¿Dónde está la verdad?

¿Dónde está la verdad?

MARUCHI R. DE ELMÚDESI
El mundo parece que se nos ha ido de las manos. ¡Está fuera de control! Y se nos invita a dar la espalda al magisterio de la Iglesia. De esa Iglesia fundada por el mismo Jesucristo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que ates en la Tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la Tierra, quedará desatado en el cielo». (Mt 16, 18-19).

¡Cuánto poder le dio Jesús al que iba a presidir Su Iglesia!

¿Dónde está la fe y la esperanza en esas palabras de los que hoy todavía somos Iglesia?.

¿Por qué no estamos dando testimonio al mundo de hoy de ese poder frente a tantas personas que por medio de sus acciones le causan tanto daño?.

De ese poder fundado en el amor a nuestros semejantes, en el servicio a los demás, en el tomar nuestra cruz sobre nuestros hombros y seguir al que es camino, verdad y vida.

¿Qué hemos hecho con ese poder? ¿En que lo hemos convertido?

¿Cuál es la verdadera causa de tanta violencia en el mundo de hoy?

¿A qué se debe tanto odio y tanto resentimiento?

Estamos de acuerdo con las declaraciones de monseñor Arnaíz, cuando dice que por la impunidad frente a las acciones de los delincuentes, se ha corrompido nuestra sociedad, así como por la avaricia y el afán del dinero fácil.

Nuestro querido Juan Pablo II (Q.E.P.D) decía que la injusticia es la que genera violencia. Que la violencia engendra violencia.

¡Y, queremos seguir fomentándola!

Porque, ¿qué es sino violencia lo que nos sugiere el señor Coen en sus dos artículos del lunes y martes pasado, sobre el «¿control de la criminalidad o control de la natalidad?».

Violencia hacia el niño por nacer, que no ha tenido ninguna responsabilidad de encontrarse en las Trompas de Falopio en un tiempo determinado.

Pero el mundo de hoy, es muy impaciente. No tenemos paciencia con los marginados del poder y la riqueza, del bien vivir. No tenemos tiempo de educar a nadie. Hay personas que parecen no tienen ningún derecho de nacer. Y no reflexionamos en la verdadera causa de esa marginación. Es más fácil desecharlos como objetos frente a un control de calidad. ¡Qué injusticia! ¿No es eso violencia?

Jesús nos dijo: «Porque del corazón salen las malas ideas, los homicidios, adulterios, inmoralidad, robos, testimonios falsos, calumnias», (Mt 15, 19).

Y lo que trata de hacer la Iglesia es seguir los lineamientos de su fundador: cambiar el corazón del hombre.

No de seguir arrastrando los errores de los hombres, por debilidad y por frustraciones.

«De hecho, la Iglesia considera la sexualidad una realidad central de la creación.

En ella la persona está conducida al Creador en su máxima cercanía, en su suprema responsabilidad…Cada individuo es una criatura de Dios y al mismo tiempo un hijo de sus padres. Por este motivo existe en cierto modo un interrelación entre la creación divina y la fertilidad humana. La sexualidad es algo poderoso, y eso se ve en que pone en juego la responsabilidad por un nuevo ser humano que nos pertenece y no nos pertenece, que procede de nosotros y sin embargo no viene de nosotros. A partir de aquí, creo yo, se entiende que dar la vida y responsabilizarse de ello más allá del origen biológico sea algo casi sagrado. Por estos motivos heterogéneos la Iglesia también ha tenido que desarrollar lo que los diez mandamientos esbozan y nos dicen. La Iglesia tiene que proyectar una y otra vez esa responsabilidad sobre vida humana…» («Dios y el Mundo» de S. S. Benedicto XVI).

El impedir el uso de los anticonceptivos, no es lo que hace que proliferen «los embarazos no deseados, y lo que es peor la anticipación de un crecimiento exponencial de la criminalidad a medida que esas infelices mujeres víctimas de dogmas injustificables en esta era, pueblan el país de niños que no tienen la más remota posibilidad de superar las limitaciones que le impone la pobreza extrema en que vienen al mundo, y el entorpecimiento de sus hermanitos a progresar», (tomado de Hoy, artículo del señor Coen).

«Cuando la familia funciona como ámbito de fidelidad, existe también la paciencia y respeto mutuos que constituyen el requisito previo para el uso eficaz de la planificación familiar natural. La miseria no procede de las familias grandes, sino de la procreación irresponsable y desordenada de hijos que no conocen al padre y a menudo tampoco a la madre y que, por su condición de niños de la calle, se ven obligados a sufrir la auténtica miseria de un mundo espiritualmente destruido.

(Eso es lo que produce la criminalidad)… No generan la miseria (y la criminalidad) aquellos que educan a las personas para fidelidad y el amor, para el respeto a la vida y la renuncia, sino los que nos disuaden de la moral y enjuician de manera mecánica a las personas: el preservativo parece más eficaz que la moral, pero creer posible sustituir la dignidad moral de la persona por condones (o por el aborto) para asegurar su libertad, supone envilecer de raíz a los seres humanos, provocando justo lo que se pretende impedir: una sociedad egoísta en la que todo el mundo puede desfogarse sin asumir responsabilidad alguna. La miseria (y la criminalidad) procede de la desmoralización de la sociedad, no de su moralización, y la propaganda del preservativo es parte esencial de esa desmoralización, la expresión de una orientación que desprecia a la persona y no cree capaz de nada bueno al ser humano.» («Dios y el Mundo» de S. S. Benedicto XVI) (Los paréntesis son nuestros).

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