Doña María Rosa Vargas, más allá de la educación

Doña María Rosa Vargas, más allá de la educación

Samuel Luna

Nuestra niñez está llena de gratos recuerdos. Lo que somos hoy es la suma de aquellas ingenuas imprudencias que cometíamos en nuestra juventud, somos lo que somos por el roce de aquellos que crecieron cerca de nosotros. Quien escribe fue vecino de doña Rosa Vargas, la casa de mis padres estaba justamente al lado de su casa, y el patio del Colegio Duarte, colegio que ella fundó, colindaba con el patio de la casa de mis padres. Ahora recuerdo las riquezas transferidas de dicho espacio educativo.

Que triste, que es ahora que recopilo las vivencias que marcaron mi vida. Hace poco reflexioné en silencio y sigilosamente encorvé todo mi cuerpo quedándome paralizado, pensando en todo lo que doña Rosa había hecho. ¿Porqué no lo había pensando antes? Tal vez es muy tarde para sentarme con Doña Rosa y expresarles las gracias por incidir en mi vida de forma directa e indirecta. Digo que quizás es muy tarde porque la edad y los años nos doblegan. Quizás ella no podrá decirme Samy, como siempre me dijo. Ahora, después de tantos años, las palabras se quedan en el èter, y las miradas se desvanecen como nubes movidas por el viento del tiempo.

Tal vez escribiendo podemos expresarles un poco de gratitud a doña Rosa. Recuerdo aquellos días cuando queríamos jugar Basketball, debíamos ir donde ella para lograr el permiso y así jugar en aquella cancha que nos vio crecer. Aquellos días sagrados, donde se promovía el respeto al derecho ajeno. No podíamos cojer los mangos sin permiso, debíamos esperar el tiempo determinado, pero sí podíamos escapar y treparnos en las matas que nos proveían la sombra y las meriendas orgánicas. Cuando nadie hablaba de productos orgánicos ya nosotros consumíamos aquellos olorosos, rojizos y dulce mangos sembrados por Don Darío, el esposo de Doña Rosa.

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Esa mujer se adelantó a los tiempos. Recuerdo las tres tandas que proveía y promovía el Colegio de doña Rosa, El Duarte; por la mañana el tradicional sistema educativo, por la tarde el bachillerato comercial, y en la noche un espacio que servía para levantar la dignidad de aquel sector olvidado por la sociedad pero no por doña Rosa. Un sector analfabeto y sin muchas oportunidades. Recuerdo esos estudiantes que asistían en la noche, eran casi todos adultos. Claro tengo que mencionarlo, como olvidarlo, me refiero a Porfirio, aquel hombre de casi 30 años, si aún vive debe tener casi 80 años. Con casi 35 años de edad porfirio estaba en un quinto grado de la primaria. Lo recuerdo bien, limpiaba el patio de la casa de doña Rosa. Porfirio quería ser abogado, y todos los niños de aquel entonces nos reíamos, sabíamos que era una tarea inalcanzable. Claro, nunca recuerdo a uno de nosotros motivando a Porfirio. Nos quedábamos observándolo como un fenómeno extraño y al mismo tiempo nos daba compasión. Porfirio repitió varias veces los cursos de la primaria, y aún así, Doña Rosa seguía confiando en los sueños de Porfirio, ella siempre estuvo detrás de él sosteniéndolo. Ese espacio era terapéutico para ese tipo de personas, porque permitía en ellos crear un sentir de desarrollo integral; estaban evolucionando de forma pasiva pero constante. Ese contexto fue apoyado y sostenido por doña Rosa y su equipo. Ella no se cansó, su caminar era siempre firme y lento, pero con determinación y con una visión enraizada en los valores cristianos.

Que pena que muchos, por no decir nadie, en ese entonces, no entendíamos el corazón de Doña Rosa. Ella fue una misionera en la esfera de la educación. Trabajó en silencio, levantó una bella familia, fue una excelente esposa. Nunca pretendió ser de la farándula, no quiso andar en su propio carro, dependía de su esposo y de sus hijos e hijas. Su destino estaba claro y definido, ser un agente de cambio desde la plataforma de la educación. Debo decir que en ese patio del Colegio Duarte fue donde aprendí todos mis deportes. Ahí aprendí a montar la Chopper, aquella bicicleta color amarilla, muy pesada y firme. No era mía, era de un amigo llamado Onei; así que, el patio era de doña Rosa y la bicicleta de Onei, y gracias a ese binomio aprendí a disfrutar los paseos en bicicleta. Bueno, hay mucho que contar, pero lo que deseo expresar es que cada acción cuenta y doña Rosa Vargas parece que tenía eso muy claro. Estaba en el lugar correcto.

Hoy Doña Rosa Vargas está en su casa. Ya no puede dirigir un colegio, su destino se cumplió. Las semillas fueron regadas y muchas han germinado. Gracias Doña Rosa por ser parte de la transformación en los dominicanos. ¿Y nosotros que haremos? ¿Cuál es nuestro destino en esta vida? Cuando llegue el tiempo donde los aplausos ya no están, donde los títulos no existen y donde solo quedamos nosotros, es ahí donde las semillas regadas podrán sostenernos y permitirnos sonreír con gratitud, como hoy lo está haciendo doña.

María Rosa Gonzalez De Vargas.

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