Doña Isabelita  
Primera peluquera del país

Doña Isabelita   <BR><STRONG>Primera peluquera del país</STRONG>

POR ROSARIO TIFÁ
Doña Isabel Bueno viuda Checo, una mujer de extraordinaria sencillez y  probada humildad, todavía no se ha percatado del gran aporte dejado a la peluquería dominicana, desde que se inició en el oficio en 1935, con apenas 13 años de edad.

Comenzó a aplicar sus conocimientos innatos en la larga cabellera de doña Canda Del Trejo de Peña, una dama de nacionalidad española que residía frente a la casa de sus padres, ubicada próximo a la Clínica Corominas, en Santiago de los Caballeros.

Allí acudía todas las mañanas para hacer “moñitos” a doña Canda, una modista de prestigio a quien colocaba unos rolos de alambre, que tenían unos ganchos similares a los que usaban para peinar a las mujeres que ilustraban las páginas de importantes revistas internacionales de la época.

“Yo colocaba los ganchos luego de humedecerle el pelo, hacía los rolos y en la tardecita, antes de la llegada de su esposo, la peinaba”, recuerda doña Isabelita, que a la sazón cuenta con 84 años.

De hablar pausado y con una memoria envidiable, doña Isabelita se ha convertido en la primera mujer peluquera dominicana y por consiguiente la profesional que en su época peinó y recortó a niñas, jóvenes y adultas de todas las clases sociales de Santiago y otras comunidades del país.

Heredó el arte de recortar el pelo de su padre Arturo Bueno, reconocido barbero de la ciudad, oficio que compartía con otros negocios y la literatura, ya que fue autor de tres tomos relativos a las costumbres y vivencias de los santiaguenses.

En ese año recuerda que su padre fue cancelado del Teatro Agua y Luz de Santiago por problemas políticos, pues militaba en el partido de Los Bolos que estaba en la oposición. Ese gobierno lo dominaba el partido de Los Rabuses.

Para esa época, doña Isabelita cursaba el quinto grado de primaria en la escuela República de Venezuela y cuando finalizó el curso e ingresó al sexto, ya una gran cantidad de personas solicitaba sus servicios de peluquera.

Primero hacía el trabajo de forma gratuita y, luego cobraba a sus clientes la suma de cinco centavos por dos peinados y dos recortes, servicio que en la mayoría de las ocasiones ofrecía a domicilio, abordando un coche, carreta o en el lomo de un burro.

Con el dinero, producto de su trabajo, contribuía con los gastos del hogar. En esos años un ciento de plátano, una caja de batata y 18 huevos costaban cinco centavos.

Las mujeres la esperaban con la cabeza lavada, para lo cual utilizaban jabón de Castilla, pues ni pensar en los productos de belleza que se usan hoy en día.

Las mujeres de esos años no se cortaban el cabello por prohibición expresa de los hombres, ni usaban tintes porque tampoco el país disponía de los productos y técnicas empleadas en otras naciones europeas: la mujer rubia era rubia y no otra cosa.

“En ese tiempo sólo se aplicaba en el cabello un poco de vaselina “Leostora” que venía en un pote pequeño para darle brillo, luego hacía el moño “San Antonio”, muy de moda, o dejaba el cabello suelto bien peinado”.

El tiempo transcurría, y ya en el sexto curso recibía clase de matemáticas, impartida por la profesora doña Ana Pepín de Gómez y de gramática por doña Juana Infante de Perelló. Recuerda el cariño y respeto que le prodigaba la señora Pepín de Gómez: “Yo tengo una foto de doña Ana, pero se me extravió en la última mudanza…”.   

Sus clientas

Entre las damas distinguidas a las que ofrecía sus servicios en esos años se encontraban: Ana Pepín de Gómez, Bienvenida Ricardo, primera esposa del dictador  Rafael Leonidas Trujillo Molina; Hortensia Copello de Castaño, Mercedes Pastoriza;  Malloya Espaillat, Julia viuda Bermúdez; Georgina de Thomén.

También fueron sus clientas las hermanas Mirabal (Patria, Minerva y María Teresa), su madre Doña Chea y hermanas de ésta, así como doña María de Tavares, esposa de don Gustavo Tavares.

Isabel Bueno viuda Checo recuerda que en ocasiones se trasladó a la sección de El Conuco, en Salcedo, donde residían las heroínas junto a su familia o en cambio hacía el trabajo en la ciudad aprovechando que doña Chea y sus hermanas acudían de compra a la tienda “El Gallo”, empresa comercial de mayor prestigio en Santiago.

Los buenos modales y costumbres les fueron inculcados desde niña, por lo que asumía un comportamiento ejemplar en los hogares donde requerían sus servicios, siempre memorizando los consejos de su madre: “Hija, cumple con tu trabajo, porque la palabra es como un templo, no repitas lo que escuches, ni siquiera a mí”.

Una vida de prestigio profesional

En 1945 casa con Emilio Antonio Checo Estévez, un joven empleado de la tienda “ El Gallo” que muchas veces no podía recibir en su hogar, debido al exceso de trabajo, pues solamente en las Navidades atendía en un salón que posteriormente instaló para más de 100 personas diariamente.

En 1946 empleaba, en el salón que creó ese año, los productos Huellas y Helen Curtis, los mejores de la época, y recuerda que en esos meses recibió una invitación desde Alemania dirigida por Huellas Colestone solicitando las instalaciones para realizar una exhibición de sus productos.

Doña Isabelita seleccionó tres damas por recomendación de los dueños de la compañía para que fungieran como “modelos”; éstas fueron  Elba de Bermúdez, esposa de Popy Bermúdez, Consuelo Arceno de Bojo y Jossy Polanco de Bermúdez, esposa de Carlucho Bermúdez. Sus imágenes aparecieron posteriormente en una importante revista alemana exhibiendo los peinados y tintes elaborados durante la exhibición.

 En su salón de belleza, segundo instalado en Santiago, se aplicaban otros productos como Igora Royal y Parlette, introducidos al país por firmas comerciales extranjeras.

Eran los finales de los  años 40 y ya le era permitido a la mujer cortarse el cabello. Doña Ana Pepín de Gómez jamás entró en la moda, recuerda doña Isabelita, quien enseñó el oficio a Enertina Vargas (Tina) que luego también instaló su salón de belleza.

 Explica que mientras ella fue la primera en instalar un salón de peluqueras en Santiago, Mercedes Gallardo de Santana (Chelo) fue la pionera de los salones de belleza en esta ciudad.

Con el paso de los años incluyó en su salón los servicios de manicure y pedicure, siendo la primera manicurista Ana Olivia Bonelly, esposa de Rafael Perelló. Otra joven que laboró en el salón fue Digna Patiño, hermana menor de los hermanos Patiño, asesinados por la tiranía de Trujillo.

El salón de belleza de doña Isabelita ya contaba con siete secadores de cabello y una gran cantidad de rolos confeccionados y fabricados por su padre de palos seco envuelto en plástico y alambre por donde eran introducidos los pinchos.

En la década de los 50 llegan al matrimonio Checo-Bueno los hijos; se amplia la edificación donde funciona el salón de belleza y por consiguiente, el precio del servicio aumenta de cinco a 10, 15 y 20 centavos.

Doña Isabel compra la franquicia para fabricar desrizado a un cubano por un costo de RD$1.200 y por razones de salud delega en su padre para fabricar el producto. Cada “chatica” de desrizado costaba 50 centavos y un galón RD$10.

Empieza a propagarse la noticia y vienen a comprar dueñas de salones de Santiago y otros pueblos del Cibao. Introduce también el uso de la permanente y para ello compra una máquina con unos ganchos eléctricos, aparato que según afirma le provocó “muchos sustos”.

El prestigio profesional de doña Isabel traspasó fronteras y llegan al país personas desde Puerto Rico y otras islas procurando sus servicios. El trabajo continúa siendo agotador debido a que no sentía ninguna atracción por el dinero. “El dinero lo dejaba tirado donde quiera, algunos podrían tomarlo, pero no todos, por ese dicho popular de que Santiago es Santiago”.

En 1959 trabaja para la producción de la película “La Habana” con el actor Robert Redford, en la telenovela María José, esta última filmada en el Hotel El Embajador, obteniendo exiguos beneficios económicos.

En 1979 se traslada a la capital, debido a quebrantos de salud, a solicitud de  su hija más pequeña, que luego de sus estudios en Estados Unidos, es contratada por Molinos Dominicanos.

Doña Isabel, durante su labor de largos años, también “arregló” a la primera dama Asela Mera de Jorge y la madre del  ex presidente Hipólito Mejía, doña Marina Domínguez.

La familia Checo Bueno está conformada por cinco hijos, todos profesionales en diferentes áreas. Ellos son: Eugenio Arturo, Carolina, Maritza, Cristina Emilia y María Consuelo. Tres de ellos residen en el extranjero, tiene varios nietos e hijos de crianza procreados por una de sus hermanas.

 A sus 84 años luce hermosa de pie a cabeza, por dentro y por fuera… y continúa de vez en cuando su labor de peluquera, al punto que afirma con orgullo que “en Santiago tengo cinco clientes que me esperan para recortarles cuando viajo a mi ciudad”.

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