En julio de 2018 en un artículo titulado Donald Trump y la Insignia del Poder, manifesté que el presidente Trump había ridiculizado el orgullo del poder de EE.UU. en la Cumbre de Helsinki cuando cometió la vesania de decir que creía en las palabras de Vladímir Putin y no en sus organismos de seguridad.
En efecto, presagié en ese mismo artículo que el propio Trump con esas palabras había creado las condiciones para que la élite del poder (Establishment) lo sacara a patadas de la presidencia. Sin embargo, su creencia de omnipotente y megalomanía le hicieron olvidar los casos de los expresidentes Kennedy y Carter.
Las Estridencias.
Siempre he sostenido la tesis de que, para apoyar a Trump hay que ser un individuo autoritario ya sea de manera directa o inconsciente o ser un pelafustán. Por eso, para millones de personas que tienen ausencia de categoría pensante Trump solo es visto como el resultado de lo que ellos estaban rechazando o alguien que sabe hacer empatía con ellos.
Empero, cuando un error histórico del destino te lleva a dirigir la nación más importante del planeta las estridencias son mucho más que simples malcriadezas, toda vez que, tú conducta influye en millones de personas más que terminan produciendo la funesta ignominia que acabamos de ver en el Capitolio.
En virtud de ello, todavía puedo escuchar las palabras lapidarias de Hillary Clinton cuando perdió de Trump quien al reconocer su derrota dijo, “sabía que estábamos mal, pero no me imaginaba que era tanto”. Además, también hay que admitir que la anaciclosis de los sistemas políticos produce estupideces propias de la oclocracia.
Asimismo, no podemos olvidar que la senadora demócrata Elizabeth Warren desde 2018 venía esgrimiendo la tesis de que “Trump debía ser destituido mediante un impeachment porque estaba destruyendo los valores y las reglas de la democracia”. Y, decía ella que “de seguir permitiendo eso nada detendría a los subsiguientes presidentes”.
El Asalto al Congreso.
La irrupción funesta y vandálica en el interior del Capitolio por parte de centenares de enajenados seguidores de Trump, jamás puede ser vista como una acción fortuita o emotiva de unos fanáticos no. El proceso embrionario de ese oprobio propio de una república bananera, inició desde que su arquitecto y líder se presentó como candidato a la presidencia de EE.UU.
En ese sentido, desde la llegada de ese liliputiense intelectual a la Casa Blanca con su discurso incendiario, racista, misógino, xenófobo, homofóbico y supremacista se sentaron las bases sociales para la negación a toda conquista de respeto institucional, para la profundización de la fracturación y la germinación de una posible guerra civil.
De igual forma, aunque los congresos son espacios de disyunciones permanentes entre los representantes ninguna acción de esta naturaleza debe ser analizada como una expresión de apoyo al populismo. Ese acto fue un culto a un fascista que no siente ningún respeto por la democracia dividida que impera desde el siglo XVIII en esa gran nación.
Increíblemente, sin darse cuenta con su agitación para que esto sucediera le hizo un gran favor a EE.UU. y el mundo, pues ese acto propició que hasta muchos que le respetaban hoy sientan desprecio por él. Por ello, esperamos no solo la aplicación de la enmienda 25; también su procesamiento para que sirva de ejemplo al sagrado respeto que todos debemos tener por el imperio de la democracia y la institucionalidad.