En tiempos donde la política se percibe cada vez más como un ejercicio de simulación, el nombre de José “Pepe” Mujica emerge como un símbolo de coherencia. No de perfección ni de superioridad moral (que para mí la tenía) , sino de consecuencia: entre lo que se dice, lo que se cree y lo que se hace. Mujica, expresidente de Uruguay (2010-2015), no solo se convirtió en un referente progresista a nivel internacional por sus ideas, sino —y sobre todo— por su estilo de vida austero y honesto, profundamente conectado con su historia y sus valores.
Este martes 13 de mayo un cáncer de esófago nos lo arrebató, pero su paso por esta dimensión será irrepetible.
Desde su pasado guerrillero hasta su llegada al máximo cargo político del país, Mujica ha recorrido un camino inusual, en el que nunca buscó parecer lo que no era. Rechazó privilegios, vivió en su chacra, condujo su propio auto (el famoso cepillo) y donó gran parte de su salario como presidente. Esa forma de habitar la política, tan desprovista de espectáculo, es también una crítica viviente al elitismo que casi siempre rodea al poder.
Pero Mujica no solo fue símbolo. El 1 de marzo de 2010 asumió la presidencia y la encargada de tomarle juramento fue su esposa, Lucía Topolansky, la senadora más votada. Su gabinete estuvo integrado por exguerrilleros tupamaros y socialdemócratas, y se convirtió en el presidente de más edad con 74 años y en el más votado en la historia uruguaya.
Durante el gobierno se lograron avances significativos en diversos ámbitos, destacándose la histórica reducción de la pobreza, que bajó del 40% al 12%, lo que permitió disminuir la desigualdad y fortalecer la economía del país. Este avance se logró gracias a políticas sociales ampliadas, que incluyeron el aumento de la inversión en educación, salud y vivienda, y programas de inclusión social.
A su vez, la economía creció un 75%, apoyada en reformas económicas y en la expansión de sectores clave como la agricultura y la energía renovable. Su gestión también contribuyó a la consolidación de una institucionalidad más sólida y a la implementación de políticas progresistas, como la legalización del matrimonio igualitario, la regulación de la marihuana y la despenalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) hasta la semana 12 de gestación mediante la Ley N° 18.987, todo ello con un estilo de liderazgo humilde y enfocado en el bienestar colectivo.
Es por ello que durante su mandato, Uruguay se convirtió en referente regional por sus políticas sobre derechos civiles, así como por su enfoque humanista hacia la justicia social y la redistribución.
Uno de los rasgos más notables de don Pepe fue su confianza en la juventud. Mientras muchos líderes políticos ven a las nuevas generaciones como una amenaza o fuerza impredecible, o en el peor de los casos, les ignoran, Mujica las abrazó como motor del cambio. En su discurso, los jóvenes no eran una promesa abstracta, sino una responsabilidad concreta: escucharlos, formarlos y cederles espacio. Como dijo alguna vez: “Los jóvenes tienen que armar lío, tienen que empujar, porque si no, los viejos no se mueven”.
También me parece justo resaltar que Pepe Mujica no fue, y vaya que me cuesta decir “fue”, un político del marketing, ni de los discursos vacíos. Fue un dirigente que incomodó tanto a la derecha como a la izquierda cuando éstas se alejaban de los principios éticos. No se puede entender su figura sin considerar su humildad radical, su vocación por el servicio público y su crítica al consumismo desenfrenado que, según él, nos hace esclavos de cosas que no necesitamos.
En una época marcada por la desconfianza en la política, figuras como la de Mujica nos recuerdan que el poder puede ejercerse con decencia, y que la coherencia no es una utopía, sino una decisión diaria. Hoy, más que nunca, su ejemplo no es solo inspirador: es urgente.
Ojalá que los muchos líderes políticos que hoy publican sus condolencias, al recordar su legado, sigan su ejemplo y comprendan que el verdadero poder radica en servir a la gente con honestidad, solidaridad y valentía, priorizando siempre el bien común por encima de los intereses propios.