Doña María y el Papa Francisco

Doña María y el Papa Francisco

Nadie habría de decirme que esa bondadosa mujer, madre de ocho hijos, quien habría de instruirme en el catecismo de la iglesia católica, sería la madre de mi compañero de vida.

Doña María, como todos la conocimos, era una madre, esposa y hermana excepcional.

En aquellos tiempos –según me cuentan sus hijos- el ingreso magro del profesor Antonio Cuello, trabajando hasta las 10 de la noche,  sería el único sustento de toda la familia.  Y no sólo de su familia, porque doña María se las ingeniaba para “darle una ayudadita” a otras hermanas con tantos hijos como ella y en peores condiciones económicas.

Con ella aprendí los diez mandamientos: Crecí y crecimos con esos postulados.

 Y al crecer te enfrentas a un nuevo entorno: te rebelas ante la pobreza, conoces otras personas, lees otros libros, te atrae la ciencia, pero eso que aprendiste muy temprano lo tienes muy adentro e impide que deshonres a tu padre, que mates, que robes, que digas mentiras, que codicies los bienes ajenos.

 Aprendí, también, temprano y para siempre, que no debe haber delito sin sanción.

 Creo que la iglesia católica está en su mejor momento.

 Un Papa sencillo, amoroso, honrado, abierto, que pide conocer a Jesús, que abre los brazos a todos sin discriminación, que clama por la justicia, por los inmigrantes; que enfrenta a los muchos obispos y sacerdotes engreídos, indolentes y corruptos, con lo que augura un renacer de la fe cristiana.

 Expresa en una de sus intervenciones públicas:  “Los prelados, deben ser pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre, pacientes y misericordiosos, hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como la libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. (…) Hombres que no tengan psicología de príncipes, que no sean ambiciosos”.

 Cual que sea la religión que adoptemos y el descreimiento que nos impongamos, habrán de ser válidas aquellas normas de comportamiento humano que encontramos en los 10 mandamientos y en el nuevo y valiente verbo del Papa Francisco.

 Sé que doña María y don Antonio estarían muy esperanzados con esta nueva actitud de su iglesia que augura una mayor acogida de fieles –entre ellos cientos de millones de jóvenes-.

 ¡Ah!, pero no solo vive el hombre de la palabra divina:  mientras los jóvenes no tengan educación, salud y empleos adecuados persistirá el descreimiento y el desencanto.

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