos surrealistas.

García Lorca, por ejemplo, más lírico, -si bien a veces con una acento trágico -quedó a virtud de su muerte a destiempo, a veces en estampa , en alegoría, o cuando no en «ballet», como en la romería de Yerma. Le faltó tiempo, para profundizar en los caracteres, y para desdoblarse en lo humano de sus personajes como comediante.

(Valga aclarar aquí, para quienes lo ignoran, que se llama «comedia» toda obra de teatro, sea ésta un drama, una tragedia o un simple «voudevill»; como se llama «cómico» al actor, sea este un interprete de sainetes al estilo de Muñoz Seca, o de dramas sacramentales como los de Tirso de Molina).

Por sobre los éxitos logrados por otras de sus comedias como «La noche del sábado», «La Malquerida» y «La comida de las fieras», en «Los intereses creados» Benavente mantiene su perennidad, porque conforme lo expresase su autor, en esa farsa están reunidas todas las jerarquías sociales, sometidas a un mismo rasero. «Es una farsa», dijo Benavente, «que toca a todo el público, porque todos tenemos las mismas debilidades».

Cuando el travieso Crispín, dice por ejemplo, que «es más importante crear intereses que afectos», recuerda un aforismo muy siglo 15 de Maquiavelo: «A los hombres hay que atraerlos, o deshacerse de ellos».

Desde su primer estreno, el titulado «El nido ajeno», Benavente fue un autor discutido. Tuvo -y aún tiene -su admiradores incondicionales, como tuvo -y aun tiene- sus enconados detractores. Estos, inclusive le acusaron de plagiario, a propósito del estreno de «Los intereses creados». Acusación infamante a la que éste contestó con su natural agudeza, sentenciando que presumir de absoluta originalidad, es la más pueril de las pretensiones.

Como lo recita Crispín en el prólogo de la obra, la misma fué concebida para solicitar la atención de todos los transeúntes, «desde el encopetado doctor que detiene un momento su docta cabalgadura para desarrugar un instante al frente, siempre cargada de graves pensamientos, hasta el pícaro hampón, que allí divierte sus ocios horas y horas, engañando al hambre con la risa. Gente de toda condición, que en ningún otro lugar se hubiera reunido, comunicábase allí su regocijo, que muchas veces, más que de la farsa, reía el grave de ver reír al risueño, y el sabio al bobo, y los pobretes de ver reír a los grandes señores, ceñudos de ordinario; y los grandes de ver reír a los pobres, tranquilizada su conciencia con pensar que también los pobres ríen».

En «Los intereses creados», Buenavente logró poner el desnudo a la sociedad en su faceta más deshumanizada. Esta es, los intereses sustituyendo al amor por los engranajes que hace que éste sea sustituido por el dinero.

A esa conclusión materialista le dio luego Benavente otra interpretación, en su obra titulada «La ciudad alegre y confiada». En ésta dejó sentado que «los intereses son materia, y como tal elemento efímero, deleznable de la vida».

Al concedérsele el Premio Nobel de Literatura, en 1922, se dijo que Benavente escribía sus obras como pintaba El Greco, superando la realidad y deformándola un poco.

Acaso previendo las criticas de las que no podría defenderse tras su muerte, el autor de «Los intereses creados» solía decir, que para pretender novedad en el teatro importaba mucho estar enterados de lo que se ha hecho antes, porque de otro modo, lo que se llama vanguardia podría resultar retaguardia.

Para quienes, como yo, han incursionado en la actividad política, desoyendo el consejo milenario de que «la política es interés», la farsa benaventina es excepcionalmente aleccionadora. Los intereses políticos están siempre en convergente divergencia con los sentimientos personales.

Don Jacinto Benavente falleció el día 6 de junio de 1954, a los ochenta y seis años de edad.

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