Fue la misma antes, durante y después de que su hijo Leonel fuera presidente
La discreción, humildad, el don de gente, la decencia y ser la misma antes, durante y después de que su hijo Leonel fuera electo presidente de la República en tres ocasiones, son méritos suficientes para tomarla como referente, no solo para los que van al Poder, sino para todos los actos de nuestras vidas.
Ella perteneció a esa estirpe de mujeres que vinieron al mundo en el primer cuarto del siglo pasado, cuando el trabajo tesonero era la fórmula para educar con el ejemplo. Casi todas las mujeres de su época parecen diseñadas y marcadas por los mismos valores: en gran medida, se confeccionaban sus ropas y la de sus hijos, trabajaban en la casa y fuera de ella, muchas conjugaron el papel de padre y madre.
Esas mujeres fueron de las últimas que trajeron al mundo la llamada “generación” a las que se nos enseñó a respetar a los mayores y a vivir con dignidad.
Solo una vez entré a su casa en Las Praderas, pero nos vimos en varias ocasiones más. La que más recuerdo fue el día que nació su nieta Yolanda América María. Tuve la oportunidad de conversar varias horas con ella, ahí descubrí el parecido de su hijo Leonel con ella; la forma de hablar pausada, las palabras pensadas y degustadas como una buena uva, su alegría porque su nueva nieta llevaría el nombre de su madre, América.
Eso ocurrió en agosto del 2003, el día antes de su cumpleaños. Su hijo no era presidente todavía, por eso calibro lo de antes, durante y después. Era una mujer de esas cuya dignidad aflora en la dermis, su humildad era intrínseca sin que opacara sus altos valores, todo lo contrario, era un paquete de atributos que pocas personas poseen.
Nunca la vi ostentando, mas bien pendiente de que todo le saliera bien a su hijo, el presidente, y de su otro hijo, Dalcio, tan discreto como ella le enseñó. No he conocido a una madre y a unos hijos tan unidos como ellos.
Suele ocurrir cuando las personas se van de este mundo afloran sus virtudes; casi nadie es capaz decir lo contrario. En el caso de doña Yolanda, todo el que se refirió a ella resaltó la forma sencilla en la que vivió.
Entre las virtudes que se destacaron figura la expresión de que “una madre soltera no tiene porqué dejar de luchar y realizar sus sueños”. Doña Yolanda lo logró, por eso es un modelo para tantas mujeres que en este país tienen el rol de ser padre y madre a la vez.
Entre sus múltiples ocupaciones para criar a sus hijos y ayudar a su familia, ella no dejó de leer, de estar enterada de lo que ocurría en el país y en el mundo hasta forjar un espíritu democrático de la vida y de la política.
Fue ejemplo de entrega: como ciudadana cultivó la solidaridad y el sentimiento universal de las madres: “no me quiero ir de este mundo para no dejar a mis hijos solos”.