Doña Lourdes en el recuerdo

Doña Lourdes en el recuerdo

La celebración el 3 de marzo del Octogésimo aniversario de la Fundación del Colegio Santa Teresita me retrotrae a los años felices de mi segunda infancia, en los años cuarenta del pasado siglo, en que fui alumno, vecino y me sentía parte de esa fuente de luz, civismo y calor humano que fue dicho centro educativo.

Corría el 1944, un año antes el Colegio se había trasladado junto a mi vivienda de la calle José Reyes, creo que desde El Conde.  Allí me inscribieron en el cuarto curso de primaria, en el que fui alumno de la menor de las hermanas Roques Martínez: Itha, el “primer amor de mi vida”, quien por cierto creo en esos días se casó.

El Santa Teresita  había sido fundado por Minetta, otra de las hermanas,  y benemérita militante antitrujillista; pero ésta había pasado a dirigir una escuela pública y Lourdes  fue desde entonces su directora y guía.

Doña Lourdes era grave y un tanto circunspecta.  Se hacía sentir porque estaba atenta a todo cuanto pasaba en el colegio y a sus alumnos.  Nada parecía escaparse a su mirada alerta y sus atenciones maternales, lo que parecía tratar de disimular para mantener su rol de Directora.

El Colegio, que rodeaba a mi casa con su enorme patio por el norte  y el oeste, llena de árboles frutales y donde despertaron mis juegos, deportes y sueños juveniles, evoca en mi memoria en rápida sucesión, escenas como las posteriores al  del terremoto de  agosto del 1946, en que casi toda la familia Roques, incluso algunos hermanos perseguidos por la tiranía trujillista, se refugiaron allí.

La religiosidad respetuosa,  la tolerancia de su dirección, y las lecciones cotidianas de cívica y canto del Himno que yo presenciaba desde mi ventana,  su protección discreta a maestras e hijos de familias acosadas por Trujillo  y hasta los Premios “Al Mayor  Lector” ,que se inventó para mí doña Lourdes, porque mis inquietudes y comprensión intelectuales se opacaba, para los honores regulares, por mi informalidad con las tareas e indisciplina, pero no así mi afán indiscutible por devorar cuántos libros había en la biblioteca colegial.

Después, ya ex-alumno, el Colegio y mi vecina doña Lourdes fueron testigos de mis travesuras,  de mis rebeldías juveniles  y de mi escape un tanto espectacular al ser perseguido  por los sicarios del Tirano.

Lourdes Roques de Santoni fue   la mayor de las cinco hermanas, la última de las cuales: Cristina, falleció hace pocos días, tan diferentes en su carácter y destino y tan parecidas en  su amor por la educación, su nobleza y su sentido de solidaridad familiar y humana, fue  sin duda un ejemplo que han seguido sus descendientes en la dirección de ese colegio, que aún en los tiempos que vivimos, en que los valores y principios de la escuela nacional parecen naufragar en un mar de y banalidades e informaciones meramente pragmáticas. A ella va mi homenaje póstumo

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