Doña Goya, con 118 años, cuenta vivencias esparcidas en el tiempo

Doña Goya, con 118 años, cuenta vivencias esparcidas en el tiempo

SANTIAGO. De piel  frágil y arrugada pero con el sabor de la vida más allá  de lo esperado,  con  buena salud y un humor desbordante, si se autentifica su edad,  Gregoria Disla Germosen, cariñosamente “doña Goya”,   podría ser una de las personas más vieja del mundo y pasar a formar parte del libro de récords   Guinnes.

Tanto los moradores de Pueblo Nuevo como su única hija sobreviviente testifican que   cumplió  118 años, y ver a  doña Goya es  darse un baño de  corazón  abierto y pensar sólo en que nuestra existencia es más que un  milagro; es testificar que en la vida hay ingredientes que en ciertas circunstancias tienen un sabor dulce y una agradable muestra de lo misterioso. 

Según  los datos obtenidos, ella nació en  1890 en  Loma de Cabrera, hija de   Benita Disla Monción y Conrado Monción.

Su receta para vivir mucho tiempo es “no preocuparse demasiado” y sostiene  que parte de los problemas de los jóvenes de hoy es que no asimilan el consejo de los padres  y se desvían  por los caminos equivocados.

Una hermana de madre acaricio la idea de buscar nuevos horizontes en Santiago. Fue así como un día soleado de mayo armó su maleta en  Loma de Cabrera y se marchó, por allá por  1910.

Es así como a la edad de 16 años,  Gregoria Disla llega a esta ciudad y se establece junto a su hermana.

Formó una familia de cuatro  hijos, tres hembras y un varón, con  el sanjuanero  Saturnino Pérez,  de los cuales solo le sobrevive  Ana María Disla, de 90 años, quien cuida de ella  y la alimenta cada día.    “Mamá ya se había metido a vivir con  mi padre y vivía allá arriba donde le llamaban  “la estación”,    que ahora es donde está el edificio de los Bomberos, y el gobierno  decidió mudar  todos esos ranchitos de yagua de arriba del puente para    acá abajo, y cuando fundaron  a Pueblo Nuevo ya mamá vivía aquí”, comenta.

Doña Goya  se hizo famosa por que hacía las empanadas más ricas de Santiago, y allí convergían todos a comprar las famosas empanaditas de doña Goya, al igual que “la  caipita”  y “cueritos de puerco”, las que vendía frente a su casa en  la calle Manuel de Jesús Tavárez  número 68, y los propios moradores saborearon las empanadas de doña Goya por una inmensidad de años.

“La gente gozaba con esas empanadas, yo las hacia de  yuca guayada,  para poder vivir, y  todos los hombres y mujeres se sentaban  aquí. Imagínate, todos eran míos. Yo les agradezco que siempre vienen a visitarme”, comenta  doña Goya. 

Esta  anciana tiene nietos, tataranietos y chornos, y aun con su avanzada edad camina.

Se lava la cara, habla de sus cosas,   fuma un tabaco y reza el santo rosario varias a veces al día.

Su hija  agrega que nunca ha estado interna por problemas de salud, y dice que detesta los vegetales, pero que adora  la leche.

Al  proceder de una familia de agricultores, nunca se preocupó por estudiar, ya que tuvo que trabajar duramente para sobrevivir.

Desde hace mucho tiempo  dejó de comer carnes. Ahora su hija Ana María le hace  comida suave,  “toma mucha avena,  y siempre  pide  un  casabito con  huevo frito. Le encanta la batata y come arroz normal”, dice.     

 La clave

1. En pie de lucha

Nació a la sombra de augurios tan adversos, que nadie le habría pronosticado una larga vida. El bohío donde ella gritaba su primer desafío al mundo se caía a pedazos, y las devastaciones de la isla, carente de toda reglamentación  alimentaría, estaba en precario equilibrio, para  la gente humilde. Pese a cualquier vicisitud, supo sobreponerse a los embates del destino y darle siempre la cara confirmeza, voz decida y con corazón firme. De manos prodigiosas para amasar la harina, de aspecto frágil, nunca tuvo miedo al trabajo, porque sabía que debía enfrentarlo y asumirlo como una forma de echar adelante y de  no darse por vencida ante ningún embate.

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