Don Jacinto Benavente y Martínez

Don Jacinto Benavente y Martínez

JOSÉ ANTONIO NÚÑEZ FERNÁNDEZ
Un madrileño de verdad, más madrileño que el oso y que el madroño, que son los distintivos de la ciudad más heroica del mundo, el genial Benavente tenía tanta facilidad para los idiomas que a los quince años, además de su lengua materna, hablaba italiano, inglés, francés y poseía profundos adentramientos en el griego y en el latín. Se graduó en derecho y tuvo bufete de abogado y fue diputado; pero su suprema vocación era la de escritor.

El representaría una nueva modalidad dramática donde los personajes de sus comedias se presentarían al natural. Y la inteligencia de su ironía o la ironía de su inteligencia llegaría a embestir, a fustigar todos los aspectos y todas las vertientes de la sociedad de su tiempo.

El alemán Karl Vossler, autor renombrado de «Positivismo y realismo en la ciencia del lenguaje», opinó de Benavente que: «Se le escucha con gusto, aún cuando los personajes conversen sobre las cosas más indiferentes. Aunque en la escena no sucede apenas nada, el pulso de Benavente lo llena todo».

De este iluminado español que en el 1922 mereció el Premio Nobel, recientemente con mucha propiedad ha hablado el profesor don Ramón Alberto Font Bernard… Y yo también he querido decir algo. Y aquí algo diciendo estoy. Benavente fue muchas cosas: jurista, legislador, empresario de un circo en Rusia, director de una compañía teatral que viajó por América y disertante de fama. Pero antes que todo y sobre todas las cosas fue un superdotado de la pluma que durante más de medio siglo escribió unas comedias muy humanas en las que sus más variados personajes se mueven por pasiones y por sentimientos (al tanto y al tantito) como los que contemplamos cuotidianamente entre nuestros vecinos de (en todavía).

Nos quitamos la cachucha y saludamos «La comedia de las fieras», donde aparecen las ruindades y las vilezas de ciertos personajes de los finales del siglo XIX.

«Los malhechores del bien», encaminada a criticar las caridades hipócritas y mentirosas, sumamente engañosas. «Alfilerazos», donde los nobles esfuerzos se precipitan contra el egoísmo de los de arriba y la incomprensión de los de abajo.

De «Los intereses creados» ya nos habló en las páginas sabatinas de «Hoy» el maestro Font Bernard. Y: «Para salir adelante con todo, mejor que crear afectos, es crear intereses». La continuación de «Los intereses creados» resulta «La ciudad alegre y confiada», de donde se pueden sacar estas palabras: «Yo quería que el pueblo tuviera conciencia de sí propio, para que fuera digno de acusar a los gobernantes indignos; más aún de no poder tenerlos nunca, porque los gobernantes son hechuras del pueblo, jamás el pueblo de los gobernantes».

Ahora a manera de notas simpáticamente decidoras, digamos que don Jacinto no se matrimonió nunca, él sabría por qué. Y se cuenta que un día José María Carretero, llamado «El caballero audaz», se encontró con Benavente en un pasadizo estrecho y le cerró el camino diciendo: «Yo no le doy paso a los m…». Entonces don Jacinto se echó a un lado, manifestando: «¡Pues yo sí, pase usted!».

Cuando se montó en Madrid la obra «Una señora», el chusco pueblo empezó a decir: «El ilustre Benavente ha estrenado «Una señora», y a coro dice la gente «Ya era hora».

Si estas palabras mías acerca del madrileño nacido el 12 de agosto de 1866 y fallecido el 14 de julio de 1954 a los 88 años de edad, llegaren a ser publicadas, me gustaría que algún amable lector leyera dos veces de «Su amante esposa» el siguiente fragmento. El esposo Mario: —¿Y qué sentimientos has tenido que ocultar de mí para no avergonzarte como tú dices?

La esposa Clara: — ¡Tantas y tantas veces!… Recuerdo (tú no lo recordarás) un día… Ibamos por la calle. Pasábamos por delante de un café. A la vidriera había un señor y una señora tomando un helado. Ante la vidriera, casi pegado a ella, estaban dos chiquillos desharrapados mirando, como miran los pobres el lujo de los ricos, con esa avidez que es ignorancia y codicia y puede ser odio.

«Uno de los chiquillos le dijo al otro: –Oye, tú: ¿qué será eso que están comiendo esos señores? Tú te reíste; yo también me reí porque tú reías. ¡Pero qué trabajo me costó contener las lágrimas! Otro día, íbamos a los toros… A la puerta de la plaza se aglomeraba la gente empujándose para entrar. A la puerta. A la puerta había unos golfillos. Miraban entrar a la gente. En esto, un perro, tal vez sin amo, tal vez que había seguido a su amo hasta allí, con ese trotecillo menudo de los perros, se metió por entre la gente y se entraba a la plaza… Y uno de los golfillos, al verlo, dijo a los otros: ¡Quién fuera ese perro que se va a colar! «Tú te reíste. También yo me reí. Pero toda la tarde estuve triste, con el remordimiento de no haberte dicho que le hubieras pagado una entrada.

‘Comprar a poca costa un poco de felicidad para que una pobre criatura humana no tuviera que envidiar a un perro.»

Aquí acabamos diciendo que a don Jacinto Benavente y Martínez, el Ayuntamiento de Madrid lo nombró hijo predilecto y lo calificó como «Príncipe de los Modernos Ingenios Españoles».

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