Dondald Guerrero Martínez – La iglesia no puede callar

Dondald Guerrero Martínez – La iglesia no puede callar

No puede. Tampoco dejarse acallar. Fuera un renunciamiento, una deserción de la misión pastoral que debe cumplir. Un sacerdote, oficie en parroquias o en catedrales, representa y es símbolo del Papa, representante de Cristo en la Tierra. Así, irrespetar a un sacerdote es ofender a un representante del Santo Padre. Es acción reprobable, porque toca a todos los devotos de la fe católica. Puede afirmarse que los líderes y devotos de iglesias evangélicas no simpatizan con los desparpajos oficiales contra la iglesia católica.

La misión del sacerdote, roca sobre la cual edificó Cristo su iglesia, se cumple con la gente desamparada, viéndola como los enfermos a quienes vino Cristo a curar. Ahora bien, debe entenderse que las ambiciones políticas trastornan a cualquier mortal, que poseso de ellas no repara mientes en nada. Trastorna, empero, en primer lugar a los arrogantes, no importa que proclamen una fe que no sienten, aunque sean asiduos a la hora de tragar hostias.

Las diferencias entre gobierno e iglesia son de siempre. Recuérdese el Sermón de Adviento de Montesinos, cuyo objeto fue reclamar a las autoridades españolas que terminaran los abusos con que victimaban a los indígenas. No hace mucho quiso el Presidente, en cierto modo, que el Cardenal López Rodríguez, y por extensión todos cuantos cumplen igual labor pastoral, se callara, «porque no tiene que hablar de tales o cuales cosas». De dónde saca eso el mandatario, se preguntó el Prelado. Antes se había molestado el Presidente, sintiéndose irrespetado por el P. Milton, de Gurabo, porque en una misa oficiada en su presencia le recordó promesas políticas incumplidas. Para el párroco, el Presidente había irrespetado a los votantes con lo de ser «hombre de palabra».

Ahora, funcionarios pepehacistas, renegados de la que fue su fe política peñagomista, arremeten contra el Cardenal, sólo porque éste cumple su misión pastoral, olvidándose de que la misión de la iglesia, indeclinable e irrenunciable, es la de estar al lado de sus fieles. Ha dicho el Cardenal que el país está en total desamparo. Es un «producto de fábrica» de la gestión de gobierno. Lo padece el pueblo en carne viva todos los días, sin ver «una luz de esperanza». La iglesia no puede callar. Pretenderlo es absurdo. Nunca recogerá las velas de la misión terrenal que les inspira el espíritu de Cristo. Por eso acaba de decir el Consejo Permanente de la Conferencia del Episcopado que los obispos, como pastores de Dios, tienen la obligación de orientar a sus comunidades y fieles, «y ay de nosotros si no lo hiciéramos». Ha señalado la Conferencia, que interpretar sus orientaciones como partidarias o interesadas «es algo que nos duele y nos ofende».

A los maliciosos que le ven a la labor pastoral de los obispos de estos días similitud con los mitines de «reafirmación cristiana» que fueron parte del derrocamiento en 1963 del gobierno del profesor Juan Bosch, tal vez haciéndole a éste, a la postre, un favor personal, el arzobispo metropolitano de Santiago ha reiterado que continuarán al lado de los desamparados, tanto como lo hicieron en la dictadura de Trujillo. Es cosa aceptada que la Carta Pastoral de la iglesia en enero sacudió la postración en que el terror de la dictadura mantenía a la población. Esa sacudida despertó el propósito de liquidar al régimen iniciado en 1930.

Un ataque al Cardenal lo es a todo el obispado, que mantiene una gran unidad y comunión entre ellos. Si les vienen otros ataques o represalias, no les extrañará, porque los obispos asumen una labor «profética» no entendida ni comprendida en un momento determinado.

Al país le hace falta que en el Poder haya los instrumentos para que algunas corrientes oficiales sean contenidas, en aras del sosiego colectivo.

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