Esta es una pregunta sencilla que encierra una sentida preocupación y casi a diario está en los labios de gente de diferentes estratos sociales, pero quizás sólo podría ser respondida con propiedad por sociólogos experimentados en el conocimiento y análisis de la realidad social dominicana.
Sin que esto implique necesariamente una duda o cuestionamiento a la capacidad de nuestros sociólogos, decimos quizás porque el tema de la violencia sangrienta y criminal, así como de la marcada propensión a solucionar conflictos mediante la confrontación, es de tan enmarañada complejidad que desafía la inteligencia de cualquier experimentado investigador social.
Los elementos que inclinan a la violencia en el país son cada vez más diversos y complicados y se suceden con una inusitada repetición, sin que nada ni nadie esté exento de ella, no importa los mecanismos que haya adoptado para su seguridad y protección personal.
Como vivimos actualmente en una aldea global por las comunicaciones, la tecnología y esa vorágine de verdades y mentiras que corre sin freno racional por las redes sociales, corrientemente se nos dice que no podemos ser ajenos a esos fenómenos de violencia ampliada que observamos en otras latitudes del globo.
Aunque esta afirmación no deja de tener fundamento, para los ciudadanos que aspiran a vivir en una atmósfera seguridad para su familia y sus descendientes, esta explicación no es un consuelo y mucho menos una justificación de nuestros episodios de violencia doméstica.
La inseguridad ciudadana no solo se registra en las calles sino hasta en los propios hogares, porque los delincuentes no le temen a la ley y actúan sin miramiento alguno, penetrando a mano armada a las casas, tanto de día como de noche, aun en aquellas edificaciones residenciales como las torres, que disponen de vigilantes y de sofisticados sistemas electrónicos que pueden prevenir y registrar la entrada de intrusos.
De tiempo en tiempo este tipo de peligrosas incursiones trascienden en los medios de comunicación, pero no todos los episodios de estas características y otros que ponen en peligro a los ciudadanos llegan a la prensa, porque los afectados tienen temor de ser confrontados con los asaltantes cuando son detenidos por las autoridades.
Tan preocupante como la delincuencia común por la frecuencia con que se registra es la violencia intrafamiliar que tiene su repercusión más dramática y trastornadora en los llamados feminicidios. Prácticamente no pasa una semana sin que la sociedad dominicana pase por la dolorosa situación de contemplar cómo otra mujer cae a manos de su pareja o de su ex compañero sentimental.
Independientemente de esto, hay un extendido ambiente de exaltación que por cualquier minúsculo incidente o detalle, lleva a la gente a reaccionar de forma violenta, disparando a mansalva cuando se portan armas de fuego, como si la vida humana no fuera valiosa y digna de ser respetada.
¿Qué está pasado en los entresijos de esta sociedad para que la violencia en todas las modalidades se manifieste casi a diario? ¿Qué estamos haciendo como Estado, sociedad o pueblo para enfrentar y solucionar este desgarrador drama social?
Se impone, pues, estudiar a fondo este serio problema y emprender sin mayores dilaciones un programa conjunto desde diferentes sectores de la sociedad para que la violencia que ahora nos arropa no termina creando un colapso de la convivencia armónica y civilizada. Ojalá que tan impostergable proceso se emprenda cuando antes de forma inteligente y sostenida y que no se quede únicamente en la esfera de talleres y seminarios con pomposos discursos llenos de estadísticas y de incumplidas declaraciones de intenciones.