Donde compran, venden

Donde compran, venden

La tasación de deserciones, durante la campaña electoral del año 2008, provocó un texto cuya vigencia es indiscutible. Entonces, el asombro era imposible, como ahora innecesario para cualquier persona conocedora de los tejemanejes en procura de votos. Recrearlo procede: La discusión es recurrente, vacua. Sustituye el debate real, necesario y ratifica la ausencia de propuestas.
Cada uno, desde su púlpito, reclama y critica la huida de los cofrades. Gimen y esgrimen los peores calificativos para definir esa conducta impropia de compañeros que juraron lealtad. Empantanados, sin luz ni túnel, asumen que la mayoría repudia el hecho y le preocupa la ocurrencia. Falso. Pretenden sustituir las demandas de la mayoría, consignadas en las encuestas. El colectivo acoge el tema, impuesto por minorías, acusa y avala. Tránsfuga es la imputación.
El cacareo en contra de los tránsfugas ajenos, simplemente expone las flaquezas de quienes ofrecieron menos de lo apetecido o son incompetentes para manejar las miserias del toma y daca electoral. Cuando las cláusulas se incumplen, los peregrinos rescinden el contrato y propalan, en pública subasta, sus habilidades. Y vienen las pujas. Quién da más. Por eso van y vienen, prueban y reprueban. Mi tránsfuga es bueno, el tuyo es malo. Mi tránsfuga barato o desinteresado, el tuyo, voraz y canalla.
Así como la corrupción es tema de temporada y en la seca se convierte en intrascendente, ser tránsfuga, ostentar la condición, no incomoda. Las urgencias son otras: el desempleo, el costo de la vida, la inseguridad ciudadana.
Basta revisar archivos para comprobar los comentarios reiterados acerca de la práctica. Desde el inicio de la transición hacia la democracia, el saltimbanqui político ha existido y pervivido, a pesar del encono que provoca la condición de veleta. Juzgar la actitud es oficio de opinantes, ejercicio retórico sin consecuencia. Por constante, el vaivén de la frágil fidelidad partidista, es consustancial al proceso electoral.
Las gradas apuestan y los protagonistas esperan al mejor postor. Algunos, utilizan sibilinos métodos y con discreción, realizan su labor de conversos. Otros, sin vergüenza, divulgan los requisitos para la primera oferta. Es una enfebrecida licitación, cuyo resultado, a veces, no trasciende la fotografía al lado de quien adquiere el usufructo fugaz de la militancia.
Cuando los colores de los partidos delimitaban fronteras políticas, el cambio de adscripción tenía connotaciones que ya no existen. Repugnaba, por ejemplo, el juramento reformista de algún miembro del Movimiento Revolucionario 14 de junio, del mismo modo, era grotesca la connivencia entre constitucionalistas y matones trujillistas o de participantes en el tiranicidio con Balaguer.
Requerían justificación teórica aquellos acuerdos, auspiciados por el PRD, con militares cómplices de las fuerzas interventoras, también, la inclusión de revolucionarios en la nómina balaguerista, primero clandestina y luego estratégica.
Fue astucia convertir en Secretarios de Estado a los guardias de Caracoles y a los gestores de la muerte de Orlando y García Castro. Hoy, el vocablo abarca a los oportunistas, conversos, traidores, renegados de otrora. Los regímenes autoritarios sancionan la deslealtad, los otros sistemas, censuran la fidelidad efímera con un repudio pasajero.
Los representantes de los partidos políticos españoles firmaron en el año 1998 un Pacto contra el Transfuguismo. Las revisiones periódicas del texto no logran erradicar el comportamiento, tampoco amedrentan. El convenio español se refiere “a representantes que, traicionando a sus compañeros de grupo y a la formación política que les presentó en las elecciones locales, pactan con otras fuerzas, para mantener o cambiar la mayoría gobernante en una entidad local”.
Los partidos firmantes se comprometieron a expulsar a los tránsfugas. Aquí, ningún partido rechaza, de manera definitiva, a sus tránsfugas. Los insultan, sin evadir el coqueteo, porque las puertas nunca se cierran. El talante plañidero de los abandonados, es ridículo. Hasta ahora, ningún desertor criollo ha denunciado amenaza, extorsión. La decisión es libérrima. Si compran es porque venden. Lamentable es el precio. Muchos están devaluados por reincidentes e ineficientes. Pretenciosos, estafan. Se cotizan caros. El pago es dispendio. Derroche inútil.

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