Primero de enero de 1950. Mi primer día de trabajo como tambor mayor de la Banda de Música de Barahona. Acudimos a amenizar los actos de inauguración de la provincia Independencia, cuya capital es Jimaní.
En ese tiempo, la frontera quedaba lejos, muy lejos de Higüey, de La Romana, de Santiago, Capotillo, de Azua, de Beller, campos, fueros, llenos de gloria por las armas dominicanas que resistieron y echaron del país a los sempiternos aspirantes a despojarnos de nuestra nacionalidad, de nuestra tierra, de nuestra Patria.
En ese tiempo, había una frontera dominico-haitiana que se extendía de sur a norte, hasta cortar en dos el territorio de la isla que compartimos, la parte oeste ocupada originalmente por Haití, la parte este ocupada por la República Dominicana, defendida por el valor y la decisión del pueblo dominicano y su capacidad de resistir, con las armas en las manos, las constantes agresiones de los haitianos.
¿Dónde comienza la frontera dominico-haitiana? Depende, respondió el avanzado estudiante universitario, ante la sorpresa del peripatético y engreído catedrático.
Depende ¿de qué, bachiller? Recuerde “En este mundo traidor/Nada es verdad ni es mentira/ Todo se ve del color/del cristal con que se mira.
¿A qué se refiere? bachiller
A que la antigua frontera dominico-haitiana se convirtió en una frontera semoviente, que se mueve por si, poco a poco Mediante un cambio genial de táctica, los haitianos se apoderan, día a día, de un nuevo palmo, de un nuevo trozo de República Dominicana.
Primero los trajeron a sembrar y cortar caña, porque ese trabajo duro se lo dejaron los dominicanos y poco a poco, grano a grano. Igual que el elefante que se balanceaba en una telaraña y como vio que lo sostenía, se subió otro y otro y otro y la telaraña los sostiene, fueron a buscar otro camarada.
Ocuparon los trabajos que rechazábamos los dominicanos: sembrar arroz en Mao, cortar caña en la región este y en Barahona, atender las vaquerías y el ordeño en los insoportables calores de medio año y en las frías madrugadas del otro medio año, luego pasaron a tirar cubos de mezcla de cemento en la construcción. En todos los casos, los dominicanos entendemos que, como dice el merengue, “el trabajo se lo dejo todo al buey, porque el trabajo lo hizo Dios como un castigo”.
La frontera, hoy, está en la cocina de miles de hogares, en las lavanderas y planchadoras domésticas, en las nanas que cuidan niños, en la lava carros, en los vendedores callejeros.
Ocuparon los trabajos que rechazábamos los dominicanos
La antigua frontera dominico-haitiana se convirtió en semoviente
La frontera está hoy en la cocina de miles de hogares