Doña María Ugarte

Doña María Ugarte

UBI RIVAS
Confieso que no he tenido el privilegio inmenso de ser amigo de doña María Ugarte, escogida Premio Nacional de Literatura 2006 por la Fundación Corripio y la Secretaría de Educación, un reconocimiento un poco demorado, pero justísimo.

Apenas puedo recordar intercambiar saludos protocolares con esta dama excepcional que empezó a compartir el entorno nuestro a partir de 1940, cuando arribó al país de su natal España, acompañada de su pequeña hija Carmenchu, que con el devenir del tiempo también ha resultado ser como su progenitora una excelentísima periodista.

Ya su esposo Constant Brusiloff, confeso partidario del zar Nicolás II y en consecuencia “ruso blanco”, un eufemismo de los bolcheviques a los mencheviques reaccionarios, se encontraba en el país esperando a su esposa y su pequeña hijita.

Doña María comenzó su exitosa y enjundiosa carrera de comunicadora en el periódico La Nación de la avenida Mella que en ese tiempo dirigía el brillante escritor Rafael Vidal Torres (don Fello) y luego en 1966 comenzó a escribir en El Caribe una página literaria o de historia de los monumentos coloniales que recogió en un magnífico volumen.

Compartió esa preocupación con el inglés Walter Palm, Joaquín Balaguer y Eugenio Pérez Montás.

Con erudición y exquisitez, lo primero consecuencia de su formación académica y lo segundo como parte del conjunto de su fina personalidad, doña María aplicó sus conocimientos como profesora de historia al quehacer periodístico, no sin antes confesar que comenzó como reportera de crónica roja (crímenes) en La Nación.

Eso mismo hubo de sufrir otra comunicadora de intercepción, Sara Pérez, cuando el director de entonces del desaparecido vespertino Ultima Hora le comisionó cubrir la crónica roja del tabloide sensacionalista.

Con su gran clase humana, doña María ha compartido con los dominicanos por 66 años, enseñándonos no solamente cultura, sino modales, decencia, civilización, sorteando ejemplos por doquier ha transcurrido todo ese jalona de tiempo con una reputación iridiscente, digna de encomios y de imitaciones.

Su humildad y sinceridad, otras de sus gemas espirituales, le conducen a confesar que no se ha arrepentido de escoger al país para residir por tanto tiempo y haberse hecho ciudadana dominicana a los diez años de su arribo, algo que conlleva a la reflexión considerando que el nuestro es un país difícil, donde menudean los envidiosos, resentidos sociales, fusiladores de reputaciones conducidos por la mediocridad por esos torvos y sinuosos senderos maniqueos saturados de aberración.

Sobre todo cuando se presiente y se siente la presencia de alguien superior como es el caso imposible de ocultar, aunque ella quiere, del personaje que motiva la entrega de este día a HOY.

Una superioridad no cimentada en la prepotencia y la desconsideración que es el rasero y caldo de cultivo por excelencia donde prospera el mediocre, sino en la excelencia de la conducta y la demostración incontenible del talento y la voluntad de esparcir el conocimiento que se ha adquirido, como es el exacto caso que nos ocupa.

El ayuntar a la cotidianidad la pasión por difundir la luz del saber, no egoístamente reservárselo para sí, sino sentir la misión de educar, ilustrar y así conformar y configurar un mundo mejor con ciudadanos mejores.

Ha publicado siete títulos y aún, a sus 92 enjundiosos y ejemplarizantes 92 años, escribe dos más, uno sobre la pintura Nidia Serra y otro sobre la vida de Mario Bobea Billini, un eximio comunicador especializado en temas agrícolas.

Así como hay hombres que lloran habemos tímidos para algunos retos, y debido a que no he tenido el privilegio, insisto de ser amigo de doña María, no me he atrevido a llamarla para felicitarla, para no ser fresco, pero me siento feliz por su reconocimiento y porque mi esposa Virginia, amiga suya, la felicitó. ¡Todos la queremos y reverenciamos, doña María!

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