EDUARDO J. TEJERA
Desde Canadá he leído en la prensa el muy triste y lamentable fallecimiento de un gran amigo de mi padre y mío y un bondadoso guía durante mis inicios en la vida privada y pública dominicana. El doctor Donald Reid Cabral, Doni, como se le llamaba con cariño, fue un caluroso ser humano, amigo, conciliador, empeñado familiar y un hombre de Estado, quien sentía y adoraba su país. Mi padre fue un gran amigo de Doni y Doña Clara, por la familiaridad que tenemos por la vía de los Tejera y por sus mutuas afinidades políticas. Yo heredé esa amistad. Nos tratábamos desde 1963 con particular afecto, en aquellos años llenos de traumas políticos e incertidumbres. Yo era un joven estudiante siempre ávido de aprender de las conversaciones de ellos y otros hombres públicos del momento. Eran tiempos difíciles y Donald fue un total hombre de su circunstancia.
Mi padre y él durante esos tiempos de dificultades fueron muy cercanos, a pesar de las diferencias políticas que a veces tenían en algunos temas y posiciones. Siempre me dijo que era el más sagaz de los políticos y un hombre que desde muy temprana edad le tocó una carga inesperada de responsabilidades en el medio de violencias políticas, que venían como un huracán de la historia, tras la muerte del dictador y la incipiente democracia de Don Juan. Eran épocas de tensiones internas e internacionales, en el medio de la guerra fría. El país estaba dividido en varias facciones y cargado de sectarismo militar ideológico. Donald sufrió en carne viva estas tormentas y manejó lo mejor posible la nave del Estado.
El querido Donald sirvió a su nación con patriotismo y honor, aún cuando fueron momentos críticos y de dolorosas luchas entre dominicanos. Fue una etapa inevitable, la herencia trujillista todavía viva, el Consejo de Estado, la naciente democracia, el terrible golpe, el Triunvirato, la Guerra Civil y la lenta creación de una democracia frágil y maltratada. Pero así caminaba la nación, al paso a golpes. Donald fue colaborador, junto a muchos héroes de la caída de Trujillo. Como los demás, se jugó la vida y puso a su familia en alto riesgo. Después fue catapultado a una Presidencia interina colegiada. Lo recuerdo joven, delgado, manejando su propio carro y llegaba a las fiestas y conversaba con toda la juventud. Era muy simple entonces y siempre lo fue hasta el final. Siempre tenía una sonrisa, una palabra de amabilidad y sanos y buenos consejos para todos. Para mí fue un guía y un gran amigo, a quien conocí hondamente en la vida privada y política. Lo considero un gran señor, un caballero de la política. Sufrió un doloroso exilio en Miami, junto a su familia. Su casa era meca de los amigos, sin importar el credo político de cada cual. Fui muchas veces a visitarlo ahí. El tenía esa magia de atraer. Después regresó y la pasión y su concepto de seguir aportando a su país, lo llevó a incorporarse al Partido Reformista y siguió jugando un gran rol en beneficio de la conciliación, de las buenas causas y de ser puente de nuevas generaciones.
Nunca fue sectario, ni rabioso contra nadie. Yo desde joven, por vocación liberal, entré a formar parte y servir al PRD de entonces. A modo de gracia, Doni me decía que trabajaba bien, pero que debía ser reformista e irme con él. Le respondía que no podía, que no compartía el estilo del doctor Balaguer.
Le decía que comprendiera que éramos diferentes y veníamos de mundos políticos y generaciones distintas. Se reía y me miraba con una sonrisa de complicidad y me señalaba ay Eduardo, eres como tu padre, independiente y testarudo. Al final, siempre me dijo, sigue tu camino, tu manera de pensar, pero cuídate de los partidos políticos. El también sabía que tenía muy buenos amigos reformistas.
Doni y Doña Clara y su casa de la calle Doctor Delgado, era un santuario de libros y de historia. Estaban las obra y colección de Don Emiliano, Don Emilio y la vasta biblioteca de libros y mapas de Donald. Para mí de joven era como museo de vivencias familiares, de historia y de buena tertulia.
Muchas veces me llamaba y me pedía que fuera a su oficina de la avenida Kennedy. Me preguntaba por temas económicos, sobre la moneda, la estabilidad y teníamos largas conversaciones. Desde mi época en el Banco Central y después toda la vida existió este intercambio de ideas y preocupaciones. Donald fue igual con muchos jóvenes y políticos. Todos iban a verlo a pedirle un consejo o un favor. El tenía tiempo para todos.
Su muerte me produce un gran vacío, sobre todo a estas distancias. Poco a poco, se van las personas con las cuales crecí y me formé. Mi generación se va quedando sola, con toda la responsabilidad privada y pública que implica. La partida de Doni la siento mucho, fue siempre como un familiar para mí, casi un tío adoptado. Así me hacía sentir. Para sus amigos personales y políticos el fallecimiento de Donald será muy recordado y triste. A pesar de los vaivenes de la política, tenía excelentes amigos en todos los sectores y en todas clases, por su cordialidad, su hombría de bien y don de gente. Ante todo por ser amigo y conciliador. Algo que ni se compra ni se alquila. Es un señorío que tienen las personas sencillamente buenas y cariñosas. Ese fue el doctor Donald Reid Cabral. Lo recordaré siempre como un amigo y guía que me orientó con afecto y siempre me extendió su mano y su calor humano.
A Doña Clara, y sus hijas Georgia y Clarita, a Doña Georgina y Cuchita, a los hermanos, William, Charly, Anny y Doña Ligia, y al querido amigo Juan Antonio Barreto, su sobrino inseparable que lo adoraba, a Janny y Fabito y los demás familiares, vayan mis expresiones de máxima solidaridad y condolencias. Siéntanse orgullosos. Donald entró ahora en las páginas de la historia. Sin embargo, todos recordaremos al gran amigo, al empresario exitoso y sencillo, y al hombre público que amó a su país y le brindó lo mejor que tenía: La cordialidad y un delicado espíritu conciliador. Fue un excelente familiar y un gran dominicano. Vivió y se fue, tranquilamente como era; un caballero. Que descanse en paz!