Donald Guerrero Martínez – Más anécdotas de mi pueblo

Donald Guerrero Martínez – Más anécdotas de mi pueblo

Está caliente la paila política. Tanto, que hasta aquellos acostumbrados a sus temperaturas han de andarse con cuidado, para no quemarse. Para no acercarle más leña al fuego, pues, hablemos de otra cosa. Trujillo giró a su derecha, bastón en mano, al tiempo de decir «ese es mi amigo». Se refería a Don Roberto, tesorero municipal.

Contaban en mi pueblo que se hablaba de cambios en los pocos empleos públicos «importantes» del municipio. El tesorero estaba entre los candidatos al desguabinamiento. Habló entones Trujillo en la forma dicha, y se hizo el silencio en la noche. Don Roberto sobrevivió a Trujillo, y siguió en el puesto por muchos años. Su hermano Miguel, general de aquellos tiempos, fue ministro de Guerra de Lilís.

Don Roberto, hombre de carácter, era disciplinado, por tanto, cumplidor y exigente con sus subalternos. Había ordenado al zacatecas Jesús Silfa retener la cédula de los adultos el cadáver de un vecino. Requerida la cédula, no apareció. Resistía con firmeza el zacatecas hacer el enterramiento, y con igual firmeza insistían los campesinos que no había tiempo de ir a buscar la cédula y volver antes de las seis de la tarde, hora límite para la sepultura. Entre una averiguación y otra, los comisionados, incómodos, dejaron el cadáver allí. Fue enterrado «sin cédula».

Otro Roberto, de los primeros ocoeños graduados en derecho, repartía su tiempo entre el ejercicio y la agricultura. No era propiamente enemigo del régimen, pero tenía ideas apartadas de los métodos de la Era. Criticaba los adornos y plumajes que lucia el Jefe. Tal vez calificaba como «indiferente». Como profesional al fin, le llegó el turno de una disertación en el Partido, cuyo texto mecanografiamos. Roberto no quería mencionar el nombre obligatorio, y en busca de la forma se exprimía los sesos. Encontrándola al fin. Mencionó al Excelentísimo Señor Jefe del Gobierno de la República. Y no pasó nada. Discurrían los años 40, de manera que mucho antes d los sucesos de agosto 1955 en el Hotel Matum.

Don Sinforoso, nacido en Azua, era el alcalde comunal, designación entonces del juez de paz. Su apodo, Don Foró, estaba divorciado de la realidad, porque era hombre calmado, de paso lento, voz baja, y espíritu conciliador. Fue abuelo del escritor ocoeño Viriato Sensión, autor de la novela «Los que falsificaron la firma de Dios», crónica densa del régimen de Balaguer. Finalizado su desempeño como alcalde comunal, Don Foró se quedó a vivir en San José de Ocoa. Es de respetada memoria.

Había sido sometida por escándalo en la vía pública una joven señora «de la vida alegre», no la de Strauss naturalmente, y preguntada por su profesión u ocupación, respondió tranquilamente: «lavar `huevos` en ponchera», refiriéndose al pene. Un sordo murmullo de risas contenidas llenó la sala. En ese tiempo, la Dominican Tobacco Company, industria tabacalera foránea que más tarde tuvo problemas con Trujillo, fabricaba cigarrillos con el nombre del faro inaugurado en 1992 en el oriente capitaleño. La cajetilla traía un cupón para equis premios. Su respaldo, en blanco, fue utilizado por muchos para difundir la insospechada expresión de aquella mujer. La frase quedó popularizada.

Parece mentira, pero hasta los locos lo saben. Hay gentes a las que se las ve bien. Si se les pregunta, dirán que así están, bien o muy bien. Puede no ser verdad, sino falacia o inconciencia si tienen manchas en la conciencia, o sea, si no se las puede contar entre los de «conciencia limpia».

Vivía en la calle Altagracia, todavía existe, deteriorada, la casa; una orate llamada Chicha la Loca. Pasaba ella mucho rato en «la puerta del patio», que era la entrada usual para marchantas o vendedores, mandaderos etc. Cuando alguien pasaba por allí, Chicha se adelantaba en el saludo, preguntándole, «¿cómo estamos?» Es de suponer que le respondían «bien» o «muy bien» o «regular para el tiempo» etc. Entonces volvía ella a preguntar: ¿y tu conciencia?

Y eso que era loca.

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